La imaginación de los niños es asombrosa. Con el sólo hecho de cerrar sus ojos pueden construir un mundo exótico de fantasías inigualables, donde lo real y lo ficticio coinciden en perfecta armonía. Se dice que ellos tienen la capacidad de ver cosas que no cualquiera puede, y en efecto, ellos poseen sobrenaturales instintos de percepción cuyo detalle les permite la admiración infinita.
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Todos en algún momento de nuestras vidas fuimos niños y acudimos a la escuela primaria, una etapa que muchos recuerdan con entera nostalgia, pues se ha quedado en el pasado, clavada en la sagrada memoria. Aprendimos a leer y a escribir, a sumar y a restar… pero más allá de eso, conocimos el pensamiento, a edificar nuestro criterio, a distinguir lo que existe de lo que no.
En esos tiempos, las historias jamás faltaron. Cuando éramos niños nos rodeaba una sorprendente variedad de cuentos que llegamos a creer con la más pura inocencia. Las favoritas resultaban ser aquellas que hablaban de personajes de ultratumba, muertos y apariciones; de contactos con lo extranormal. La reflexión de estas narrativas nos llevaba a considerar que la escuela era un espacio de eventos inexplicables.
Y sí, la mayoría, por no decir que todos, platicamos sobre situaciones desconocidas en nuestro espacio escolar. Considerábamos que el ambiente educativo del plantel estaba repleto de muertos, pero… ¿cómo asociábamos las extrañas experiencias con un argumento real, más o menos creíble? Bueno, en ausencia de la prueba tangible, construíamos el imaginario de que el terreno donde se erigían las escuelas en algún punto de su historia, había sido un panteón o su edificio un hospital.
En las escuelas de Parral, en especial aquellas cuyo edificio tiene más de 100 años en pie, subsiste la infantil leyenda de que fueron panteones u hospitales, también cuarteles militares, y que las almas de los cuerpos que ahí descansan o perdieron la vida, rondan por las aulas, los pasillos y los patios, por lo general el centro de actividad paranormal son los solitarios baños.
El único plantel que sí puede presumir haber sido hospital en Parral, es la Ocho de Mayo (2099) pues una placa en su exterior lo señala. Los niños cuentan que una enfermera se asoma por las ventanas de las aulas y que en el baño de las niñas, en el último de los inodoros ella se quitó la vida. Nadie lo utiliza por temor a encontrarse con su cuerpo colgado o a mirarla sentada en el retrete.
No se sabe con exactitud cuál es la pena que la mujer paga en esta dimensión. Otros niños sostienen haber visto hombres con largas túnicas, que juntos se pierden entre la oscuridad, mientras un extraño canto se apodera del silencio. Algunos relacionan los eventos históricos con la realidad de sus relatos: la Revolución y sus tesoros, los túneles del Parral colonial… Una serie de motivos que se interpretan como escenario del terror. Además, se vive un ambiente muy peculiar al estar en el primer cuadro de la ciudad, inmediato a un antiquísimo templo, el de San Juan de Dios.
Los pequeños de la escuela Niños Héroes (2101) platican hechos similares, antiguo personal de la salud que deambula por los viejos salones de clase, el área de los baños es el epicentro del horror. Sin embargo, ahí también se aparecen los niños que en circunstancias desconocidas perdieron la vida… Cuentan que un varoncito en el baño de los niños y una mujercita en el baño de las niñas. Siempre respetando la regla.
¿Cómo son estos niños fantasmas? Son extraños, misteriosos, vestidos a la antigua. Sus rostros reflejan una amarga tristeza, pero no son mudos. A veces dicen su nombre y ya en confianza, invitan al infante curioso a un lugar obscuro del sanitario, donde por fin, revelan su inexistencia material. La mayor parte del tiempo están llorando y se ocultan, corren por los patios sin un destino certero. Así como su alma.
En la Federico Stallforth (2102), antiguo colegio de señoritas, las historias se ajustan al contexto. A veces se cuenta lo de la enfermera. Dicen que ella era malvada, que por eso Dios no la recibió en el cielo y debe pagar por sus faltas. A causa de eso, debe ser buena… ayuda a las niñas cuando están en peligro. No obstante, su rostro exhibe sepulcral tristeza; algunos pequeños aseguran que perdió a un hijo.
De igual forma, el interior del recinto, sus pasillos y escaleras tapizadas en madera, son escenario de sonidos extraños. Se puede creer que hay ratones, pero se escuchan profundas pisadas… como si alguien corriera de aquí para allá, en una eterna persecución. El haber sido escuela de señoritas le da una característica muy peculiar, pues se siente el sufrimiento de numerosas generaciones de niñas que en sus casas vivieron horrores a causa de su género.
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Por último, la Leona Vicario (2103)... Quizá es el único de los casos referidos donde el autor de estas líneas puede asegurar un poco más de fidelidad en los relatos, debido a que allí cursó su instrucción primaria y vivió la experiencia de ser niño. El edificio, al parecer, ha sido escuela por más de 80 años. Sus muros encierran celosos la antigüedad y el misterio que manifiesta la infancia. Los callejones, zaguanes y techos altos, son la esencia de sus secretos más ocultos.
Contaban los niños que en los baños, había infinidad de apariciones. Maestros e intendentes que dedicaron toda su vida al plantel pero que por la edad fallecieron, enfermeros y enfermeras que se habían suicidado cuando era hospital… niños que dejaron de serlo por causa de la temprana muerte, pero sus almas necesitadas aún de la compañía de otros, asistían a la realidad para seguir jugando.
Lo más perturbador y que a la fecha le sigue quitando el sueño al redactor de este texto, es la cuestión de los amigos imaginarios. Pues, es en la primaria cuando comenzamos a desprendernos de ellos, a lo mejor son estos los niños que vagan por los pasillos y salones, que tratando de olvidarnos, entablan relación con otros infantes. Tristes por la soledad de los años, merodean las escuelas como la 2103.
Algunos niños de la primaria tenían este tipo de compañías… Hablaban con ellos y los consideraban para todo. Cuidaban sus sentimientos. Una vez, uno de los pequeños dijo a sus amigos cómo era el aspecto de su inseparable: se trataba de una persona adulta, hombre de estatura delgada cuyo carácter era enojón… Al sujeto no le gustaba que su amiguito se divirtiera con otros niños, lo quería sólo para él. Años después, el niño lo olvidó. Sin embargo, ¿A dónde partió el extraño acompañante?
¿De dónde venía? Es otra pregunta que surge a la luz de los años. Las escuelas quizá no fueron cementerios o nosocomios, ni están enterrados los cuerpos de hombres y mujeres que suelen ser vistos ahí, a lo mejor sólo son panteones de recuerdos. Lugares de memoria silenciosa donde los niños y las niñas perciben con sensibilidad los sucesos más extraños de la vida, se abandonan en las historias y se relacionan con la muerte, para así eternizar su imaginación por los siglos de los siglos.