Una vida resumida en un número, una placa en vez de cruz, y las siglas de un programa gubernamental por epitafio, es el recuerdo que queda de los cerca de 50 muertos olvidados en la fosa común del panteón municipal. Nadie supo que fue de ellos y hoy yacen probablemente lejos de su terruño y de quien recuerde su legado, no al menos junto a su fosa.
Ahí, casi en la entrada del Panteón Municipal, que aunque no lo parezcan, se encuentran las tumbas de quienes permanecen anónimos, en un bloque destinado a la inhumación de cuerpos no reconocidos o reclamados por sus familiares.
La primera sección, la más amplia de todas, alberga al menos 36 cuerpos, contiguos a otros dos bloque de entre diez y doce espacios, que sirvieron como última morada a las personas que dejaron este mundo en su mayoría en hechos violentos, aunque también en accidentes y por muerte natural.
El campo santo se prepara para recibir a los dolientes de quienes yacen en el lugar, pero los no identificados no recibirán visita, y no porque no tengan quien los recuerde, simplemente porque tal vez sus allegados no supieron más de ellos, o por razones ajenas, tal vez inseguridad, no pudieron indagar sobre el paradero o destino final de su ser querido.
Una pequeña placa metálica en lugar de una cruz o lápida, es la que resume la vida de quien yace bajo tierra, no hay nombres, en su lugar versa el número de carpeta de investigación, adornado con el nombre del municipio donde ocurrió el deceso.
Guachochi, Guadalupe y Calvo, Jiménez, Parral y hasta el municipio de Morelos, tal vez no los lugares que los vieron nacer, pero si morir, son los municipios que figuran en las placas, no de identificación, solo de control y registro.
Aquí no hay mensajes póstumos, recuerdos de sus seres que aún viven o epitafios como muestran la mayoría de las tumbas, en su lugar se encuentran las letras de un programa gubernamental, específicamente el “SIEC”, Sistema de Ingreso y Egreso de Cadáveres, de la Fiscalía General del Estado.
El próximo dos de noviembre no tendrán flores ni quien se preocupe por preservar sus tumbas, en ocasiones, por cortesía, visitantes dejan alguna flor o quitan alguna basura cercana, pero falta el afecto familiar.
Seguramente en alguna región una madre llore a su hijo desaparecido, al padre, al hermano o al amigo, solo queda confiar en que el poder de lo divino, una el dolor de la ausencia con el alma anónima del cuerpo que reposa en las fosas de la comuna