El ultra conservador Sebastian Kurz, de 31 años, se convirtió ayer en el canciller más joven de la historia de Austria después de haber ganado en forma concluyente las elecciones legislativas con 31,6% de los votos contra 26,9% del Partido Socialdemócrata (SPÖ) y 26% del Partido de la Libertad (FPÖ) de extrema derecha.
El joven prodigio de la política austriaca —buen mozo, seductor y ambicioso—, que tiene ocho años menos que el presidente francés Emmanuel Macron, será también el dirigente más joven del mundo.
Pero la gran sorpresa de esta consulta fue el sensible crecimiento del movimiento xenófobo, racista y anti-islámico FPÖ. Tres semanas después de las elecciones de Alemania —en las cuales el partido AfD de extrema derecha cosechó 13,3% de votos y consiguió enviar un grupo de 94 diputados al Bundestag—, el partido que dirige Heinz-Christian Strache progresó 5,5% con respecto a 2013 y tendrá 51 legisladores (+4) en el Parlamento.
La mayor conmoción, sin embargo, fue el estrepitoso derrumbe de los Verdes, que reunieron apenas 3,9% (-8,5%) y, al no haber alcanzado la barra mínima de 5%, quedaron fuera del Parlamento.
Con 62 diputados en el próximo Parlamento —según los resultados provisorios—, el Partido Conservador tendrá un amplio margen de maniobra para elegir entre los socialdemócratas (52 diputados) y la extrema derecha (51) para formar la coalición de gobierno que necesita una mayoría de 92 votos.
Esa opción, aparentemente fácil, constituye sin embargo un difícil dilema. Los 6,4 millones de electores austriacos son hostiles a perpetuar una alianza entre conservadores y socialdemócratas, los dos partidos que se alternaron en el poder durante los últimos 70 años. Pero, al mismo tiempo, no miran con demasiado entusiasmo la posibilidad de ver a la extrema derecha como socio menor de una coalición de gobierno. En la campaña, había reclamado los estratégicos ministerios de Relaciones Exteriores e Interior.
La campaña demostró que Kurz no está demasiado lejos de las ideas xenófobas, contrarias a la inmigración y hostiles al Islam que predica el FPÖ, posiciones apoyadas —con mayor o menor entusiasmo— por 83% de la opinión pública. Su cambio de posición fue tan grotesco en algunos casos que Strache lo acusó de haber plagiado su programa. En los meses previos a la elección, Kurz también demostró numerosas coincidencias con el autoritario primer ministro húngaro Viktor Orban y no descartó la posibilidad de integrar el Grupo de Visegrad que reúne a los miembros más eurófobos de la Unión Europea (UE): Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia.
En caso de que se sienta proclive a tentar la experiencia de integrar la extrema derecha al gobierno, esa opción entraña numerosos riesgos.
Una coalición de conservadores y extrema derecha reproduciría, con exactitud, el escenario que conoció el país en el año 2000. A despecho de los resultados, que habían acordado la mayoría al SPÖ, el líder conservador Wolfgang Schüssel negoció en secreto con el FPÖ, dirigido en esa época por el inquietante Jorg Haider. Gracias a ese pacto, pudo formar una coalición que, por primera vez desde 1945, permitió el ingreso de un partido de extrema derecha al gobierno de un país europeo. Aislado y sancionado por Bruselas, Austria se convirtió durante años en el paria de Europa.
Kurz, que conoce los riesgos y no carece de astucia, seguramente tratará de imaginar una fórmula más astuta que le asegure mantener el total control del poder y garantizar la estabilidad de Austria.