Los agujeros que 700 balas dejaron en el templo de Santa Anita, Guachochi, ya no son más visibles. A 17 meses del enfrentamiento entre “Los Reyes” y “El Chapo Calín”, el pueblo resurgió y su centro religioso ha sido reparado. Más de 300 rarámuris y mestizos recuperaron sus imágenes “lastimadas” que ahora presiden un memorial, mientras que la madre de Claudio, joven decapitado y abandonado en el lugar aquel 7 de junio, aún llora su pérdida. Los sacerdotes Enrique Urzúa y Antonio García, desde la Sierra Tarahumara, entre lágrimas, hacen el llamado a los criminales a convertirse y no causar más daño: “Estamos celebrando la pasión, muerte y resurrección de la comunidad. ¡Ya basta… Déjennos en paz!”.
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El 7 de junio de 2023, la comunidad de Santa Anita, en el municipio de Guachochi, Chihuahua, en el corazón de la Sierra Tarahumara, quedó entre el fuego cruzado de dos grupos criminales que se disputaban el territorio. Más de 700 balas impactaron en el templo de la población, que está integrada por cerca de 300 personas en su mayoría indígenas. No todas contaron con los medios para huir de las violencias y se quedaron en sus casas.
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El padre Enrique Urzúa, párroco de la Catedral de Guachochi, fue uno de los primeros respondientes, quien, al enterarse de la situación, acudió junto con el entonces seminarista Antonio García para atender a los pobladores, encontrando desolación, miedo e incertidumbre, pero además un pueblo asombrado por el acontecimiento.
Además de la iglesia baleada, en el lugar yacía el cuerpo decapitado de Claudio González Cruz, un joven de 21 años perteneciente a la comunidad, y también abandonaron una camioneta incinerada. A raíz de esto, el padre Urzúa imploró a los criminales, a través de un video que se viralizó en internet, en nombre de Dios, a que dejaran de lastimar a la comunidad.
La versión que se manejó fue que, en el lugar, al encontrarse una escuela y contar con internet, los miembros del crimen organizado estaban al exterior del templo usando sus celulares. Sin embargo, al percatarse de la presencia de otro grupo criminal, el primer lugar al que acudieron a refugiarse fue hacia el templo.
Al descender de sus vehículos, el grupo comenzó a realizar disparos a la fachada, ya que ellos suponían que sus enemigos se encontraban al interior. Pero, al contar el templo con una salida trasera, estos lograron escapar, por lo que al ingresar el grupo contrario y percatarse de que ya no estaban, descargaron su ira contra toda imagen religiosa y sus paredes.
Posteriormente, procedieron a incendiar la camioneta que se encontraba al exterior del templo y que dejaron los miembros del crimen organizado, además de abandonar el cuerpo de Claudio, quien su madre vio un año después, pero ya muerto, al decirle que se había ido a trabajar a la manzana en Cuauhtémoc.
Fue una pugna entre dos grupos antagónicos pertenecientes a un mismo cártel del crimen organizado lo que desató, en aquella ocasión, el hecho que sacudió a la zona de Santa Anita, que se convierte en el epicentro de decenas de comunidades aledañas, ya que funciona como punto de encuentro y lugar del que se abastecen de alimentos.
Datos de inteligencia de la Fiscalía General del Estado ubicaron al grupo de "Los Reyes", liderado por Reyes C. G., en disputa constante contra otra fracción dirigida por Melquiades Díaz Mesa, alias "El Chapo Calín" o "El 13" —asesinado días después—, ambos afines al Cártel de Sinaloa y compadres. Sin embargo, una ruptura entre ellos llevó a que en la región serrana se suscitaran constantes enfrentamientos.
Uno de esos lugares que sufrió las consecuencias del rompimiento fue Santa Anita, una comunidad a 50 kilómetros de la cabecera municipal y que, para llegar hasta este punto, hay que atravesar caminos muy escabrosos, lo que hace que el viaje se prolongue por casi 90 minutos partiendo de Guachochi.
Ahora el viaje es distinto. Después de la misa de las 9 de la mañana que preside el padre Enrique Urzúa, se acudirá a Santa Anita para que su comunidad reciba el templo, que ya fue reconstruido en su totalidad. Para ello, nuevamente el sacerdote se convierte en el medio para poder arribar hasta la zona enclavada en la Sierra Tarahumara.
