En tiempos de pandemia, las honras fúnebres para los difuntos cuya causa de muerte es ajena al Covid-19, se igualan a las de un fallecido víctima de ese mortal virus.
Dadas las medidas sanitarias que la autoridad impuso para contener la propagación del Sars-Cov2, los muertos son literalmente echados al “hoyo” luego de que se firma el acta de defunción. Entre sollozos y lágrimas silentes, los deudos tienen un corto lapso de tiempo para despedir a sus fieles difuntos.
El reloj marcaba las 11:35 de la mañana del sábado, y en el hospital del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), “Alma” daba su último suspiro, una mujer de la tercera edad quien pereció a causa de complicaciones de salud que no tenían que ver con problemas respiratorios. Ella no pasó por el área Covid.
A los familiares más cercanos de esta señora se les indicó que tendrían que esperar para velarle casi 10 horas y así fue, sonando las 20:00 fue entregado su cuerpo y la funeraria contratada para trasladarlo arribaba al nosocomio y luego a la capilla velatorio.
Lamentablemente era un fin de semana y en el que el estado de Chihuahua había vuelto a la "restricción total" debido al elevado e imparable número de contagios y las prohibiciones decretadas en la movilidad obligaban a la empresa de inhumaciones a cerrar a la misma hora en la que la difunta arribó a la espera de sus deudos, quienes se quedaron afuera sin poder llorarle.
Sin rezos ni llantos ni consuelo, el cuerpo de un fallecido por cualquier causa en los tiempos de la pandemia del Coronavirus se queda solo, no se permite el acto novenario ni las letanías del rosario que permitan a su alma encontrar la luz, al menos no cerca del cuerpo.
Al día siguiente, la inhumación fue programada para las 11:00 horas y la capilla memorial seguía cerrada, sin permitió acceso alguno de ningún deudo, únicamente el familiar dispuesto a hacerse cargo de los trámites administrativos.
Ya en el camposanto y con el dolor plasmado en cada uno de los deudos que esperaban crispados la despedida de su ser querido, llegó la carroza ataviada con ramos de flores, trasladando el cuerpo de doña Alma quien no pudo ser vista ni despedida ni siquiera en ese momento.
Apresurados los enterradores cavaban la sepultura, mientras dentro del vehículo fúnebre esperaba la difunta para el sepelio, en tanto los rostros de sus devotos familiares casi rompen a miradas los cristales engomados de la carroza, atmósfera lúgubre que de por sí es propia de un acto de esta categoría.
Es un lapso muy corto el que podemos llorarle, prácticamente cargamos el ataúd del carro a la fosa al mismo tiempo de que la velábamos, aunque sin velas y sin la intimidad propia de un funeral para con tu madre
expresó uno de los cuatro hijos de la difunta Alma.
Las restricciones en los nosocomios del estado de Chihuahua por motivos de la contingencia epidemiológica son severas para cualquier tipo de fallecido, los que se mueren dentro de alguna clínica son sometidos a la espera junto con los familiares que no pueden verle incluso antes de la muerte, ya que las visitas tienen sus limitaciones.
Aunque la causa de fenecimiento de la mujer no fue por la enfermedad pandémica de cuyos casos son obligatoriamente impedidos de los rituales solemnes dedicados a un difunto días antes de su sepelio, la restricción fue prácticamente la misma.
Ese es el réquiem que los muertos en estos tiempos y que los deudos principalmente ahora padecen, la enfermedad viral del Covid-19 es letal y su propagación es igual de veloz que el olvido de los fieles difuntos que en este año estuvieron privados de su 2 de noviembre.