/ martes 28 de febrero de 2023

Hospital Porfirio Díaz: el inicio de la atención médica pública en Chihuahua (2)

Conoce más sobre los aspectos higiénicos aplicados durante el funcionamiento del Hospital Porfirio Díaz

Memorias de Chihuahua

El Hospital Porfirio Díaz y el higienismo en Chihuahua (la última de dos partes)

En la pasada emisión del sábado 11 se abordaron con brevedad aquellos principios de la “doctrina higiénica” que motivaron la construcción del Hospital Porfirio Díaz, conocido actualmente como Hospital Central. Asimismo, fueron vistos los antecedentes históricos de centros médicos en la ciudad con el fin de conocer un breve panorama de su etapa inicial.

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Esta vez, nos limitaremos a indagar un poco más sobre aquellos aspectos higiénicos aplicados en su disposición espacial y en su funcionamiento interior entre 1897-1902. Para ello se usó como fuente principal la descripción de Severo I. Aguirre, afamado farmacéutico y “profesionista” de la época.

Foto: Cortesía | Archivo General del Estado de Chihuahua, Archivo Histórico

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En primer lugar cabe recordar que entre 1890-1910 las políticas públicas de la capital habían abrazado fervientemente los postulados del higienismo para trazar sus líneas de acción en la metamorfosis de la ciudad con características virreinales a una moderna; capaz de evitar mediante su nueva infraestructura la formación y propagación de enfermedades. Dentro de esta ola constructiva figuró el nuevo hospital. Ahora bien, el interés general de realizar un proyecto integral de salubridad (algunas veces vinculado con la beneficencia) no solo tenía el fin de disminuir la mortalidad mediante la mejora de las condiciones de vida en la población; tenía, asimismo, el propósito final de prolongar los años productivos de la sociedad y, por ende, su duración dentro del creciente modelo de consumo que propugnaba el Estado, tal como fue sugerido en la exposición del “Código Sanitario del Estado de Chihuahua” en 1892. Y asimismo, cabe aclarar que los preceptos de tal doctrina no solo implicaban la formación de infraestructura, también involucraron el inicio de un cambio de costumbres referentes al aseo personal fomentado desde la instrucción pública.

En base a esos preceptos, se puso la primera piedra del hospital en 1894, teniendo su apertura tres años después, siendo el arquitecto que realizó la obra Enrique Esperón (el mismo arquitecto del Palacio de Gobierno y la capilla en la Hacienda de Bustillos), con la estrecha colaboración del doctor José T. Lemus, quien sería el primer director del hospital.

Foto: Cortesía | Archivo General del Estado de Chihuahua, Archivo Histórico

Los planteamientos de higiene que buscaron implementarse durante esos años en la ciudad tuvieron una particular representación en el edificio. Esto fue así desde su distribución espacial hasta su funcionamiento interior. Por lo que ve a su disposición espacial, el hospital fue distribuido en dos grandes series de pabellones que debían albergar separadamente a los pacientes según su sexo. Contenía un sistema de ventilación en donde se planteaba el uso de la purificación del aire mediante el calor de una red de tubería. Las ventanas deban acceso al jardín. Aún en esa época se consideraba que el aire de las plantaciones tenía un efecto de limpieza del medio ambiente. Se planteaba el alejamiento de pacientes con enfermedades infeccionas en un sitio alejado de los pabellones.

Se planteó, también, el uso de electricidad como fuente de luz relegando al petróleo porque el primero era considerado “más higiénico y adecuado para el servicio hospitalario”.

Foto: Cortesía | Archivo General del Estado de Chihuahua, Archivo Histórico

Ahora bien, el tratamiento de los “materiales de desecho” humano era un punto importante en el ámbito del higienismo del hospital. Para el efecto, en 1902, las salas estaban habilitadas con inodoros de sistema inglés, es decir, aquellos que funcionaban mediante descarga de agua. Es necesario subrayar la importancia del uso de estos artefactos porque en tal época resultaba una sorprendente novedad, que implicó la formación de nuevos usos de higiene y por su puesto la formación de toda una red de infraestructura que los sostenía. Había, por otra parte, un hábito notablemente arraigado entre los chihuahuenses que era arrojar saliva al suelo en el interior y exterior de los edificios, lo cual invariablemente contribuía a la propagación de enfermedades. La medida que se implementó para acabar con tal costumbre, al menos en el interior del hospital, fue el uso de escupideras. Aún en 1902 podía leerse en la sala principal del hospital un cartón fijo en el que decía con gruesos caracteres: “Cuide usted de no escupir en los pisos” y “hágase uso de escupideras”.