Ya han pasado 17 meses del ataque y el templo de Santa Anita fue reconstruido, en palabras del sacerdote: "Más bonito que antes de los balazos"
Indígenas y mestizos peregrinaron desde la entrada del pueblo hacia su templo para bendecirlo y pedirle a Onorúame que los cuide, pidiéndole que lo ocurrido no se repita nunca. Con el aroma del incienso, la música de un violín tradicional y decenas de sonrisas, cargaron con las imágenes de Cristo, la Virgen de Guadalupe, San Judas Tadeo y Santa Anita, lastimadas por la violencia, con huellas visibles de un pasado doloroso y orificios de profanación.
Ellas fueron recibidas por los pobladores tras meses de resguardo y, después de caminar por la terracería que encierran miles de pinos de la majestuosa sierra chihuahuense, entre el rumor de los barrancos y el frío de la temporada preinvernal, las reintegraron al lugar donde por años han sido veneradas.
Las cruces, cuadros y esculturas, símbolos de su fe, marcharon junto con ellos en lo que se manifestó como una caminata por la paz, a la que se unieron los vecinos que se encontraban entre el camino. “¡Nuestras imágenes están de vuelta!”, expresaban los mestizos, mientras que los rarámuris solemnemente avanzaban por la brecha con la mirada fija hacia delante, donde se encontrarían con el templo.
Llegar a la iglesia de Santa Anita y verla reconstruida iluminó los rostros de los peregrinos. Sonaron las campanas con un glorioso júbilo que se prolongó durante un ceremonial que los hizo rodear una y otra vez la cruz del atrio, y finalmente el templo entero.
A los pies del edificio reconstruido, indígenas y mestizos participaron de la bendición que encabezaron los padres Urzúa y García, y Toñita, una de las lideresas del pueblo rarámuri. Los primeros con el agua bendita y la segunda con el incienso, pero todos ellos con las palabras que su respectivo idioma les permitió dirigirse a Dios, a Onorúame.
El templo era blanco, pero hoy luce de color azul como el cielo, según indicó el arquitecto que colaboró en el proyecto. El interior, que había sido dañado por las balas, ahora luce tapizado por flores de papel que las hermanas Luli y Sanjuanita, encargadas de la comunidad, hicieron con sus manos, reflejando el renacimiento de la comunidad.
Este templo ha sido reconstruido, pero detrás del cemento de estas paredes hay dolor
El sacerdote Enrique Urzúa dirigió unas palabras a la comunidad en la misa de bendición del templo. “Este templo ha sido reconstruido pero detrás o debajo del cemento de estas paredes hay dolor, hay balas. Como también hay dolor en nuestro corazón, temor en él, pero Nuestro Señor sana ese dolor para volver a caminar con nosotros, para volver a ser pueblo. Hermanos indígenas, no se me olvida aquel 7 de junio cuando los miraba temerosos, desde lejos en sus casas o huyendo por los caminos sin saber a dónde ir. No dejo de recordar el llanto de los maestros, yendo a Catedral, mirando su Cristo baleado. No se me olvida también cuando les llevaron flores a sus imágenes. Fueron momentos muy dolorosos, no se me olvidan aquellos niños que encontramos a unas cuantas casas de aquí sin comer ni beber y solos porque su madre no podía volver”.
Pidió a Dios por la comunidad, pero también desde ese lugar dijo hacer lo mismo por la paz de todos los pueblos, por la parroquia, por la patria. “Cuiden este templo, hermanos indígenas y mestizos, que ha quedado muy bonito. Es la casa de Dios donde les abraza a todos”.
Agradeció al alcalde José Yáñez por el apoyo, quien se dio cita al lugar para acompañar en la entrega a la comunidad. Él brindó un mensaje y dijo que de inmediato se unieron para poder ayudar con la comunidad. “Siempre solidarios con mucha fe para que todo lo que hemos vivido cese y que el ver la comunidad unida me llena de gusto, de tranquilidad, el saber que hay gente buena que estamos trabajando por nuestro municipio y que aquí en Santa Anita, esta obra sirva para unirnos, darnos esperanza, mucha fe y que con cariño la cuidemos para que perdure”.
