Tampico, Tams.- A sus 71 años de edad María Cristina creía que conocía el hambre, cuando en su trabajo como limpiadora de jaiba y camarón veía mesas repletas de estos productos pero se resistía a llevarlos a la boca; lejos estaba imaginarse que una pandemia la dejaría sin sustento para ella y las siete personas que viven en su casa.
“Somos ocho en esta casita, mi hija, mi nieta y su esposo, mis bisnietas y todos nos quedamos sin trabajo. En mayo murió mi hermano, yo lo quería tanto, él fue quien nos ayudaba a todos, se fue él, llegó lo de la pandemia y no logramos salir”, dijo a El Sol de Tampico María Cristina Escobar Gómez, quien vive en la popular colonia Morelos, a escasos cinco minutos de la zona centro de Tampico, Tamaulipas donde el coronavirus ha cobrado 2 mil 514 vidas.
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La mujer, cuya sencilla vivienda de dos recamaras se encuentra a menos de un kilómetro del Río Pánuco, explicó que alimentar a la familia se ha convertido en un reto puesto las personas de su familia que se encuentran en condiciones de trabajar carecen de un empleo estable.
“El esposo de mi nieta de repente agarra unas chambitas, mi hija trabaja en un casa haciendo limpieza pero por lo de la pandemia no la estaban recibiendo y yo pues soy despicadora -actividad de quienes se dedican a limpiar mariscos, principalmente camarón y jaiba- pero ahorita no hay trabajo”, apuntó.
Mientras servía en un plato de plástico sopa y frijoles para comer con su nieta Nicole y su bisnieta Janelly explicó que se desespera al ver que la pandemia ha ido ahorcando sus opciones de trabajo como despicadora, donde recibía un pago 6 pesos por kilogramo de producto limpio.
“Yo despicaba poquito, pero era una entrada de dinero, no era muy buena como mis compañeras, hay veces ellas me ponían unos camarones para ayudarme para que ganara un poco más; a mí me gusta mucho el marisco y quería comerlo pero nos llamaban la atención y además, no iba a recibir pago”, recordó Maria.
La pregunta que ronda cada momento en su cabeza es ¿cuándo va a volver a trabajar?, “las autoridades dicen que los grandes no debemos salir pero si no salimos nos vamos a morir de tristeza y hambre”, agregó.
María Cristina, quien debido a la pequeñez de su casa y a lo numerosa que es su familia ha tenido que instalar tres camas en la cocina, optó por habilitar un sencillo comedor afuera de su casa, donde además, el calor es un poco más soportable.
“Nosotros no comemos carne, a lo mucho una vez al mes y no es fácil, adentro hace mucho calor y somos muchos, hace unos días con un material que nos regalaron echamos un pisito aquí afuera y pues ahora saco mi mesa, mi mantel y a comer lo que se pueda”, destacó.
La septuagenaria, quien apenas se había cortado su cabello teñido rojizo, mantiene la esperanza que la situación mejore con el regreso de los barcos camaroneros, que hace unas dos semanas se hicieron a la mar para la captura de camarón y han comenzado a volver a tierra, con los contenedores atestados de producto.
“Es que de un momento a otro se nos acabó todo, se nos fue mi hermanito, llegó lo del virus, a todos los regresaron del trabajo, dejó de haber dinero para comer y yo pienso en mi bisnieta, en los niños, algo les tenemos que ofrecer”, puntualizó la mujer quien mientras platicaba la angustia se reflejaba en su rostro y el frotar de sus manos.
Lo que María Cristina no ha tomado en cuenta es que en esta primera vuelta de esta flota, la mayor parte del camarón es enviado sin procesar a entidades como Nuevo León por lo que volver a trabajar podría ser aún un sueño lejano de alcanzar.