Memorias de Chihuahua
Este acontecimiento marcó un hito en la historia de Casas Grandes ocurrió a principios del siglo pasado, cuando las vías de ferrocarril, heredadas del esplendor porfirista, se extendían desde las fronteras del norte hasta el interior de la Sierra Madre Occidental, en Ciudad Madera. Este proyecto ambicioso, sin duda, impulsó el desarrollo económico y comercial de la región.
El recorrido del ferrocarril tenía diferentes paradas estratégicas, como las ricas minas de Corralitos, la colonia mormona de Dublán y la Hacienda de San Diego, propiedad de Luis Terrazas. Además, la estación Pearson, propiedad del genio Frederick Stark Pearson, se encargaba del transporte de la madera de más alta calidad.
La madera aserrada en la región tenía una gran demanda en Estados Unidos, y para facilitar el transporte del material, se inauguró un ferrocarril que conectaba Nueva York con Ciudad Madera. A pesar del gran estallido de la revolución que seguía su curso, a los estadounidenses parecía no importarles, puesto que la región seguía atrayendo un flujo constante de personas, principalmente hombres de negocios, quienes tenían intereses en los minerales, la ganadería y la madera de la región.
Sin embargo, en 1914, durante la época revolucionaria en el país, surgió un acontecimiento que generó gran conmoción y preocupación. El general revolucionario Máximo Castillo y sus seguidores optaron por una táctica audaz para financiar los gastos de su ejército: comenzaron a secuestrar los trenes y exigir un rescate a cambio de liberarlos.
El objetivo principal de Castillo y su grupo era presionar a los propietarios del ferrocarril para que pagaran una suma considerable que les permitiera mantener su movimiento revolucionario en marcha. Además, impusieron un impuesto por cada cabeza de ganado exportado, lo cual les permitía obtener recursos adicionales. También llevaban a cabo actos de pillaje, despojando a los pasajeros, en su mayoría extranjeros, de sus pertenencias más valiosas.
Los inversionistas del ferrocarril, decidieron subestimar las amenazas y rechazar las demandas de Castillo y sus seguidores. Esto no hizo más que intensificar el conflicto y acrecentar la tensión entre ambos bandos. En respuesta a este rechazo, Castillo ordenó la colocación de dinamita en un vagón previamente preparado y lo hizo estallar dentro de un túnel, provocando una explosión y el choque de dos trenes.
Por suerte, momentos antes de la explosión, dos pasajeros habían descendido del tren, salvándose y alcanzaron a escuchar el gran impacto y ver las columnas de humo que salían del túnel. Sin embargo, el resultado fue devastador. El impacto de los dos trenes en el interior del túnel generó una explosión tan catastrófica que dejó los cuerpos de las víctimas completamente calcinados, dejando una huella oscura en la historia de la revolución.
Este suceso trágico y violento puso en evidencia las profundas tensiones políticas y económicas que se vivían en aquellos tiempos revolucionarios. Además, mostró cómo algunos líderes desesperados recurrían a métodos extremos para financiar sus movimientos y conseguir los recursos necesarios para seguir luchando por sus ideales.
La historia de Máximo Castillo y sus seguidores secuestrando trenes y exigiendo rescates es un testimonio impactante de los tiempos turbulentos que atravesaba el país. Este acontecimiento dejó una marca imborrable en la memoria colectiva y sirve como recordatorio de los extremos a los que algunas personas pueden llegar en busca de sus objetivos durante períodos de agitación y conflictos políticos.
Después del ataque, Máximo Castillo y su lugarteniente, Manuel Gutiérrez, permanecieron prófugos durante doce días hasta que lograron cruzar la frontera hacia Estados Unidos por Palomas. Finalmente, fueron capturados por las autoridades estadounidenses y trasladados a Fort Bliss, donde fueron exhibidos como los responsables del la tragedia del 4 de febrero de 1914 en el túnel de cumbres con un saldo de cincuenta y cinco personas calcinadas, incluidos cerca de veinte estadounidenses que murieron en la coalición.
Es completamente inimaginable considerar que Máximo Castillo no fuera el cerebro detrás de este acto, a pesar de que siempre lo negara. La evidencia que ha surgido muestra claramente que, mientras estaba en prisión, escribió una serie de memorias que recientemente han sido descubiertas. Estas memorias son en su mayoría una descripción detallada de la Revolución Mexicana y de su propia inocencia en relación con la explosión. Sin embargo, todas las pruebas señalan a Castillo como el autor intelectual de esta tragedia.
Después de pasar dos años en la cárcel, el gobierno de Estados Unidos decidió liberarlo por falta de pruebas contundentes en su contra. Se dice que abandonó el país a bordo del buque de vapor Excelsior hacia su exilio en cuba. Se sabe muy poco sobre los últimos años de su vida antes de su fallecimiento en 1919, a la edad de cincuenta y cinco años lo cual es curioso puesto que fueron cincuenta y cinco las víctimas en la explosión.
En mi opinión personal siempre e visto a este túnel como el último testigo de lo qué pasó ese día como la escena de un crimen
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