Víctimas de la peor catástrofe natural de la que se tiene registro en Parral, 14 niñas, del extinto asilo Josefino, murieron hace 80 años cuando la repentina crecida del río que atraviesa la ciudad alcanzó el edificio que las resguardaba; “las dejaron encerradas y no pudieron salir”, es el traumático recuerdo de los pocos testigos que aún quedan con vida, así como el rumor del viejo caudal del San Gregorio dañando todo a su paso desde el Santuario de Guadalupe hasta emblemáticas calles como la Mercaderes y la del Pueblo.
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Ocho décadas han transcurrido desde la trágica inundación del 8 de septiembre de 1944, fecha en que la ciudad de Parral fue devastada por las tempestuosas aguas del río que le vio nacer junto con la mina “La Negrita”, el mismo que hoy sigue definiendo su traza urbana, serpenteando de orilla a orilla y que de vez en cuando les incita temor a sus habitantes por causa de sus impredecibles avenidas.
La de 1944 no ha sido la única desgracia de este tipo en la memoria de los parralenses, puesto que los registros históricos apuntan a calamidades similares después de 1793 cuando el antiguo puente de Calicanto resultó dañado tras una embestida del rio San Gregorio, actualmente llamado simplemente como “Parral”. Luego de este episodio se registraron otros en 1832, 1837, 1936, el propio de 1944 y uno más reciente en el 2008.
La peor inundación en la historia de Parral
Autores como Rubén Rocha Chávez y Eloy Morales Torres recuerdan en su obra los por menores de la inundación de “aquel imborrable 8 de septiembre”, señalándola como la más grande de la historia de Parral por el número de víctimas mortales que causó, que fue de 31 personas -en su mayoría menores de edad- y por los daños materiales que dejó a su paso.
Rocha, citando el relato que ofreció en su momento el extinto periódico El Correo de Parral, menciona que la primera avenida del río se anunció la noche de ese viernes aproximadamente a las 11 de la noche cuando se alertó sobre la caída de una tromba en la región de la sierra de Los Azules. A esa hora el agua ya brincaba todos los puentes y su caudal estaba desbordado alcanzando las viviendas de las orillas.
El clímax de la inundación se dio a la media noche entre el 8 y el 9 de septiembre cuando la fuerza arrolladora del San Gregorio comenzó a derribar fincas y arrastrar todo a su paso, la mayoría de los puentes desaparecieron y la ciudad se convirtió en un enorme lago que cubrió céntricas locaciones como la Plaza Principal, las calles Flores Magón, Mercaderes, la del Pueblo (Agustín Melgar), Independencia y la plazuela Guadalupe Victoria.
Era un diluvio, eterna noche de luto, tragedia y destrucción, narró aquel cronista de El Correo que además pensó que la ciudad sería “barrida” por el río, pues en medio de la constante lluvia apareció la completa oscuridad a causa de fallas en la luz eléctrica; “por todos lados veíamos rostros de pánico; mujeres llorando e implorando a Dios… sólo unos cuantos guardaban la serenidad y se preocupaban por ayudar a los demás”.
Por su parte, Eloy Morales agregaría a este dantesco escenario que el agua había llegado a sitios donde se consideraba imposible e incluso de fantasía. Un cuadro apocalíptico cuya corriente arrastró vigas y durmientes del lejano puente de los Carrizos hasta la antigua Presidencia Municipal, mientras que ahí muy cerca, en la calle Colegio el excedente del río alcanzaba las rodillas de los infortunados transeúntes.
El oleaje de las aguas turbias por la destrucción dominó la calle Gutiérrez Zamora, hoy 20 de Noviembre, algunos tramos de la Flores Magón y en la Independencia su altura superaba el metro de altura. La del Pueblo prácticamente estaba sepultada entre la embravecida corriente que obligó a cientos de personas a huir hacia las partes más altas de ciudad.
Se arrodillaban hombres y mujeres con los brazos abiertos en cruz clamando a la divinidad que cesara la tempestad, pero los techos seguían hundiéndose, los muros y las cornisas caían ante el poder destructor del agua. Otras personas gritaban y corrían horrorizadas, fuera de sí, histéricas entre el pánico y la resignación, esperando que la muerte hiciera acto de presencia.
