/ miércoles 12 de octubre de 2022

La leyenda del Templo del Rayo y su misterioso benefactor

Hasta el día del hoy, se dice que el Templo del Rayo pudo ser finalizado gracias a la ayuda de un rarámuri y su tesoro perdido

Con su impresionante fachada colonial, el Templo del Rayo es una de las grandes joyas arquitectónicas de la ciudad, cuya construcción se prolongó por más de veinte años, pero ¿Sabías que este emblemático lugar esconde una leyenda que involucra a un indígena tarahumara, que según se cuenta, es el responsable de que el inmueble exista hasta nuestros días?

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Debido a la falta de recursos económicos por la que atravesó nuestra ciudad, allá por el siglo XVII, la edificación del Templo del Rayo se dio de manera lenta y complicada.

Concluido en 1726, el Templo del Rayo es uno de los edificios históricos más famosos de Parral. Foto: Javier Cruz | El Sol de Parral

La historia cuenta que cuando apenas se había logrado levantar una parte de sus altos muros, un día llegó hasta el lugar un indígena de origen rarámuri, buscando hablar con el sacerdote Juan José de Herive, mejor conocido como el padre Herive.

"Hazlo pasar", ordenó el sacerdote a su sacristán, creyendo que aquél indígena buscaba confesarse.

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El misterioso visitante llega con un obsequio

Fue ahí cuando pudo observar al hombre que buscaba sus servicios espirituales; era un varón alto y fornido de piel bronceada, vestido con la indumentaria indígena tradicional que consistía en blusón de manta, taparrabo y huaraches, su largo cabello negro iba sujeto con un pañuelo en color rojo.

Sobre los hombros de aquel gallardo joven, descansaba un pequeño atado que contenía sus escasas pertenencias, muy similar a los utilizados por los vendedores de laurel y otras plantas medicinales cuando bajaban de la sierra, a ofertar sus productos.

"Padrecito, me dicen que la construcción de su templo se ha parado porque usted no tiene dinero, por eso he venido a traerle esto y así ayudar en algo", dijo el tarahumara. Y así, sobre una pequeña mesita, desenvolvió el atadillo de tela, revelando su contenido.

El sacerdote no podía creerlo, sobre aquella mesa, se encontraba un pañuelo cargado con pepitas de oro, que el indígena dijo haber extraído de una mina, cuya ubicación solamente él conocía.

Tras entregar su generoso donativo al padre Herive, el nativo se despidió, no sin antes indicarle al sacerdote que estuviera pendiente, pues aquella, era tan sólo la primera entrega, y que pronto volvería con más pepitas de oro para poder costear la construcción del templo, dedicado originalmente a la virgen de La Candelaria.

Muchos años pasaron y ya la obra del templo estaba por concluir, cuando llegó de nueva cuenta el rarámuri, solicitando hablar a solas con el sacerdote, quien, intrigado, escuchó atentamente sus palabras; "Padrecito, vengo de nuevo ante usted a traerle estas pepitas de oro, recién sacadas de la mina donde ya he encontrado otras. Tómelas por favor para seguir edificando el templo".

Y antes de poder responderle, el indígena dio media vuelta y salió de la sacristía, dejando al padrecito enmudecido frente a aquel generoso obsequio. Según se comprobó por un experto en metales, aquello era un "asombroso regalo a la virgen, de parte de un indígena humilde".

Y fue así como con ayuda de las dádivas de aquel tarahumara, las obras se reanudaron nuevamente, hasta que faltando solo un poco por concluir, otra vez faltó el dinero para terminar el templo.

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El rumor del indígena llega a oídos de los ambiciosos

Desesperado, el padre Herive aguardaba el regreso de su benefactor, mientras le hacía saber a todos sus feligreses sobre aquél misterioso personaje, con el fin de extender el rumor hasta oídos de aquel.

Finalmente apareció el tarahumara por tercera ocasión, trayendo consigo más pepitas de oro, solo que en esta ocasión, los curiosos esperaban a que el joven se retirara para tratar de averiguar la ubicación de aquella fabulosa mina, de donde obtenía sus riquezas.

Sin embargo, pese a la insistencia de los más ambiciosos, el extraño personaje siempre se perdía al llegar a las peñas del cerro de Las Borregas, donde se esfumaba sin dejar rastro. Por más que lo buscaron, no lograban darle alcance, ni encontrar siquiera una huella de aquel hombre, por lo que el secreto aún sigue guardado entre las rocas de este cerro.

Gracias a las ayudas de aquel visitante misterioso fue que finalmente se pudo concluir el templo en el año 1726, mientras que del joven rarámuri, queda solamente el recuerdo convertido en leyenda.

Se dice que hasta la fecha, el tesoro del indígena aguarda oculto en una cueva, esperando a los viajeros incautos que se pierden al subir al cerro de Las Borregas, donde el custodio del botín les dice; "Todo o nada", indicándoles que pueden tomar sus riquezas pero solamente si son capaces de extraer todo el oro a la vez.

No obstante, debido a la magnitud de tesoro, les es imposible cargar con todo, por lo que se cuenta, que los pocos infortunados que han vivido esta experiencia, toman solamente aquellas pepitas que les es posible cargar en sus bolsos; sin embargo, al dejar atrás aquella cueva, éstas se convierten en simples piedras, a manera de castigo por su ambición desmedida.