Además, para evitar el estancamiento de agua en temporada de lluvias todos los pabellones fueron habilitados con un “sumidero” vinculado a un sistema de drenaje interior que se unía a la reciente red general de la ciudad. Asimismo, estaba conectado a la red de agua potable, para el uso del sistema de riego en la sala de operaciones con cúpula, y para el uso de agua de esterilizadores.

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Juan Fernando Guerrero González. Archivo General del Estado de Chihuahua. Archivo Histórico

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El Hospital Porfirio Díaz y el higienismo en Chihuahua (la última de dos partes)

En la pasada emisión del sábado 11 se abordaron con brevedad aquellos principios de la “doctrina higiénica” que motivaron la construcción del Hospital Porfirio Díaz, conocido actualmente como Hospital Central. Asimismo, fueron vistos los antecedentes históricos de centros médicos en la ciudad con el fin de conocer un breve panorama de su etapa inicial.

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Esta vez, nos limitaremos a indagar un poco más sobre aquellos aspectos higiénicos aplicados en su disposición espacial y en su funcionamiento interior entre 1897-1902. Para ello se usó como fuente principal la descripción de Severo I. Aguirre, afamado farmacéutico y “profesionista” de la época.

Foto: Cortesía | Archivo General del Estado de Chihuahua, Archivo Histórico

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En base a esos preceptos, se puso la primera piedra del hospital en 1894, teniendo su apertura tres años después, siendo el arquitecto que realizó la obra Enrique Esperón (el mismo arquitecto del Palacio de Gobierno y la capilla en la Hacienda de Bustillos), con la estrecha colaboración del doctor José T. Lemus, quien sería el primer director del hospital.

Foto: Cortesía | Archivo General del Estado de Chihuahua, Archivo Histórico

Los planteamientos de higiene que buscaron implementarse durante esos años en la ciudad tuvieron una particular representación en el edificio. Esto fue así desde su distribución espacial hasta su funcionamiento interior. Por lo que ve a su disposición espacial, el hospital fue distribuido en dos grandes series de pabellones que debían albergar separadamente a los pacientes según su sexo. Contenía un sistema de ventilación en donde se planteaba el uso de la purificación del aire mediante el calor de una red de tubería. Las ventanas deban acceso al jardín. Aún en esa época se consideraba que el aire de las plantaciones tenía un efecto de limpieza del medio ambiente. Se planteaba el alejamiento de pacientes con enfermedades infeccionas en un sitio alejado de los pabellones.

Se planteó, también, el uso de electricidad como fuente de luz relegando al petróleo porque el primero era considerado “más higiénico y adecuado para el servicio hospitalario”.

Foto: Cortesía | Archivo General del Estado de Chihuahua, Archivo Histórico

Ahora bien, el tratamiento de los “materiales de desecho” humano era un punto importante en el ámbito del higienismo del hospital. Para el efecto, en 1902, las salas estaban habilitadas con inodoros de sistema inglés, es decir, aquellos que funcionaban mediante descarga de agua. Es necesario subrayar la importancia del uso de estos artefactos porque en tal época resultaba una sorprendente novedad, que implicó la formación de nuevos usos de higiene y por su puesto la formación de toda una red de infraestructura que los sostenía. Había, por otra parte, un hábito notablemente arraigado entre los chihuahuenses que era arrojar saliva al suelo en el interior y exterior de los edificios, lo cual invariablemente contribuía a la propagación de enfermedades. La medida que se implementó para acabar con tal costumbre, al menos en el interior del hospital, fue el uso de escupideras. Aún en 1902 podía leerse en la sala principal del hospital un cartón fijo en el que decía con gruesos caracteres: “Cuide usted de no escupir en los pisos” y “hágase uso de escupideras”.

Además, para evitar el estancamiento de agua en temporada de lluvias todos los pabellones fueron habilitados con un “sumidero” vinculado a un sistema de drenaje interior que se unía a la reciente red general de la ciudad. Asimismo, estaba conectado a la red de agua potable, para el uso del sistema de riego en la sala de operaciones con cúpula, y para el uso de agua de esterilizadores.

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