Tragedia de ferrocarril en Jiménez, 48 años después

Una terrible experiencia que cambió la vida de Don Juan de Dios y su familia por completo. A sus 88 años, comparte los recuerdos del fatídico día y lo agradecido de seguir vivo, disfrutando de las antigüedades y la música

Abraham Zamarrón | El Sol de Parral

  · miércoles 1 de julio de 2020

A 48 años de la peor tragedia en la historia de Jiménez, la explosión del ferrocarril, que para muchos sigue siendo zumo amargo, pero para otros, afortunadamente y por gracia del Creador, una anécdota, que sin embargo, trajo cambios a su vida, como el renunciar a un patrimonio y empezar de cero, lejos del epicentro de la contingencia, para prevenir otra posible tragedia.

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Muchos son los pasajes de la historia Jimenense, pero ninguno tan oscuro y triste como la explosión del ferrocarril, que hoy a casi medio siglo de haberse ocurrido, sigue lacerando las memorias de quienes vivieron de cerca la tragedia.

Tal es caso del señor Juan de Dios Sosa Cázares, quien hoy a sus 88 años, y con toda una trayectoria en el mundo de los ferrocarriles, y cuyos vestigios y recuerdos adornan las paredes de su vivienda, recuerda como por intervención divina, o casualidad, ese día no acudió a trabajar.

EL HECHO, ¿QUÉ FUE LO QUE FUE OCURRIÓ?

Según versa en el archivo histórico, poco antes de lo sucedido, un error, sin malicia, había sido cometido, el maquinista a cargo, de nombre Hugo Alarcón, dejó a su ayudante al mando de la máquina, porque éste, iría a cortarse el cabello a una peluquería que quedaba cerca.

El ayudante, sin saber del error que estaba cometiendo, desvió el tren proveniente de sur a norte al carril uno, donde se encontraba otro tren cargado de tanques con gas butano, haciendo explotar aquellos vagones, un sábado primero de Julio de 1972.

DE LA INDIFERENCIA, A CORRER POR SUS VIDAS

Don Juan de Dios, comentó que esa semana había trabajado algunas horas extra colocando rieles; sin embargo, estas no se vieron reflejadas en su paga, por lo que el secretario de la Estación, le dijo que se tomara el sábado libre a cuenta de las horas extra no pagadas, por lo que ese sábado negro estaba en su casa, aproximadamente a 300 metros de donde se suscitó el percance.

“Mi hijo el mayor, Esteban, de 20 años, estaba sentado en una ventana leyendo, mientras que mis otros hijos también se entretenían con unas revistas, estaban sentados en una llanta grande que tenía yo por ahí. De repente escuché un golpe y la verdad no supuse nada fuera de lo normal, tal vez alguna colisión entre vagones durante el acoplamiento o algo así”, explicó.

De repente su hijo Esteban abandonó la lectura y salió corriendo a alertar a la familia: “vámonos papá, esto va a explotar”, - “la verdad yo ni le creía, no pensé que fuera para tanto, hasta que mi hijo tomó a sus hermanos y dijo, ¡vámonos, si mi papá no quiere, que se quede!”, siendo ese momento donde decidió seguir a su familia. Ello aunado a las decenas de personas que corrían, a pie a caballo o en vehículos vaticinando lo inminente.

Al cabo de unos minutos, ya cuando habían salido del sector de la estación y habían llegado a la carretera, hoy vialidad Mariano Jiménez, fueron estremecidos por un fuerte estruendo, la explosión mayor se había registrado.

Recordó que en su intento de ponerse a salvo, él y su familia acudieron más delante de lo que actualmente es el Barrio de la Rana, donde en ese entonces era un sembradío de alfalfa, donde la noche los alcanzó, al igual que otro compañero de trabajo y su familia.

Él y su compañero decidieron ir a revisar qué había pasado con sus casas, por fortuna nada había pasado a las viviendas; sin embargo, su percepción de seguridad y tranquilidad, ya jamás fue la misma, jamás regresaron a las casas de la Estación.

“Tiempo después la empresa nos hizo casas a todos los trabajadores cerca de la estación, yo no la quise, le dejé abandonada, me traje a mi familia aquí donde vivimos ahorita, y poco a poco fui construyendo mi casa, en esa ocasión la tragedia fue a las tres de la tarde, volvía a pasar de noche o más cerca, Dios guarde la hora. Ya no hubo otra explosión, pero aquí vivimos muy tranquilos”, aseveró Don juan de Dios.

LLAMAS Y HUMO EN EL CIELO, Y FIERROS VOLANDO

La fuerte explosión provocó una llamarada que abarcó varios metros a la redonda, alcanzó fácil 30 metros de altura y como otros 50 metros tan solo de humo negro. “En se entonces había pinabetes en los alrededores, se escuchaban como si los guisaran con manteca de puerco, nomás para que se dé una idea del calorón que provocó la explosión y de la magnitud de la catástrofe”, explicó Don Juan de Dios.

La fuerza de la explosión fue tal, que decenas de fierros retorcidos salieron volando a varios metros, tal vez kilómetros, “desde la estación hasta la campesina llegaron los fierros, muchos años duró uno incrustado en una de las paredes de la cantina “el Ranchito”, por ahí hay quienes tienen fotos de ello, yo ya no”, manifestó el entrevistado.

LAS CIFRAS DE LA TRAGEDIA

A casi medio siglo del sábado negro, la cifra oficial de decesos sigue siendo un misterio, el número oscila entre los diez y los cien muertos; sin embargo, ello no dice nada al entrevistado, quien asegura que nunca se podrá saber el número real de las vidas que se perdieron.

“Tan sólo ese día llegó un tren de pasajeros al que le decíamos el pollero, venía de México e iba a ciudad Juárez, súmele los de las personas que estaban en la estación, los trabajadores y a quienes alcanzó la explosión”, dijo.

Además, ese día había estiba de trigo, muchos trabajadores fallecieron en el lugar, incluyendo el dueño del trigo al que le decían “el búlico”, que por ir a salvar su producto, pereció tras la explosión, explicó el entrevistado.

“A muchos de los que fallecieron pudimos reconocerlos por los zapatos, sus cuerpos estaban como encogidos y todos calcinados, pero por el calzado supimos de quien se trataba, otros más jamás supimos de quienes se trataba”, explicó.

Finalmente, agregó que una semana después de la tragedia, acudió a la estación para ver cómo había quedado el lugar, todo se derrumbó como dice la canción, pero se sostuvo una parte de lo que era el comedor, donde había una barra que hacía escuadra con una pared.

“Desde que entré me dio el olor a carne quemada, me asomé a la esquina de la barra, y se lo juro, ahí estaba un cuerpo completamente quemado, ¿Quién sería?, quién sabe, yo salí corriendo a avisar y jamás volví”, concluyó mientras agradecía a Dios la oportunidad de no haber estado en el lugar de la explosión ese día, llegar a viejo y seguir disfrutando de su pasión, las antigüedades y la música, hoy los cartuchos de ocho tracks que repara mientras recuerda aquel sábado, del que ya pocos hablan.