Bajo el sol de la tarde en la esquina de la avenida 20 de Noviembre y Carlos Fuero, en el centro de Parral, el aire se llena de nostalgia y de notas conocidas como “La Llorona”, “Cielito lindo” y como un susurro familiar “Las Mañanitas”. Las melodías salen del organillo de Usiel Rodríguez y Marco Antonio Hernández, dos organilleros que desde la Ciudad de México han venido hasta Parral para sostener a sus familias y preservar una tradición que late con ecos del pasado.
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La historia de su uniforme, un característico traje color café se remonta a tiempos de la Revolución Mexicana, cuentan Usiel y Marco. Durante aquellos años convulsos Villa y sus dorados al mando del general revolucionario Francisco Villa, vestían sus uniformes en tonos café. La imagen de aquellos hombres quedó grabada en el tiempo y los organilleros, quienes fueron traídos a Parral en ese entonces para brindar un respiro entre el caos de la guerra, adoptaron el atuendo de los dorados en honor a su fuerza y valentía. Hoy cada organillero en el país lleva ese mismo uniforme, un recordatorio silencioso de una época de lucha y resistencia.
Usiel y Marco no comenzaron en este oficio por tradición familiar, sino por necesidad. Hace diez años, enfrentaban la falta de oportunidades laborales en la Ciudad de México. Fue entonces que alguien les sugirió probar suerte como organilleros y sin pensarlo mucho aceptaron. Desde entonces, sus vidas tomaron un rumbo inesperado, llevándolos a recorrer ciudades y pueblos, de Chiapas a Coahuila, de Durango a Chihuahua. Han pasado por lugares como Tapachula, Torreón, Saltillo y ahora en Parral se sienten abrazados por una ciudad que, aunque pequeña en tamaño, es grande en generosidad.
“Parral es un lugar que tiene mucho corazón”, dice Usiel mientras observa a la gente que se detiene a escucharlos. “Aquí las personas nos apoyan mucho. No importa que sea una ciudad pequeña; la gente es muy generosa. Eso nos ayuda a llevar el sustento a nuestras casas.”
Uno de los distintivos del organillo es el pequeño mono de peluche que colocan al lado del instrumento. Antes, los organilleros llevaban un mono real, quien pedía dinero con un pequeño vaso en sus manos. Sin embargo, con el tiempo y las leyes de protección animal, esta práctica quedó en el pasado. Hoy, el mono de peluche es un tributo a esos tiempos y mantiene vivo el espíritu de aquella tradición que arrancaba sonrisas y monedas.
Mientras la música se extiende por las calles de Parral, los transeúntes no pueden evitar detenerse un momento, movidos por la mezcla de nostalgia y curiosidad que emana de cada canción. “El noa noa” despierta recuerdos, “México, lindo y querido” enciende el orgullo y “Las Mañanitas” arranca sonrisas a aquellos que celebran algún día especial.
Para Usiel y Marco, no es el tamaño de la ciudad lo que hace la diferencia, sino la calidez de su gente. “A veces, uno va a ciudades grandes pensando que allá nos van a apoyar más, pero aquí, en Parral, hemos encontrado personas que nos ayudan de corazón,” comenta.
Su organillo sigue girando y mientras la tarde avanza, sus notas se entrelazan con la historia y el alma de Parral. Ellos con sus uniformes color café continúan el legado de los dorados de Villa, llevando música, recuerdos y un pedazo de Revolución a cada rincón del país.