Familias del albergue San Andrés salen a buscar leña, en los terrenos cercanos a la Vía Corta, a la altura de donde será el fraccionamiento "La Fortuna". Juntan para un día o dos. Cargan los leños en carretillas, en su espalda y brazos a pie. Van por la madera, a los árboles secos, fuera de sus casas, porque no tienen para comprarla, ni forma de surtirse de gas, según comentan los habitantes de ese refugio. El sol sombrea las siluetas de la familia Bustillos Pastrana y les brinda el calor, que el viento les arrebata, del último frente frío. El otoño ya sabe a inverno: El metal de las puertas, las paredes de lámina, madera, yeso y la piel de los pobladores del albergue, juegan entre equilibrios térmicos, con el aire helado. Lucrecia, Rocío, Cinthia, junto con una niña pequeña y un perro, recorrieron aproximadamente dos kilómetros, desde el albergue San Andrés, hasta los terrenos cercanos donde se construye el fraccionamiento "La Fortuna". Llevaban consigo una carretilla en brazos y un hacha, ahí juntaron leña de los árboles que en su despiadada amabilidad, el tiempo secó. La familia Bustillos Pastrana, cuenta que la leña les durará dos días y que en ese periodo, tendrán que volver por más madera. Relatan que en su casa no tienen servicio de gas, porque es costoso adquirirlo para ellas. Con machete en mano derecha, Melquiades González parte en cachos una rama que sostiene de la tierra, su otra muñeca está vendada e inflamada. “Pos tenemos que “leñar” pal frío”, dice Melquiades. La mujer es acompañada por sus hijos, una amiga y sus perros "Shakira" y “Pirrito”. La familia busca entre la tierra, las ramas secas, la permanencia del futuro fuego, que cobijará su hogar y que servirá para hacer sus alimentos. “La leña la llevamos en la espalda y carretilla. Aguanta pa´ dos días, porque de ahí también cocinamos”, expresó Melquiades. La mujer rarámuri narra que su esposo trabaja, “pero pos ya está muy viejo”. Dice que han querido comprar la leña que venden los camiones; sin embargo, es costosa para lo poco que ganan. Después de más de una hora de buscar los trozos de madera seca, la familia retorna al albergue. Sus sombras se miran jorobadas, por la leña que amarraron en su espalda. Sus siluetas ya las borra el polvo y la distancia; sin embargo, a lo lejos levantan la tierra otras personas, con una carretilla y un hacha en mano. También las trajo el frío.
Familias del albergue San Andrés salen a buscar leña, en los terrenos cercanos a la Vía Corta, a la altura de donde será el fraccionamiento "La Fortuna". Juntan para un día o dos. Cargan los leños en carretillas, en su espalda y brazos a pie. Van por la madera, a los árboles secos, fuera de sus casas, porque no tienen para comprarla, ni forma de surtirse de gas, según comentan los habitantes de ese refugio. El sol sombrea las siluetas de la familia Bustillos Pastrana y les brinda el calor, que el viento les arrebata, del último frente frío. El otoño ya sabe a inverno: El metal de las puertas, las paredes de lámina, madera, yeso y la piel de los pobladores del albergue, juegan entre equilibrios térmicos, con el aire helado. Lucrecia, Rocío, Cinthia, junto con una niña pequeña y un perro, recorrieron aproximadamente dos kilómetros, desde el albergue San Andrés, hasta los terrenos cercanos donde se construye el fraccionamiento "La Fortuna". Llevaban consigo una carretilla en brazos y un hacha, ahí juntaron leña de los árboles que en su despiadada amabilidad, el tiempo secó. La familia Bustillos Pastrana, cuenta que la leña les durará dos días y que en ese periodo, tendrán que volver por más madera. Relatan que en su casa no tienen servicio de gas, porque es costoso adquirirlo para ellas. Con machete en mano derecha, Melquiades González parte en cachos una rama que sostiene de la tierra, su otra muñeca está vendada e inflamada. “Pos tenemos que “leñar” pal frío”, dice Melquiades. La mujer es acompañada por sus hijos, una amiga y sus perros "Shakira" y “Pirrito”. La familia busca entre la tierra, las ramas secas, la permanencia del futuro fuego, que cobijará su hogar y que servirá para hacer sus alimentos. “La leña la llevamos en la espalda y carretilla. Aguanta pa´ dos días, porque de ahí también cocinamos”, expresó Melquiades. La mujer rarámuri narra que su esposo trabaja, “pero pos ya está muy viejo”. Dice que han querido comprar la leña que venden los camiones; sin embargo, es costosa para lo poco que ganan. Después de más de una hora de buscar los trozos de madera seca, la familia retorna al albergue. Sus sombras se miran jorobadas, por la leña que amarraron en su espalda. Sus siluetas ya las borra el polvo y la distancia; sin embargo, a lo lejos levantan la tierra otras personas, con una carretilla y un hacha en mano. También las trajo el frío.