También Urzúa agradeció a la gobernadora María Eugenia Campos Galván ya que ella hizo todo lo posible y se comprometió un día después de la balacera en reconstruir el templo. “Hoy gracias a Dios nos pueden entregar esta obra y bendecirla. Creo que con nuestros recursos no hubiera sido posible”.
Madre de Claudio, aún llora su partida
Con un traje típico de los rarámuris y con un pequeño de apenas un año de edad nos acercamos a Guadalupe, ella es la madre de Claudio, joven decapitado y abandonado en el lugar aquel 7 de junio. La gobernadora Candelaria le pide en su lengua que, si puede brindar una entrevista para este medio de comunicación, a lo que ella accede y al exterior del templo, a escasos metros de donde fue abandonado el cuerpo de su hijo, concede unas palabras.
Con su rostro como si el hecho hubiese sido ayer, aún llora la pérdida de su hijo, que por cuestiones de gasto tuvo que ser sepultado en Guachochi. El sacerdote Enrique Urzúa recordó que en aquella ocasión en que él acudió al auxilio ella de manera desesperada lo primero que le cuestionó fue: “¿Dónde está mi hijo?”
Al realizarle nuevamente una pregunta, su hija María observa lo que está pasando y se acerca. Con nostalgia dice que extraña mucho a su hermano, Claudio, pues era un joven muy inteligente que se dedicaba a trabajar en la madera.
Dijo que su hermano salió de casa y no lo volvieron a ver hasta un año después, pero tristemente ya cuando su cuerpo fue abandonado a las afueras de la iglesia aquel 7 de junio del 2023, que marcó la huella de la comunidad.
Memorial para las "imágenes lastimadas"
La comunidad pidió un apartado especial al interior del templo. Un memorial para las “imágenes lastimadas” que aún reflejan la huella de la violencia. Santa Anita, un Cristo, la Virgen de Guadalupe y algunos otros tienen los orificios por los impactos de arma de fuego de grueso calibre y así se quedarán. “Es la voluntad de la comunidad y nosotros lo respetamos”, dijo el Sacerdote Enrique Urzúa al cuestionarlo si estaba de acuerdo con lo que le pedían.
El lugar se exhibirá, al entregar el templo el padre Urzúa realizó la bendición y les dijo a los presentes que ya tendrán oportunidad de observar las imágenes que durante los 17 meses él resguardó en la parroquia que se ubica en la cabecera municipal.
Sanjuanita y Luli, una nueva misión
Las hermanas misioneras Sanjuanita y Luli han sido enviadas al lugar para restablecer el tejido social. Desde marzo del presente año ellas han viajado de manera constante para trabajar con la comunidad mestiza e indígena. Como parte de la reconstrucción del templo se les habilitaron dos cuartos como dormitorios con su cocina y ya han pasado varias noches en Santa Anita, la comunidad que se ubica a casi 50 kilómetros de la cabecera municipal.
¡Ya basta en nombre de Dios... Déjennos en paz!
“Un día histórico para Santa Anita y el mundo que hace más de un año se fijó en nosotros”, fueron las palabras del padre Antonio García, quien con lágrimas en los ojos y desde la iglesia que en sus entrañas esconde cicatrices de la violencia y miedo, y que ahora es signo de esperanza para los pobladores, repitió el llamado que el padre Urzúa hizo hace más de un año: “¡Ya basta en nombre de Dios… ¡Déjennos en paz!”
En aquel entonces él era seminarista y fue quien acompañó a Urzúa al llamado de auxilio, por ello le pidió que fuera quien hiciera la bendición de las imágenes. “Bendice, Señor, estas imágenes de nuestro Señor Jesucristo, de la Virgen de Guadalupe, San Judas Tadeo y Santa Anita, tanto las lastimadas por un mundo que no sabe lo que lo sagrado significa, tanto las nuevas que recibirán ahora. Bendice también con ellas a estos hijos tuyos y te pido también por aquellas personas que provocaron este desastre, conviértelas, haz que su corazón se vuelva a ti”.
Hizo un llamado para ser artesanos de paz. “Gracias a Dios estamos aquí otra vez. Disfrutemos de este momento histórico. Traigamos a la memoria a las personas que han muerto. Es un momento para dar gracias a Dios por la vida. Que Dios nos siga dando esa fuerza para seguir caminando en esta vida, en el amor y en la paz. Aquí estamos, celebrando la pasión, muerte y resurrección de Santa Anita”.