Mil doscientos metros cúbicos de agua por segundo se calcula que corrieron fuera del cauce del río esa noche, alternándose con distintas plegarias que surgían en la oscuridad: “Santo Dios, Santo Cielo, ayúdanos”, “Santo Fuerte, Santo Inmortal, líbranos Señor de todo mal” y otras muchas que sucumbieron entre la desolación, que no terminaron de ser expresadas.
Tragedia en el asilo de niñas
Más de una treintena de personas fallecieron durante la inundación de 1944, la mayoría fueron menores de edad que vivían en el sector de la calle Independencia y la del Pueblo. Destacan entre las víctimas 14 nombres de niñas que perdieron la vida cuando el inmueble en el que vivían colapsó entre las aguas; eran huérfanas y sus edades rondaban entre los 9 y 15 años, algunas eran hermanas, otras llegaron al asilo de lugares como Sombreretillo y Camargo.
El asilo Josefino, como popularmente se le conocía, se ubicaba en la calle Independencia numeral 34 y estaba habitado por 25 niñas de las cuales sobrevivieron únicamente 9 a la trágica inundación de 1944. Todas eran atendidas por las hermanas de la Orden Franciscana, pero milagrosamente ninguna religiosa murió en el acto según dictan las fuentes de la época.
Este sitio se convirtió en epicentro de la desgracia al sumar 14 víctimas mortales, pues todas eran niñas y estaban huérfanas. De acuerdo con Eloy Morales sí hubo testimonios de las religiosas acerca de esa noche, pues citando a la hermana Rosa Tristán se sabe que las niñas fueron llevadas a unos salones que existían en el edificio porque ahí no había goteras.
Contó Tristán que ella dormía junto con cinco niñas y que no solía despertarse a altas horas de la noche, pero ese 8 de septiembre una extraña sensación la hizo levantarse de su cama para buscar unos cerillos y encender una vela con la que verificaría que el agua no estaba entrando al salón, pero al activarse el fósforo escuchó un fuerte estruendo y observó cómo el techo se vino abajo; se salvó porque se encontraba debajo del marco de una puerta.
Luego de recobrar la serenidad que perdió momentáneamente al ser testigo del derrumbe, buscó una salida al patio del asilo mientras tomaba conciencia de que algunas niñas podrían haber muerto y otras esperaban ser rescatadas de entre las ruinas. Las demás hermanas gritaban por auxilio hasta que llegaron los soldados y algunas otras personas que prestaron ayuda.
Guadalupe Arzabala, según cita la fuente, era una niña de 12 años en ese momento que sobrevivió al derrumbe. Ella recibió severos golpes en una pierna y relató con voz triste que despertó porque le caía tierra… “luego escuché el golpe y brinqué de cama. Subiéndome por una viga pude salir por un agujero de donde me rescataron. De mis compañeras jamás supe”.
Allí murieron las niñas Carmen Velasco de 15 años, Teresa Aguirre de 13, Consuelo Pérez de 14, Lorenza Padilla de 13, Luisa Zapién de 14, Ana María Reyes de 11, María Reyes de 9, Esperanza Reyes de 6, Amada Ríos de 15, Natalia Ríos de 10, Elva Gamboa de 12, Sahara Gamboa de 9, Rayo Gamboa de 8 y Norberta Padilla de 11.
Todas huérfanas, inmoladas por el diluvio y las aguas que arrastró el San Gregorio. Traumatismo fue la causa de muerte que quedó inscrita para ellas en su acta de defunción, algunas tenían aún familiares, pero otras estaban completamente solas tratando de salir adelante en un mundo que les dio la espalda y lo único que tenían era su nombre, uno que poco a poco se ha ido perdiendo a 80 años de su fatal destino.
El edificio cayó sobre ellas, posiblemente sus últimos momentos fueron de angustia total; sepultadas por la tierra y las pesadas vigas, sintiendo su cuerpo mojado por el agua que se colaba entre las ruinas. Escucharon el derrumbe y quizá gritaron, quedaron inmovilizadas por el peso que se les vino encima.
Fueron tal vez esos golpes los que dieron por terminada su vida, en un breve instante de dolor, de sorpresa o incluso temor. Nadie supo sus últimos pensamientos o palabras, ni de la zozobra con la que exhalaron el suspiro final; sólo descubrieron sus cuerpos inertes ocultos entre los despojos del edificio, entre pesadas vigas, la tierra y el agua…
A raíz de la tragedia corrió en la ciudad el rumor de que las niñas estaban encerradas y que no pudieron escapar del inmueble que colapsó. Que nadie escuchó sus gritos y murieron completamente solas, en la oscuridad de una noche atípica y bajo el agua que derribó todo a su paso.
