Los orígenes del sagrado recinto datan desde el año 1632 y hoy en día luce en completo abandono.
El templo de Santo Tomas, ubicado en el Periférico Sur Luis Donaldo Colosio, a las afueras del Asilo San Vicente, monumento histórico e iglesia más antigua de la ciudad, según el Instituto Nacional de Antropología e Historia, sus orígenes datan desde el año 1632, hoy en día luce en completo abandono, y víctima del vandalismo.
Aquí como en todas las ciudades de ascendencia hispana fueron siempre los templos los primeros edificios que los forjadores de pueblos levantaban, ya que como decía Don Antonio del Valle Arizpe, escritor y abogado mexicano “son monumentos que conservan la huella imborrable de la ausencia presente de millares de almas que por ahí pasaron”.
Estos recintos han sabido igual de ceremonias solemnes para proclamar triunfos de las armas del Rey dominando tribus salvajes de Te Deums, dando gracias al proclamarse nuevas leyes o haciéndose cambios de gobierno, ceremonias ungiendo nuevos sacerdotes y en fin toda clase de funciones eclesiásticas.
Sus campanas han tocado jubilosas en los fastos de la patria o han llamado a arrebato en los días de lucha por la integridad del país, sirvió de fortín en los días trepidantes de las revoluciones o dieron sus voces de alarma cuando en otro tiempo la ciudad se veía amenazada por incendios o inundaciones.
No existe parralense que no lleve en su corazón el alegre recuerdo de sus bodas celebradas en alguno de los templos, o el bautizo de sus hijos, o el triste momento en que se despidió a un ser querido, síntesis de variados sentimientos representan estos sagrados recintos, símbolos de fe en un pueblo.
En polvoso expediente, amarillento por el tiempo se encontró las citas precisas sobre lo que fue la capilla de Santo Tomás, construida en los anexos de las casas y cuadrillas que formaron la gran hacienda de “sacar plata” que levantó a media población del Real, nada menos que el fundador Don Juan Rangel de Biesma, y que se encargó de enjoyar su hermana, Doña Anna de Biesma, a quien también llamaron “La Descubridora”.
Este templo existió cuando Parral estaba formándose y varias veces en distintas épocas estuvo cambiando de dueño.
Biesma se vio obligado a vender su hacienda, incluyendo la capilla, a Don Juan de Salaices y a la muerte de éste en 1676 se levantó un inventario con la presencia del Escribano Real, Don Miguel Aranda, quien hacía constar que en esa capilla había lo siguientes:
“Dos campanas que están en la torre y que pesaron ocho arrobas y tasaron a peso de libra, el retablo de dicha capilla que se compone de dos cuerpos, dieciocho cuadros de diferentes hechuras de santos, doce espejos con sus marcos estañados, cuatro hechuras de bulto las dos de Nuestra Señora, con corazón de plata, las otras dos que es un “Ecce Homo” y un Santiago, tres ornamentos nuevos de damasco, una capilla, un alba y un almito, un cáliz y patena, vinagreras y salvillas todo de plata, un misal nuevo, dos campanillas, unos manteles de altar”.
La capilla estaba bien dotada y en ella el obispo Hevia y Valdez de grata memoria ordenó a dos sacerdotes parralenses en una de sus visitas a este Real.
Este templo estuvo más tarde en manos de Don Antonio de Salaices Bachiller del Santo Oficio, luego pasa al sobrino de éste, el Capitán Juan de Salaices, tras un largo litigio corre el tiempo y en 1799 adquiere Santo Tomás “en las márgenes de esta Villa rumbo al poniente” según dice la vieja escritura, al señor Juan José Almanza que lo vende a su vez el 8 de mayo de 1809 al señor Juan José de Elorriaga y finalmente a principios de este siglo lo adquirió el famoso minero Don Pedro Alvarado.
Cuyos descendientes lo poseyeron hasta que en los días de la revolución fue profanado y empezó a destruirse y quedar en ruinas como hoy día se aprecia, por más que se prometió que los actuales propietarios de los terrenos donde se encuentran esas ruinas, la familia Moreno, pensaban reconstruirlo.
De ese sagrado recinto sobre el cual se cuentan muchas leyendas y dio tema a un romance, solo ha quedado el cuadro que estaba en su altar mayor, es decir la imagen de Santo Tomás de Villanueva, Obispo Español, que estuvo en uno de los muros del templo de San Juan de Dios y que se le ve con actitud de realizar uno de sus frecuentes y generosos actos de auxiliar a los pobres y necesitados.
Fue la señora Dolores V de Alvarado quien refirió como ella y su esposo Francisco Alvarado, un día de 1916 durante un receso que tuvo la revolución, fueron a Santo Tomás y en compañía de otras personas desmontaron el cuadro y recogieron las campanas para traerlas a esta ciudad y salvaron tan valiosa joya pictórica, las campanas fueron donadas al Templo de San Nicolás.