¿Quién no ha sufrido por amor? Que te rompan el corazón es de las peores sensaciones que el ser humano puede experimentar, la melancolía y la tristeza invaden tu vida, incluso puedes presentar hasta síntomas físicos.
¿Pero hasta que punto manejamos el desamor? En el caso del poeta coahuilense, el 06 de diciembre de 1873, hace 148 años, terminó repentinamente con su vida.
Según la leyenda, él estaba enamorado de Rosario de la Peña y Llerena, una mujer intelectual y la causante de su última obra, llamada Nocturno; sin embargo, al no verse correspondido decidió ponerle fin a su vida, la historia dice que su suicidio fue a causa de su pobreza extrema y su estado melancólico.
Pero, ¿quién fue este poeta atormentado?
Manuel Acuña nació en Saltillo, Coahuila el 27 de agosto de 1849, se dirigió a la Ciudad de México a estudiar Filosofía y Matemáticas, ademas de francés y latín.
Ingresó a la carrera de Medicina y la estaba cursando justo cuando decidió suicidarse, de hecho fue en la misma Escuela Nacional de Medicina donde ocurrió el lamentable hecho.
Aunque fue muy corta su carrera, le dio frutos y se le veía venir una gran trayectoria, sus primeros poemas fueron publicados en el periodico La Iberia, luego publicó su poema El Pasado, mismo que fue puesto en escena y arrasó en las taquillas, siendo muy bien recibido por la audiencia.
Sin duda le esperaban cosas maravillosas; sin embargo, su final fue lleno de melancolía, tras consumir cianuro no se le decidió realizar autopsia.
Es un gran personaje en la historia mexicana y una inspiración para todos los románticos empedernidos, pero tú, ¿cómo vas a manejar el desamor?
Aquí te dejamos el poema que le escribió a su amada:
Nocturno a Rosario
I
¡Pues bien! yo necesito
decirte que te adoro
decirte que te quiero
con todo el corazón;
que es mucho lo que sufro,
que es mucho lo que lloro,
que ya no puedo tanto
al grito que te imploro,
te imploro y te hablo en nombre
de mi última ilusión.
II
Yo quiero que tu sepas
que ya hace muchos días
estoy enfermo y pálido
de tanto no dormir;
que ya se han muerto todas
las esperanzas mías,
que están mis noches negras,
tan negras y sombrías,
que ya no sé ni dónde
se alzaba el porvenir.
III
De noche, cuando pongo
mis sienes en la almohada
y hacia otro mundo quiero
mi espíritu volver,
camino mucho, mucho,
y al fin de la jornada
las formas de mi madre
se pierden en la nada
y tú de nuevo vuelves
en mi alma a aparecer.
IV
Comprendo que tus besos
jamás han de ser míos,
comprendo que en tus ojos
no me he de ver jamás,
y te amo y en mis locos
y ardientes desvaríos
bendigo tus desdenes,
adoro tus desvíos,
y en vez de amarte menos
te quiero mucho más.
V
A veces pienso en darte
mi eterna despedida,
borrarte en mis recuerdos
y hundirte en mi pasión
mas si es en vano todo
y el alma no te olvida,
¿Qué quieres tú que yo haga,
pedazo de mi vida?
¿Qué quieres tu que yo haga
con este corazón?
VI
Y luego que ya estaba
concluído tu santuario,
tu lámpara encendida,
tu velo en el altar;
el sol de la mañana
detrás del campanario,
chispeando las antorchas,
humeando el incensario,
y abierta alla a lo lejos
la puerta del hogar...
VII
¡Qué hermoso hubiera sido
vivir bajo aquel techo,
los dos unidos siempre
y amándonos los dos;
tú siempre enamorada,
yo siempre satisfecho,
los dos una sola alma,
los dos un solo pecho,
y en medio de nosotros
mi madre como un Dios!
VIII
¡Figúrate qué hermosas
las horas de esa vida!
¡Qué dulce y bello el viaje
por una tierra así!
Y yo soñaba en eso,
mi santa prometida;
y al delirar en ello
con alma estremecida,
pensaba yo en ser bueno
por tí, no mas por ti.
IX
¡Bien sabe Dios que ese era
mi mas hermoso sueño,
mi afán y mi esperanza,
mi dicha y mi placer;
bien sabe Dios que en nada
cifraba yo mi empeño,
sino en amarte mucho
bajo el hogar risueño
que me envolvió en sus besos
cuando me vio nacer!
X
Esa era mi esperanza...
mas ya que a sus fulgores
se opone el hondo abismo
que existe entre los dos,
¡Adiós por la vez última,
amor de mis amores;
la luz de mis tinieblas,
la esencia de mis flores;
mi lira de poeta,
mi juventud, adiós!