Recuerdo hoy como si fuera ayer, cómo al despertar el 25 de diciembre mis hermanos y yo mirábamos pasmados cómo sobre el blanco mantel Santa Claus había dejado migajas de pan y debajo del árbol los juguetes.
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Bonita, muy bonita tradición.
Mi padre presidía la mesa del festejo navideño, ahí sobre la mesa los ponches de guayaba, la rosca de zanahoria, la ensalada de betabel, los tamales, los buñuelos, el pavo, los dulces, el vino tinto, la mirada amorosa de mi madre y los gritos de mis hermanos.
¡Ah, qué tiempos aquellos!
Porque, aunque no lo crean mis hijos, también un día su papá fue niño...
Y ese niño también soñó con Santa Claus, ese hombre bonachón y regordete vestido de rojo.
Como todo niño, soñaba con despertar y encontrar bajo el árbol de Navidad un juguete, no importaba cuál, era lo mismo, la ilusión era recibir cualquier juguete.
Pero las migajas de pan sobre la mesa, esas no se me olvidan.
Antes de ir a dormir la Nochebuena, mis padres nos hacían limpiar la mesa, colocábamos el mantel blanco con Nochebuenas rojas que había tejido mamá, y sobre el mantel un impecable plato blanco con un pedazo de la rosca de zanahoria y un vaso de leche para Santa Claus.
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Con ilusión nos metíamos entre las sábanas y esperábamos con los ojos abiertos la posibilidad de ver aquel señor de rojo colocando nuestros regalos bajo el árbol de Navidad.
Nunca lo pudimos sorprender, el sueño nos vencía y al despertar ¡oh, sorpresa! Santa ya había dejado los regalos y sobre la mesa, las migajas de pan y el vaso de leche a medio consumir.
Todavía no encuentro las palabras adecuadas para transmitir la emoción de esos niños -incluyéndome- al ver dicho espectáculo.
¡Ah! las migajas de pan sobre el mantel, de ese pastel que había tenido entre sus manos Santa.
Imagínense los ojos desorbitados de esos niños gritando como locos, "mira las migajas de pan sobre el mantel y el vaso de leche a medio tomar", claro que vino Santa, corramos al árbol por nuestros regalos...
De esos días a la fecha han pasado muchos años, pero las migajas de pan sobre el mantel siguen apareciendo milagrosamente todos los días 25 de diciembre sobre la mesa de la casa de mamá.
Gracias madre por darme la oportunidad valiosa de creer, de creer que Dios existe, de que la ilusión nos mantendrá unidos como familia, que son esas cosas sencillas de la vida las que no se olvidan, las que nos dejan huellas en el corazón.
Hoy, veo al hombre que soy y agradecido le doy gracias a mis padres, porque sembraron en mí una ilusión que da sentido a mi vida.
No se puede vivir en este mundo sin una ilusión.
Se me hace tarde y voy camino a casa, entre las cosas que llevo en mi lista de compras se encuentra la rosca de zanahoria y un bonito plato blanco.
Este 25 de diciembre espero que en todas sus casas la mesa del comedor esté cubierta de un mantel blanco, y sobre el mantel aparezcan esas milagrosas migajas de pan... Feliz Navidad a todos.