En la serenidad de las primeras horas del Día de Muertos, las familias de Parral encuentran en los panteones un espacio sagrado donde la tradición y el recuerdo se unen en una comunión espiritual. El panteón de Dolores es testigo de estas historias, de familias que año tras año acuden a visitar a sus seres queridos con una devoción que rebasa el tiempo y la distancia.
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La familia Acosta Cano es un ejemplo de esta devoción. Desde 2001, llegan puntuales cada 2 de noviembre, al amanecer, para recordar y honrar a sus padres, hermanos y otros familiares. “Para nosotros es una tradición venir juntos, nunca nos separamos en este día. Es el momento de rezar el Rosario por nuestros seres queridos y por todas las almas que han partido”, comenta una integrante de la familia. En la frescura de la mañana, encuentran el momento ideal para elevar sus plegarias al Creador, lejos del bullicio y las multitudes que llenan el lugar más tarde.
Los Acosta Cano consideran el Día de Muertos una celebración de la vida y de la resurrección, una herencia que recibieron de sus abuelos, quienes los llevaban al panteón desde pequeños. “Para nosotros, este día es espiritual, es un ritual íntimo que nos acerca a ellos y a Dios”, explican. Tras las oraciones, se dedican a limpiar las tumbas y a colocar flores frescas, un acto de cuidado y respeto hacia quienes ya no están físicamente, pero permanecen en su memoria y en sus corazones.
Otra historia la protagoniza Salvador Calvillo y su familia, quienes cada año visitan a su padre y a su abuela. “Yo nací en 1960 y mi abuela falleció en 1968. Desde entonces, nos inculcaron la tradición de venir al panteón, de visitar a los que se fueron”, comparte Salvador. Para él, el panteón es el último lugar de reposo de sus seres queridos, aunque aclara que sus almas ya no están allí, sino en la casa de “Tata Dios”.
Salvador recuerda que, en su infancia, el Día de Muertos era toda una fiesta. “Antes veníamos y durábamos todo el día, traíamos lonche, hacíamos un día de campo. Era una romería”, recuerda con nostalgia. Hoy, aunque el tiempo y la enfermedad de su madre han limitado esa tradición familiar, no dejan de cumplir con la visita, de limpiar las tumbas y colocar flores frescas en señal de respeto.
Para Luz María Luquín Díaz y su esposo Antonio Sánchez Garay, el Día de Muertos también es una fecha especial, marcada por la fe y el amor. Desde hace más de 20 años acuden al panteón para visitar a la madre, hermana y un sobrino de doña Luz María.
Para ellos, el ritual es un acto de conexión espiritual. “Rezamos el Rosario, limpiamos y adornamos las tumbas con flores. Es una manera de sentirnos cerca de ellos”, explica Luz María, quien ve en esta tradición una forma de honrar a su familia con amor y gratitud.
La pareja aprovecha el silencio de la mañana para rezar y recordar los buenos momentos vividos. “Es una fecha especial, una oportunidad de sentirnos unidos, de mantener viva la memoria de nuestros seres queridos”, comparte Antonio. Al igual que otras familias, los Luquín Díaz consideran que el Día de Muertos es un momento de reflexión, de esperanza en la resurrección, y de gratitud por la vida.
Así, cada año el panteón de Dolores se convierte en un espacio de encuentro entre generaciones, donde los más jóvenes aprenden de sus mayores el valor de recordar a los que partieron. En cada tumba adornada, en cada oración, y en cada flor colocada, las familias de Parral renuevan su vínculo con el pasado y fortalecen la tradición de honrar a los muertos como parte de la vida misma.
El Día de Muertos en Parral es una jornada de fe y de amor, donde las historias de las familias que acuden al panteón reflejan la riqueza de una tradición que se mantiene viva en los corazones de quienes, con respeto y devoción, recuerdan a sus seres queridos con la esperanza de que un día volverán a encontrarse.