Cuatro mujeres con problemas de adicciones están internadas en el Centro de Rehabilitación Santa María Magdalena, provenientes casi todas de la capital del estado. Ofelia Mares, psicóloga del lugar, detalló que son personas que se han alejado de su familia y seres queridos, y que ahora, buscan reintegrarse a la sociedad.
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África de 30 años, consumidora de cristal; Soledad, de 50 años de edad, quien sufrió por consumir “crack” desde muy joven y tiene cuatro hijos; Lupita, de 31 años, comenzó a usar metanfetaminas a los 17 años e intentó escapar varias veces de los centros en los que ha estado; y finalmente, Lizeth, la más joven de 26 años, su problema: también la adicción al cristal. Las cuatro mujeres internadas precisaron que estar ahí es como tener una nueva oportunidad de vivir, donde comienzan a ver la vida de colores.
Su día inicia a las 6:30 de la mañana con las oraciones del día y dándole gracias a Dios por un nuevo amanecer con libertad y sin miedo; África, Lizeth, Soledad y Lupita, se levantan y se reúnen en una sala compartida. Este espacio es cómodo, lleno de artesanías y trabajos que han realizado, memorias grabadas en las paredes que les dan consejos para aguantar el proceso y terminar un día a la vez.
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La rutina con los rezos, el ejercicio y el desayuno. En el espacio del gimnasio hay bicicletas y mancuernas. Una hora de cardio, dándole recio al pedal, las cuatro mujeres, en coordinación con la psicóloga y supervisora, alejan de su mente las ideas y pensamientos intrusivos, despiden a la ansiedad y le dan más duro al ejercicio. África inunda la sala con sus cantos en regocijo por un día más, alegra las mañanas de todas.
África nació en el municipio de Chihuahua. Comenzó a consumir drogas desde que era menor; a los 14 años ya fumaba marihuana y su gusto por los estupefacientes aumentó al grado de probar también la cocaína. A sus 19 años conoció la más dañina y con mayor adicción: el cristal. Su gusto la llevó únicamente a esta droga. Sin embargo, logró identificar que tenía una adicción y que ella quería salir adelante, por lo que buscó apoyo en el municipio, pero según señala, no estaba medicada y la adicción es una enfermedad que debe ser tratada con medicamento, “Pienso en salir y salir adelante”.
¡Llegó la hora del almuerzo! Después de rezar y ejercitarse, se dirigen al comedor para bendecir los alimentos que una de sus hermanas realizó una hora antes. Todos los días se turnan para ver quién cocina. Soledad cuenta que las empanadas de harina que prepara África están ¡para chuparse los dedos!
“Por seguir la corriente, por querer encajar, por andar en fiestas, ahí conocí el crack”; Soledad expresó tener una adicción muy triste y lamentable, que te aleja de la familia y hasta de la vida personal. Madre de cuatro hijos: tres varones y una mujer. Soledad busca cambiar su estilo de vida. “El llegar aquí fue una experiencia que yo digo estoy bendecida, puedo decir que estoy muy agradecida”, manifestó.
Explicó que como muchas personas, ella creía que en los centros de rehabilitación los tratos eran basados en violencia física y que no se veía recibiendo un tratamiento, pero que su adicción y sufrimiento era tan grande que no tuvo de otra.
Después de disfrutar los platillos que preparan las compañeras, las cuatro mujeres se disponen a recibir las cátedras y clases que imparten en el lugar, que son terapias de psicología grupal e individual, en prevención de adicciones y espiritualidad, donde también les impulsan a que encuentren su talento oculto; mochilas, bordados y hasta figuras de yeso, pulseras y collares, son resultados de la terapia ocupacional que implementan en el lugar. Las clases continúan todo el día para mantenerse activas y disminuir pensamientos que pudieran intervenir en su proceso.
Para la hora de la comida, tocó el turno de cocinar a Lupita. Su platillo favorito es el tradicional chicharrón en salsa verde. Se lava las manos y acude a la cocina para preparar los alimentos. Poco a poco, el olor que emerge de los sartenes en la cocina inunda toda la casa de huéspedes y conquista el olfato de las mujeres, pero Lupita sigue en los suyo, entre hacer el licuado para la salsa verde, cortar en trocitos el chicharrón y después los baña en la salsa.
“Perdí mucho, perdí la confianza de mi familia, perdí a mis hijos. En el fondo me duele estar sin mis hijos”, expresó Lupita quien además dijo haber tocado fondo cuando el DIF le arrebató a sus pequeños para darles “mejor vida”. Relata que también recibía comentarios negativos de los centros y se convencía de que “yo puedo sola”, hasta que se dio cuenta que las adicciones no se curan solas y llegó a Parral buscando ese apoyo. “Yo era la que regañaba a mis amigas porque se drogaban, después por encajar, comencé a consumir”.
De esta forma, las mujeres internas se van reintegrando a la comunidad, donde buscan vencer su adicción. Actualmente tienen un internado con duración mínima de cinco meses, pero es voluntario, es decir, cuando gusten pueden salir y no se les recrimina en lo absoluto. La violencia tampoco es una forma de educar en este centro de rehabilitación ubicado en Parral.