Pese a las carencias con las que vive, Rocío las enfrenta con una enorme sonrisa y optimismo. Debido a la pandemia tuvo que abandonar sus estudios, ya que no cuenta con los recursos económicos para poder llevar las clases a distancia.

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Rocío es una pequeña de diez años de edad, quien pese a las carencias con las que vive, enfrenta diariamente la vida con una sonrisa y que, como toda niña de su edad, cuenta con sueños y metas.

Sin embargo, la contingencia sanitaria ocasionada por el Covid-19 le hizo una mala jugada, debido a que no cuenta con un dispositivo móvil para llevar clases a distancia tuvo que abandonar el quinto año de primaria.

Ella y su madre, Lucina Barragán, quien además es la jefa de familia, juntas salen adelante con el apoyo una de la otra.

Cuatro paredes de adobe y madera, una techumbre de hule color negro y láminas dañadas, son suficientes para fungir como un refugio; pero en el interior no hay más que un par de cobijas que sirven como colchón y una estufa de leña que hace las funciones de cocina y calentón.

Hay una cama pequeña donde duermo yo porque mi mamá así me lo pide, pero a veces me siento mal porque ella duerme en el suelo, sólo con un par de cobijas que la ayudan a acolchonar para no sentir tanto lo duro del suelo.

El sueño de Rocío es ser oficial de Seguridad Pública Estatal. Y para ello quiere esforzarse por salir adelante, por lo cual esta Navidad, sueña con tener un computadora para llevar sus clases a distancia y concluir la primera etapa escolar.

Asimismo, pidió a Santa Claus una cama para su madre, para que ella también tenga dónde dormir, que no sea en el suelo helado sobre el que diariamente descansa.

Diariamente ayuda a su mamá con los quehaceres del hogar y por las tardes caminan juntas hacia el monte en busca de leña para mitigar el intenso frío que presagia un crudo invierno…