/ domingo 3 de octubre de 2021

Don Juan, ermitaño de 85 años que vive alejado de la civilización

El escenario que comparte su morada es un sitio emblemático que se cuenta cómo de esos lugares fantásticos que adornan la literatura

Sin más acompañantes que un pequeño minino y un perro, don Juan Loera vive apartado de la sociedad, resguardando el “Camino Real” partiendo de Santa Bárbara por la ruta de Oñate rumbo a la sierra de Belloteros, el acceso a su vivienda que yace sobre los cimientos de una cueva, es conocido por los senderistas y personas que gustan de visitar esta parte en el sur del estado, sin luz ni baño, pero con agua potable que proviene de un manantial que también alimenta al Río San Rafael.

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A sus 85 años, con sordera y un padecimiento que le genera un fuerte dolor en los pies y piernas, a don Juanito no le gusta la civilización, pero acepta ser llevado por quienes ya le tomaron aprecio, para recibir atenciones médicas al dispensario, siendo el único que tiene con la civilización cada que pueden llevarlo.

El trayecto hacía su morada es complicado, pues se encuentra a poco más de 12 kilómetros de la cabecera municipal de Santa Bárbara, después de pasar el lugar conocido como Belloteros, que actualmente no cuenta con un camino habilitado para llegar en vehículo, por lo que se tiene que llegar a pie a partir de este sitio.

Caminando cerca de dos kilómetros a pie, para encontrar al ermitaño se tuvo que contactar a un guía de nombre Juan Alonso Vallejo quien, a su vez en su momento, fue ayudado por senderistas para encontrar la morada que yace en una cueva.

La primera impresión de la casa de don Juan Loera es precisamente una gran piedra que forma parte de la estructura de su cocina, dando la impresión de que la construcción de adobe inició sus cimientos desde una de las cuevas de este escenario particular de la Sierra Madre en el sur del estado.

Con piedras que fueron depositadas minuciosamente para cercar de alguna manera los límites de donde se termina el trazo que resguarda apenas tres cuartos, uno que sirve como cocina y los otros dos como recámaras, el acceso es libre.

Al dibujar la silueta como visitante sobre la puerta, la invitación a una taza de café con una potente e insistente voz es la primera sensación auditiva, sirviéndose con agua de manantial que hierve en una olla de peltre, sobré el cálido fogón que alumbra la pared de la piedra donde está construida la casa.

Con una sabiduría que anuncia una sequía más severa que la anteriormente padecida, las primeras palabras que se tuvieron con don Juanito fue sobre su experiencia sobre las lluvias recordando las más abundantes que en sus primeros años logró percibir.

Don Juan Loera es una persona que podría llamarse como un ermitaño, aunque no ha sido dejado solo, puesto que las personas que caminan con regularidad estos sitios pasan a dejarle alimento, así como la familia que tiene le visita con regularidad.

Las preguntas para don Juan tienen que exclamarse con voz de grito, dado su padecimiento de sordera, pero eso no afectó a la información que fue proporcionada iniciando con el año de su nacimiento que fue en 1935.

“Es triste que no puedo ir con mis pies porque me duelen, cuando uno estaba nuevo no había problema, yo aquí nací y esta casa ya estaba, así como la ven, yo trabajé desde mis 17 años, me fui a Jiménez, a Búfalo, pero volví a mi casa”.

Fueron de las primeras palabras que entabló, mientras un gato pequeño recorría el espacio con ese insistente jugueteo que tienen los felinos a la par de la continuidad de la plática, que prosiguió con la historia sobre su familia.

Juan Loera tiene un hermano que está quedando ciego y una hermana que con regularidad le visita; sin embargo, es uno de sus sobrinos quien está más al pendiente y es quien le lleva el sustento ya que no puede bajar a la ciudad por sus propios medios.

LA MEDICINA DEL MONTE GRACIAS A DIOS PADRE SANTO

“Hay que cuidar la vista y dejar los vicios, son las cosas que le puede decir uno a los jóvenes, porque cuando uno era nuevo podía hacer muchas cosas y ahora me cargan como una criatura para que me revise el doctor”, explicó.

Para dolores de estómago y malestares comunes, “don Juanito” conoce la providencia medicinal que ofrece la madre tierra en el sur del estado grande, explicando cómo el “chuchupaste” es una de las que más usa y que sabe localizar dentro de la variada flora que adorna este emblemático sitio.

Otro de los remedios es también un excelente condimento en los alimentos que al fusionar en alquimia con los “frijolitos”, el desmembrado cuerpo de una víbora de cascabel sabe perfecto, además de ser desagravio de diversos males.

La fauna que conoce y de la cual ha tenido que cuidarse, son en su mayoría los pumas, serpientes y jaguarindis que aquí se conocen cómo las denominadas onzas.

ALEJADO DE LA CIVILIZACIÓN POR GUSTO

Al preguntarle con una cercanía tal que requería acercarse a sus oídos sobre el porqué prefiere vivir alejado de la gente, sin energía eléctrica, sin internet y sin los servicios básicos, el expone lo siguiente.

“Yo soy de rancho, a mí me criaron para trabajar por la comida, ahora que no puedo ni caminar, voy pasito a pasito a conseguir leña, pero no me gusta la ciudad, me gusta vivir en el rancho”.

Hasta ahora, es la única persona que se sabe vive en las afueras de la llamada civilización en la región; sin embargo, el escenario que comparte su morada es un sitio emblemático que se cuenta cómo de esos sitios fantásticos que adornan la literatura clásica.