Con su impresionante fachada colonial, el Templo del Rayo es una de las grandes joyas arquitectónicas de la ciudad, cuya construcción se prolongó por más de veinte años, pero ¿Sabías que este emblemático lugar esconde una leyenda que involucra a un indígena tarahumara, que según se cuenta, es el responsable de que el inmueble exista hasta nuestros días?

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Debido a la falta de recursos económicos por la que atravesó nuestra ciudad, allá por el siglo XVII, la edificación del Templo del Rayo se dio de manera lenta y complicada.

Concluido en 1726, el Templo del Rayo es uno de los edificios históricos más famosos de Parral. Foto: Javier Cruz | El Sol de Parral

La historia cuenta que cuando apenas se había logrado levantar una parte de sus altos muros, un día llegó hasta el lugar un indígena de origen rarámuri, buscando hablar con el sacerdote Juan José de Herive, mejor conocido como el padre Herive.

"Hazlo pasar", ordenó el sacerdote a su sacristán, creyendo que aquél indígena buscaba confesarse.

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El misterioso visitante llega con un obsequio

Fue ahí cuando pudo observar al hombre que buscaba sus servicios espirituales; era un varón alto y fornido de piel bronceada, vestido con la indumentaria indígena tradicional que consistía en blusón de manta, taparrabo y huaraches, su largo cabello negro iba sujeto con un pañuelo en color rojo.

Sobre los hombros de aquel gallardo joven, descansaba un pequeño atado que contenía sus escasas pertenencias, muy similar a los utilizados por los vendedores de laurel y otras plantas medicinales cuando bajaban de la sierra, a ofertar sus productos.

"Padrecito, me dicen que la construcción de su templo se ha parado porque usted no tiene dinero, por eso he venido a traerle esto y así ayudar en algo", dijo el tarahumara. Y así, sobre una pequeña mesita, desenvolvió el atadillo de tela, revelando su contenido.

El sacerdote no podía creerlo, sobre aquella mesa, se encontraba un pañuelo cargado con pepitas de oro, que el indígena dijo haber extraído de una mina, cuya ubicación solamente él conocía.

Tras entregar su generoso donativo al padre Herive, el nativo se despidió, no sin antes indicarle al sacerdote que estuviera pendiente, pues aquella, era tan sólo la primera entrega, y que pronto volvería con más pepitas de oro para poder costear la construcción del templo, dedicado originalmente a la virgen de La Candelaria.

Muchos años pasaron y ya la obra del templo estaba por concluir, cuando llegó de nueva cuenta el rarámuri, solicitando hablar a solas con el sacerdote, quien, intrigado, escuchó atentamente sus palabras; "Padrecito, vengo de nuevo ante usted a traerle estas pepitas de oro, recién sacadas de la mina donde ya he encontrado otras. Tómelas por favor para seguir edificando el templo".

Y antes de poder responderle, el indígena dio media vuelta y salió de la sacristía, dejando al padrecito enmudecido frente a aquel generoso obsequio. Según se comprobó por un experto en metales, aquello era un "asombroso regalo a la virgen, de parte de un indígena humilde".

Y fue así como con ayuda de las dádivas de aquel tarahumara, las obras se reanudaron nuevamente, hasta que faltando solo un poco por concluir, otra vez faltó el dinero para terminar el templo.

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Desesperado, el padre Herive aguardaba el regreso de su benefactor, mientras le hacía saber a todos sus feligreses sobre aquél misterioso personaje, con el fin de extender el rumor hasta oídos de aquel.

Finalmente apareció el tarahumara por tercera ocasión, trayendo consigo más pepitas de oro, solo que en esta ocasión, los curiosos esperaban a que el joven se retirara para tratar de averiguar la ubicación de aquella fabulosa mina, de donde obtenía sus riquezas.

Sin embargo, pese a la insistencia de los más ambiciosos, el extraño personaje siempre se perdía al llegar a las peñas del cerro de Las Borregas, donde se esfumaba sin dejar rastro. Por más que lo buscaron, no lograban darle alcance, ni encontrar siquiera una huella de aquel hombre, por lo que el secreto aún sigue guardado entre las rocas de este cerro.

Gracias a las ayudas de aquel visitante misterioso fue que finalmente se pudo concluir el templo en el año 1726, mientras que del joven rarámuri, queda solamente el recuerdo convertido en leyenda.

Se dice que hasta la fecha, el tesoro del indígena aguarda oculto en una cueva, esperando a los viajeros incautos que se pierden al subir al cerro de Las Borregas, donde el custodio del botín les dice; "Todo o nada", indicándoles que pueden tomar sus riquezas pero solamente si son capaces de extraer todo el oro a la vez.

No obstante, debido a la magnitud de tesoro, les es imposible cargar con todo, por lo que se cuenta, que los pocos infortunados que han vivido esta experiencia, toman solamente aquellas pepitas que les es posible cargar en sus bolsos; sin embargo, al dejar atrás aquella cueva, éstas se convierten en simples piedras, a manera de castigo por su ambición desmedida.

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