Esa es la versión que trascendió a manera de leyenda, que se trató de un hecho negligente y del que nunca hubo justicia. Todavía circula entre los hijos y los nietos de quienes vieron a Parral sufrir la peor de sus inundaciones en la historia de las pequeñas del asilo u orfanato, pero nadie sabe sus nombres ni cuántas fueron.
Añade Eloy Morales que los soldados llegaron cuando el derrumbe ya había ocurrido y que del agua de un canal que pasaba por debajo del edificio sacaron a las pocas niñas sobrevivientes porque estaban en riesgo de morir. Lograron salvar a nueve.
Fueron 31 las víctimas del San Gregorio
Muy cerca del asilo Josefino, en la calle del Pueblo se vivió otra tragedia en la que perecieron siete personas de la familia del ingeniero Leopoldo Nieto, ya que la casa donde residían colapsó como muchas más en la zona; cinco de las víctimas también fueron niñas: Guadalupe, Isabel, Teresa, Ana María y Belem, que corrieron la misma suerte que las pequeñas huérfanas. El agua no hizo distinción de clases.
En diversos sectores de la ciudad se registraron pérdidas humanas: en la Mercaderes fallecieron a raíz del colapso de viviendas Concepción y Sofía Pérez, ambas mujeres de la tercera edad; en la Plazuela Victoria y Santiago Méndez murieron respectivamente Luis Wong y Juan Chong, quienes pertenecían a la comunidad china; Ricardo García dejó de existir en la Arrollo de la Cruz y Juana León de Ortiz en la Industria.
Posterior al fatal 8 de septiembre fueron encontrados otros cuerpos cuya causa de muerte fue propiamente el ahogamiento, tratándose de los jóvenes Guillermo Cisneros, Jovita Maldonado, Jesús Santiesteban y Jesús “El Cuadrado” Valdez Montes, último que es recordado por acciones heroicas que desempeñó durante la noche de aquel viernes.
En total fueron 31 personas las que murieron a raíz del desbordamiento del río San Gregorio y aproximadamente mil las viviendas destruidas. Se contabilizaron más de 3 mil 400 parralenses sin hogar que fueron socorridos en albergues habilitados en un domicilio de la calle Flores Magón, la escuela secundaria Justo Sierra, el salón de panaderos, el templo de San Nicolás y las primarias 101, 102 y Artículo 123.
El rumor del río y los recuerdos de los niños de aquel Parral
La inundación de 1944 ocurrió hace 80 años, pero la mayoría de los sobrevivientes a estas alturas del tiempo ya dejaron el plano terrenal llevándose consigo todos sus recuerdos. Los que aún permanecen fieles a la vida vivieron la tragedia cuando eran niños por lo que su memoria guarda breves imágenes de su experiencia y por supuesto, las versiones de sus padres y abuelos.
Santiago “Chago” Obregón fue uno de esos niños que se levantó temprano el 9 de septiembre de 1944 y observó un Parral diferente, herido por las aguas del río que esa mañana seguían su habitual margen. El San Gregorio se veía tranquilo pero la ciudad estaba devastada, en un silencio sepulcral que le pareció ajeno a su realidad.
La noche anterior llovió mucho, recuerda el sonido de las gotas caer sobre su casa, los truenos y muy alejado de él un extraño eco que resonaba apaciblemente en su tímpano. No sabía que el agua estaba cerca y destruía todo a su paso, desconocía el apocalipsis que vivían las niñas del asilo o la familia Nieto. A pesar del leve temor que le provocó la intensa precipitación pudo conciliar el sueño.
A la mañana siguiente, bajó junto con su papá por la calle Centenario hasta la plaza Guillermo Baca y le pareció anormal ver ese lugar repleto de lodo. Éste no soltaba su mano y sentía una fresca brisa que le pegaba en el rostro, mientras su olfato percibía un aroma distinto al habitual, olía a destrucción y ese es su recuerdo más fiel. Tenía apenas 4 años.
De Carmelita, Teresita y las otras doce niñas del Josefino supo años después en voz de sus padres, “las dejaron encerradas y no pudieron salir, ellas murieron en aquella inundación”.