El 8 de septiembre de 1944 marcó un capítulo oscuro en la historia de Hidalgo del Parral, sumiéndola en una devastadora ruina y desolación que evocaba imágenes desgarradoras. Las calles se convirtieron en testigos mudos de una tragedia que cobró vidas y destruyó hogares, dejando a la ciudad sumida en el duelo y la desesperación.
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La tromba anunciada en Los Azules desató una furia descomunal que arrasó con todo a su paso. Desde las 11:30 de la mañana, se anunció que el río comenzaría a crecer, previniendo la calamidad que se avecinaba. A medida que la noche avanzaba, la situación se tornaba más desesperada. Los puentes se convirtieron en pasarelas para un torrente desbocado que se adentraba sin piedad en la urbe.
Las calles comerciales, antaño bulliciosas y llenas de vida, se transformaron en un paisaje desolador. Las tiendas, símbolos de prosperidad y actividad económica, fueron arrasadas por las aguas, llevándose consigo alimentos, ropa y todo tipo de enseres. La devastación era palpable en cada rincón de la ciudad, con hogares destruidos y vidas perdidas.
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La noche se volvió un escenario de horror, con gritos de auxilio resonando en la oscuridad y escenas de desesperación a cada paso. La energía eléctrica interrumpida constantemente sumía a Parral en la más absoluta oscuridad, donde solo se escuchaba el rugido implacable del río.
Pero incluso en medio del caos, la vileza humana encontró espacio para manifestarse. Los saqueadores, desprovistos de toda moral, aprovecharon la confusión para cometer robos y actos vandálicos. Ante esta situación, las autoridades militares impusieron la "Ley Marcial" para restaurar el orden y perseguir a los culpables de estos actos deplorables.
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La tragedia dejó un saldo desgarrador: alrededor de 30 vidas perdidas, mil hogares destruidos y miles de personas sin techo. La ciudad, antaño orgullo de Chihuahua, se sumió en el dolor y la desesperación. Pero en medio de la adversidad, surgió la solidaridad. Se formaron comités de auxilio y se lanzaron peticiones de ayuda a todo México, buscando mitigar el sufrimiento de los afectados.
Parral, una vez tierra de hombres eminentes y notables, se encontraba ahora sumida en la ruina. Pero como las aguas que inundaron sus calles, la ciudad y sus habitantes se levantarían nuevamente. A través del trabajo arduo y la solidaridad, Parral comenzaría el largo camino hacia la reconstrucción y la recuperación de su antiguo esplendor.
En el corazón de la tragedia, la historia de Parral resonaba con un eco de desesperación, pero también con la promesa de resiliencia y esperanza. En medio de la devastación, la comunidad se unió para enfrentar el desafío, recordando que, aunque las calles lucieran desoladas y destruidas, el espíritu de Parral seguía vivo y latente, listo para renacer, no de entre las cenizas, sino de entre las aguas, y reconstruir lo que la inundación había arrebatado.