Jimenez, Chih.- En naranja, rojo, verde, amarillo, o del color que más le guste, salen los raspados, los semáforos son para los carros. Aún con súper cierre, el pago de los servicios no espera y las necesidades del hogar prevalecen.
Colorida vida la hemos adoptado desde la llegada de la contingencia sanitaria, y no precisamente por los momentos que de cerca o de lejos nos ha tocado vivir, sino por la semaforización epidemiológica.
Pero hay quienes aseguran que los semáforos son para los carros en las grandes avenidas, en rojo, naranja, amarillo o hasta mostaza, y verde, o el color que más les guste, la vida sigue y el mundo no deja de girar.
Pese al súper cierre, dependencias de los diferentes niveles de gobierno, federales, estatales, municipales, o descentralizadas, no han entrado en el catálogo de esenciales o no esenciales, puntualmente esperan el arribo del contribuyente, o del usuario para el pago de servicios.
Para César Moisés Escárcega Martínez, el color de la vida, y no precisamente por la película con ese nombre, va más allá de los tonos primarios y secundarios del semáforo, él tiene más variedad, tiene azules, morados, diversas tonalidades de rojo, amarillo- naranja, amarillo simple y hasta rosa.
El color depende del sabor que usted elija y como se lo tome, así como la vida misma, pero él no habla de semáforos, aunque ande en triciclo, esos son para los carros, el habla de raspados, dulces, aciditos o picositos, el que guste para refrescarse.
Sin embargo, pese a lo colorido y dulce de su actividad, de la cual ha subsistido dese hace casi dos décadas, le ha tocado el zumo amargo de la pandemia, y no por el tema de la salud, afortunadamente, la propia, así como la de sus familiares, se ha mantenido intacta aún y con el repunte de las estadísticas.
A él le ha tocado sufrir los embates económicos de la contingencia, a más de un año que las escuelas cerraron, perdió su principal centro de trabajo al que acudía de lunes a viernes. Le quedaban los parques, pero no es la misma.
Cada vez hay menos personas en los espacios públicos, y con el súper cierre de los fines de semana, ir a parques o plazas, solo es un recuerdo de la otrora y añorada época, donde jamás nos imaginábamos esta nueva normalidad.
Los parques y las plazas han guardado silencio, pareciera que las castigaron como al niño travieso del colegio, y son precisamente los niños quienes juegan el papel principal del negocio de César Moisés, si son su el grueso de su mercado.
Es por ello que el colorido vendedor se ha visto en la necesidad de expandir su negocio, y no por la activación de más triciclos vendedores de raspados y frituras, sino porque tuvo que expandir su ruta de venta.
Su área de influencia era el primer cuadro de la vieja huejoqulla hasta llegar a la vialidad Mariano Jiménez, pero sin plazas, parques y ahora hasta sin súper mercados los fines de semana, el triciclo recorre las demás colonias y calles, lejanas al centro de ciudad Jiménez.
“Se ve difícil, pero gracias a Dios sigue saliendo para vivir, no es la misma, pero podemos seguir adelante”, señaló el entrevistado, quien precisó que antes, en día bueno podía llevarse desde 700 hasta los mil pesos.
Sin embargo, ahora, en una jornada de ocho o nueve horas, el ingreso es de entre 200 y 300 pesos, los cuales con sacrificios por aquí, o por allá, permiten salir adelante en el día a día, no sin antes pedir al creador mejores tiempos, que nos cuide y nos cuidemos entre todos.