En los pasillos del Centro Materno de Parral, donde el ajetreo y las emociones se entrelazan, una historia única se revela. Susana Cruz Bustillos, una mujer fuerte y valiente de origen rarámuri, perteneciente a la comunidad de Piedra Bola, Balleza, dio a luz al primer parralense del 2024: Miguel.
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Susana, jornalera de oficio y oriunda de una comunidad de apenas 91 habitantes, desafía la vida con determinación. Descalza, como un símbolo de sus raíces, caminó por los pasillos del hospital hasta la cama 11, donde recibió el regalo más grande que la vida le ha ofrecido por segunda vez.
Originaria de una comunidad ubicada a poco más de tres horas de la cabecera municipal de Balleza, que se traduce en unas cuatro horas y media de Parral y hasta 7 horas de la capital, Susana enfrenta retos cotidianos.
Su carencia de garantías individuales como el de la educación formal, incapacidad para leer y escribir, la dificultad de ser una madre soltera, son solo algunos de los obstáculos que ha superado con fortaleza.
A pesar de estos desafíos, Susana acoge con alegría y gratitud la llegada de su hijo, a quien ha nombrado Miguel. El pequeño, con sus 2.930 kilogramos y 52 centímetros, es un símbolo de esperanza en medio de un contexto social complicado.
En un rincón de Parral, donde los rayos del sol encuentran su camino, nace Miguel, un pequeño que deberá crecer en un contexto social único. La crónica de este acontecimiento destaca no solo el nacimiento de un nuevo ciudadano, sino la resiliencia y la fuerza de una madre que ve en su hijo una luz de esperanza en su camino.
En las primeras horas del año, cuando la ciudad aún se abrazaba al sueño y el eco de los fuegos artificiales se disipaba en la brisa nocturna, el Hospital Materno de Parral cobraba vida con una energía especial. Las festividades de año nuevo dejaban paso a un nuevo capítulo, marcado por el nacimiento.
En el pasillo principal, decorado sutilmente con guirnaldas y luces titilantes, resonaba la algarabía de los primeros llantos de Miguel Cruz Bustillos. El personal del hospital, envuelto en sus batas blancas, se movió con destreza y dedicación, cuidando no solo de la salud física, sino también del bienestar emocional de las nuevas familias que se formaban en ese amanecer.
Las salas de espera estaban impregnadas de una mezcla de ansiedad y felicidad. Familias enteras esperaban con expectación noticias sobre sus seres queridos que estaban dando la bienvenida a nuevos miembros. Las risas y los murmullos se mezclaban con el suave sonido de melodías festivas que se escuchaban de fuera.
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Los dispositivos médicos, aliados silenciosos en la misión de cuidar vidas, parpadeaban en armonía con la luz tenue de la sala de maternidad. Monitores cardiacos y máquinas de infusión formaban parte de la sinfonía mecánica que acompañaba el latir de cada corazón, mientras enfermeras y médicos se mueven con la gracia de quienes han abrazado la rutina de cuidar y dar vida.
El aroma a desinfectante se mezclaba con la dulce fragancia de las flores que adornaban algunas habitaciones. En el rincón de la sala de espera, un pequeño árbol de Navidad aún resistía, recordando las recientes celebraciones. La Navidad y el Año Nuevo acaba de pasar, pero el hospital aún vibra con la magia de la vida renovada.
Ayer, el reloj marcaba las primeras horas de la mañana, y el sol comenzaba a filtrarse tímidamente por los pasillos. En ese ambiente lleno de vida y esperanza, Parral recibió el nuevo año con la bienvenida a pequeños, como Miguel.