Sin más acompañantes que un pequeño minino y un perro, don Juan Loera vive apartado de la sociedad, resguardando el “Camino Real” partiendo de Santa Bárbara por la ruta de Oñate rumbo a la sierra de Belloteros, el acceso a su vivienda que yace sobre los cimientos de una cueva, es conocido por los senderistas y personas que gustan de visitar esta parte en el sur del estado, sin luz ni baño, pero con agua potable que proviene de un manantial que también alimenta al Río San Rafael.

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A sus 85 años, con sordera y un padecimiento que le genera un fuerte dolor en los pies y piernas, a don Juanito no le gusta la civilización, pero acepta ser llevado por quienes ya le tomaron aprecio, para recibir atenciones médicas al dispensario, siendo el único que tiene con la civilización cada que pueden llevarlo.

El trayecto hacía su morada es complicado, pues se encuentra a poco más de 12 kilómetros de la cabecera municipal de Santa Bárbara, después de pasar el lugar conocido como Belloteros, que actualmente no cuenta con un camino habilitado para llegar en vehículo, por lo que se tiene que llegar a pie a partir de este sitio.

Caminando cerca de dos kilómetros a pie, para encontrar al ermitaño se tuvo que contactar a un guía de nombre Juan Alonso Vallejo quien, a su vez en su momento, fue ayudado por senderistas para encontrar la morada que yace en una cueva.

La primera impresión de la casa de don Juan Loera es precisamente una gran piedra que forma parte de la estructura de su cocina, dando la impresión de que la construcción de adobe inició sus cimientos desde una de las cuevas de este escenario particular de la Sierra Madre en el sur del estado.

Con piedras que fueron depositadas minuciosamente para cercar de alguna manera los límites de donde se termina el trazo que resguarda apenas tres cuartos, uno que sirve como cocina y los otros dos como recámaras, el acceso es libre.

Al dibujar la silueta como visitante sobre la puerta, la invitación a una taza de café con una potente e insistente voz es la primera sensación auditiva, sirviéndose con agua de manantial que hierve en una olla de peltre, sobré el cálido fogón que alumbra la pared de la piedra donde está construida la casa.

Con una sabiduría que anuncia una sequía más severa que la anteriormente padecida, las primeras palabras que se tuvieron con don Juanito fue sobre su experiencia sobre las lluvias recordando las más abundantes que en sus primeros años logró percibir.

Don Juan Loera es una persona que podría llamarse como un ermitaño, aunque no ha sido dejado solo, puesto que las personas que caminan con regularidad estos sitios pasan a dejarle alimento, así como la familia que tiene le visita con regularidad.

Las preguntas para don Juan tienen que exclamarse con voz de grito, dado su padecimiento de sordera, pero eso no afectó a la información que fue proporcionada iniciando con el año de su nacimiento que fue en 1935.

“Es triste que no puedo ir con mis pies porque me duelen, cuando uno estaba nuevo no había problema, yo aquí nací y esta casa ya estaba, así como la ven, yo trabajé desde mis 17 años, me fui a Jiménez, a Búfalo, pero volví a mi casa”.

Fueron de las primeras palabras que entabló, mientras un gato pequeño recorría el espacio con ese insistente jugueteo que tienen los felinos a la par de la continuidad de la plática, que prosiguió con la historia sobre su familia.

Juan Loera tiene un hermano que está quedando ciego y una hermana que con regularidad le visita; sin embargo, es uno de sus sobrinos quien está más al pendiente y es quien le lleva el sustento ya que no puede bajar a la ciudad por sus propios medios.

LA MEDICINA DEL MONTE GRACIAS A DIOS PADRE SANTO

“Hay que cuidar la vista y dejar los vicios, son las cosas que le puede decir uno a los jóvenes, porque cuando uno era nuevo podía hacer muchas cosas y ahora me cargan como una criatura para que me revise el doctor”, explicó.

Para dolores de estómago y malestares comunes, “don Juanito” conoce la providencia medicinal que ofrece la madre tierra en el sur del estado grande, explicando cómo el “chuchupaste” es una de las que más usa y que sabe localizar dentro de la variada flora que adorna este emblemático sitio.

Otro de los remedios es también un excelente condimento en los alimentos que al fusionar en alquimia con los “frijolitos”, el desmembrado cuerpo de una víbora de cascabel sabe perfecto, además de ser desagravio de diversos males.

La fauna que conoce y de la cual ha tenido que cuidarse, son en su mayoría los pumas, serpientes y jaguarindis que aquí se conocen cómo las denominadas onzas.

ALEJADO DE LA CIVILIZACIÓN POR GUSTO

Al preguntarle con una cercanía tal que requería acercarse a sus oídos sobre el porqué prefiere vivir alejado de la gente, sin energía eléctrica, sin internet y sin los servicios básicos, el expone lo siguiente.

“Yo soy de rancho, a mí me criaron para trabajar por la comida, ahora que no puedo ni caminar, voy pasito a pasito a conseguir leña, pero no me gusta la ciudad, me gusta vivir en el rancho”.

Hasta ahora, es la única persona que se sabe vive en las afueras de la llamada civilización en la región; sin embargo, el escenario que comparte su morada es un sitio emblemático que se cuenta cómo de esos sitios fantásticos que adornan la literatura clásica.

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