Con una celebración litúrgica, las tradicionales mañanitas y devoción ferviente, feligreses celebraron la solemnidad de San José, la cual fue presidida por el obispo Mauricio Urrea Carrillo, quien el día de hoy cumple un aniversario de haber arribado a la Diócesis de Parral, es por ello que la parroquia se tiñó de luz y alegría con los frondosos arreglos florales que enmarcan la imagen del bienaventurado San José y esparcen una fragancia de paz y quietud.
La Iglesia católica se encuentra de fiesta, pues celebra al bienaventurado San José, hombre recto y justo que supo ser fiel a los designios que Dios le encomendó, el más importante de ellos, custodiar a su hijo predilecto Jesucristo, el salvador del mundo.
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A través de una celebración solemne presidida por el Obispo de la Diócesis de Parral, concelebrada por algunos sacerdotes, los feligreses se apostaron como cada 19 de marzo en la parroquia de San José.
La iglesia se tiñó de lirios, que representan la castidad con la que se distinguió San José, cantos armónicos entonados por un mariachi, y el fervor de los feligreses iluminaron una de las más emblemáticas parroquias de la ciudad.
Las tres lecturas que se apreciaron en la celebración, apuntaron claramente a un tema capital en la vida cristiana que tiene que ver con el vínculo y la relación de familia en la iglesia, todo comienza con ese Dios que se abaja a la pequeñez de los seres y entabla contacto.
El obispo Mauricio Urrea en su homilía destacó que Jesús vino a sellar un pacto indeleble entre Dios y los hombres, en donde quedó establecido que es padre de la humanidad.
“Nos dice San Pablo cuando Dios selló con Abraham una alianza de amor, para que mirara las estrellas de la noche y así de incontables serán tus descendientes, y otra vez non en la sangre sino en el espíritu, y muy particularmente en la fe, hijos de Abraham todos aquellos que como él tienen la capacidad de creerle a Dios y de confiarse a él, de nuevo un vínculo constituido por una decisión, Abraham nuestro padre en la fe como decimos”, mencionó el líder pastoral.
En la liturgia de la palabra aparece San José esposo de la Virgen María, padre putativo del Hijo de Dios, putativo se le denomina, pues fue concebido por el Espíritu Santo, por la gracia que abunda en el seno de la Virgen.
Con todo es verdaderamente padre y más porque asumió toda esa relación familiar, ese vínculo espiritual y es la Virgen la que lo señala de manera particular en el pasaje del niño perdido y encontrado en el templo.
La Virgen Santísima cuando encuentra a su hijo le pide razones del porque se les perdió “tu padre y yo te hemos buscado llenos de mortificación”.
El líder pastoral comentó que esto apunta a que en la iglesia privan relaciones muy superiores a aquellas que se consideran tan íntimas y profundas como la de la sangre familiar, la iglesia es la gran familia de Dios, extendida en todos los pueblos de la tierra, la iglesia es ese grupo de hijos e hijas de Dios que se reúnen en un lugar y ahí actualizan esas relaciones de familia.
“Hermanos todos, hermanos del hermano mayor nuestro Señor Jesucristo, hijos por el Espíritu Santo del Padre Celestial, y eso quiere la palabra de Dios subraya de nosotros en esta Solemnidad de San José, miren como se hacen realidad esas profecías dichas haces siglos, si el cristiano por el bautismo es otro Cristo para el mundo, es hijo de la Virgen María que tiene como padre protector en ese vínculo profundísimo e indestructible a San José, y que sacamos, de esta vinculación familiar y espiritual, tanta cosa que no nos alcanzaría el tiempo para describir, la primera identidad, ninguno de nosotros es cualquiera cada cual es en la iglesia un hijo e hija queridísima de Dios, en segundo lugar está destinado a gozar de Dios en esta vida y en la eterna, en tercer lugar mientras vamos por la historia y el tiempo, mientras caminamos por el mundo, sabemos que enfrentamos tanta cosa adversa y difícil y con todo nuestro Señor providente como es amoroso con cada uno ha arrimado a nuestras vidas recursos espirituales poderosísimas ”, destacó Urrea Carrillo.
El matrimonio de José con María fue un verdadero matrimonio, aunque virginal. Poco después del compromiso, José se percató de la maternidad de María y, aunque no dudaba de su integridad, pensó “repudiarla en secreto”. Siendo “hombre justo”, añade el Evangelio el adjetivo usado en esta dramática situación es como el relámpago deslumbrador que ilumina toda la figura del santo, no quiso admitir sospechas, pero tampoco avalar con su presencia un hecho inexplicable. La palabra del ángel aclara el angustioso dilema. Así él “tomó consigo a su esposa” y con ella fue a Belén para el censo, y allí el Verbo eterno apareció en este mundo, acogido por el homenaje de los humildes pastores y de los sabios y ricos magos; pero también por la hostilidad de Herodes, que obligó a la Sagrada Familia a huir a Egipto. Después regresaron a la tranquilidad de Nazaret, hasta los doce años, cuando hubo el paréntesis de la pérdida y hallazgo de Jesús en el templo.
Su imagen permaneció en la sombra aun después de la muerte. Su culto, en efecto, comenzó sólo durante el siglo IX. En 1621 Gregorio V declaró el 19 de marzo fiesta de precepto (celebración que se mantuvo hasta la reforma litúrgica del Vaticano II) y Pío IX proclamó a san José Patrono de la Iglesia universal. El último homenaje se lo tributó Juan XXIII, que introdujo su nombre en el canon de la misa.