Don Juan Loera fue una figura que, en la era moderna, podría considerarse una curiosa anomalía. Su vida, vivida en completa soledad en una remota ubicación en las montañas de la sierra de Santa Bárbara, lo convirtió en ermitaño y en un ejemplo viviente de la existencia fuera del ámbito de la civilización.
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Nacido en 1935, don Juan vivió sus 88 años en una vivienda que parecía haber sido olvidada por el tiempo, lo que acentuaba aún más su singularidad. Alejado de las comodidades y el bullicio de la vida urbana, se dedicó a proteger el "Camino Real", partiendo de Santa Bárbara y dirigiéndose por la ruta de Oñate hacia la sierra de Belloteros.
Una cueva dentro de la sierra de Los Azules
Su hogar, una construcción de adobe y piedra con techo de lámina, era en realidad una extensión de una cueva natural. Esta vivienda se encontraba a más de 12 kilómetros de la ciudad de Santa Bárbara, en una ubicación de difícil acceso.
Para llegar a su casa, los visitantes debían caminar alrededor de dos kilómetros después de atravesar el área conocida como Belloteros, ya que no existía un camino que permitiera el acceso vehicular. Esta dificultad en el acceso reflejaba el carácter solitario y aislado de su existencia.
Don Juan prefería esta vida solitaria y en contacto íntimo con la naturaleza sobre cualquier forma de urbanización. A pesar de su aislamiento, se le recuerda con afecto por familiares y amigos debido a su inmensa sabiduría y experiencia.
Aunque durante sus últimos años padeció de sordera y severos dolores en sus pies y piernas, don Juan nunca perdió el aprecio por la vida en el campo que había elegido. Su contacto con la civilización se limitaba a las visitas de familiares y senderistas, quienes le llevaban alimentos y lo trasladaban a Santa Bárbara para recibir atención médica.
La estructura de su hogar consistía en tres cuartos. Uno de ellos servía como cocina y su pared principal era una gran piedra que formaba parte de la cueva natural. Los otros dos cuartos eran utilizados como dormitorios. Este diseño simple y funcional reflejaba la autosuficiencia de Don Juan, quien vivía con lo esencial y disfrutaba de una vida de minimalismo.
A lo largo de su vida, don Juan tuvo breves periodos en los que trabajó fuera de su hogar, a la edad de 17 años en Jiménez y Búfalo, pero pronto regresó a su querido rancho. Su regreso marcó el inicio de una vida caracterizada por el aislamiento y la autosuficiencia, acompañado por un gato y un perro, manteniéndose en contacto solo con un pequeño grupo de personas y con aquellos que transitaban por el área.
Uno con la naturaleza hasta el final
En sus últimos años, la salud de don Juan se deterioró considerablemente. La sordera y el dolor en sus extremidades dificultaron su movilidad y, por ende, su capacidad para autogestionar su vida en el rancho. Sin embargo, su apego a su modo de vida nunca disminuyó. A pesar de los problemas físicos, se sentía más cómodo en el campo que en la ciudad, lamentando profundamente no poder acudir a Santa Bárbara por sus propios medios para recibir atención médica o incluso para buscar alimentos.
La vida en el campo le otorgó a don Juan una profunda comprensión de los ciclos naturales y de las curas tradicionales. Era conocido por su habilidad para prever el clima, ya fuera anunciando sequías o abundantes lluvias. Además, dominaba el uso de remedios naturales como el "chuchupaste" para aliviar dolores estomacales y malestares comunes. Su conocimiento sobre el desmembrado cuerpo de una víbora de cascabel para tratar diversas enfermedades era también testimonio de su conexión con las prácticas medicinales tradicionales.
Don Juan Loera es recordado como una figura singular que, a pesar de su estilo de vida no convencional, contribuyó a la comunidad con su sabiduría y experiencia. Su historia subraya la posibilidad de una vida de satisfacción plena en la soledad y en armonía con la naturaleza. Su legado, en cierto modo, desafía la percepción moderna de la necesidad de estar constantemente conectado con la civilización y demuestra que una vida de simplicidad puede ser rica en conocimientos y satisfacción personal.
Aunque su vida fue una combinación de aislamiento físico y riqueza en experiencia, don Juan Loera vivió de acuerdo a sus propias convicciones y deseos. En su mundo aislado, encontró el equilibrio perfecto entre la independencia y la comunidad, entre el silencio de las montañas y las visitas esporádicas que le proporcionaban los lazos humanos esenciales para la vida.
Su fallecimiento en septiembre de 2023 marcó el final de una era para aquellos que conocieron su historia y su forma de vida. Sin embargo, el impacto de su vida perdurará en los recuerdos de aquellos que compartieron momentos con él o se beneficiaron de sus conocimientos sobre la naturaleza y la medicina tradicional.
La vida de don Juan Loera es un testimonio de la posibilidad de encontrar significado y satisfacción en una existencia aparentemente aislada, y su legado seguirá siendo una fuente de inspiración para quienes valoran la conexión con la naturaleza y la sabiduría ancestral.