El Valle de Allende, originalmente llamado Valle de San Bartolomé, fundado por la orden franciscana en 1563, es uno de los pueblos más antiguos del estado de Chihuahua y un acérrimo preservador de su arquitectura colonial, riqueza cultural, tradiciones y costumbres a través de los siglos.
Una de esas tradiciones vivas, considerada única en el país, es Los Seremos, práctica dedicada a venerar a los Angelitos el día de Todos los Santos, la noche del 01 de noviembre de cada año, desde hace casi tres siglos.
Los majestuosos árboles que cubren esta tierra bendita, las principales calles del pueblo, las plazas y sus habitantes, son testigos de cómo los niños piden dulces de casa en casa entonando un cántico que resuena por los viejos paredones de adobe, en la víspera del Día de Muertos.
Cuenta el señor Atanasio Rodríguez Rodríguez, quien ha laborado cerca de 40 años en la parroquia de la Santísima Virgen del Rosario, cómo fue el origen de Los Seremos en este lugar.
“… En Valle de San Bartolomé, desde su fundación existieron varias cofradías, que se erigieron apoyadas en las dichas fincas piadosas que se imponían a las que, por merced real, por adquisición de tierras o haciendas eran dueños de bienes.
Había Congregaciones de la Purísima Concepción, la Virgen María, Virgen de los Dolores, Virgen del Rosario, del Santísimo Sacramento y Las Ánimas del Purgatorio.
La advocación de Las Ánimas Benditas del Purgatorio, ocupada el mayor acervo religioso de los pobladores, por ello estaba muy bien organizada con sus mayordomos, quienes ordenaban las misas, procesiones, los curas y diáconos.
El dato más antiguo se encuentra en el libro de Cofradías del Archivo Parroquial donde claramente señala que en el año 1730, bajo la guía del Bachiller Dr. Dn. Antonio Joseph Melo, se dispuso que –intermisarum- (en el transcurso de la misa) se realizaban rifas de sufragios para parientes difuntos, cuyo costo del numero era de dos reales y así eran muchas las misas que se celebraban en la función de las Benditas Ánimas del Purgatorio (Día de los fieles difuntos). A mediados del siglo XVIII las Cofradías fueron yendo a menos, algunas desaparecieron a pesar del esfuerzo de sus mayordomos.
Así que hubo necesidad de pedir limosnas, ya que las estancias y haciendas se fueron quedando pobres, los mayordomos decidieron invitar a colaborar y organizaban grupos que salían las vísperas del día de la función de las Ánimas a pedir de casa en casa por ser día de Todos los Santos (Día de los Angelitos).
Todos los participantes llevaban velas encendidas y un pequeño catafalco (féretro) el que colocaban en la entrada de la casa, los rezos los hacían con profundo respeto.”
Actualmente, los pequeños forman grupos de siete u ocho, se preparan con un tapete, sábana blanca, vela, crucifijo, una campana o un bote con piedras y una bolsa grande para recibir los obsequios.
Provistos de lo anterior, se disponen a recorrer las calles del pueblo, deteniéndose en las casas donde los estarán esperando con la puerta abierta y la luz encendida aguardando la llegada de la procesión infantil que realizará una escenificación de la muerte donde uno de los niños será el angelito muerto que, tras recostarse sobre el tapete, sus compañeros lo cubren con la sábana blanca y con sus manitas a la altura del pecho sostiene una vela encendida, el crucifijo sobre su tórax, mientras el resto de los niños se hincan alrededor, se persignan, rezan un Padre Nuestro y un Ave María, para concluir con el singular canto de Los Seremos:
Angelitos somos
del cielo bajamos
a pedir limosna
y no nos dan
¡Puertas y ventanas
nos las pagarán!
Seremos, seremos
¡Calabacitas queremos!
El niño que porta la campana la hace sonar lo más fuerte posible en los últimos versos, para hacer más significativa la escenificación. Una vez terminado el acto todos los pequeños se levantan y el encargado de la bolsa se dispondrá a recibir la recompensa que va desde: dulces, galletas, paletas, chocolates, chicles, cacahuates, naranjas, manzanas u otras frutas de la estación.
Gracias a los 300 años haciendo historia como una tradición única en su tipo en todo el mundo, fue así que el día 9 de febrero de 2012, la Secretaría de Cultura nombró esta fiesta como “Patrimonio Cultural Inmaterial del municipio de Allende”, a manera de salvaguardar la celebración del peligro que representa la creciente expansión de la tradición anglosajona de Halloween.
El riesgo de esta tradición es inminente, sobre todo ante el crecimiento de las nuevas generaciones y la globalización cultural que ha significado la era de la información; sin embargo, este evento único revive cada año en el Valle de San Bartolomé escuchando el alegre eco de las voces infantiles que cantan risueños “Angelitos somos, del cielo bajamos…”
Con información de Felícitas Muñiz y aportación de Alberto Montes y Margarito Garibay