/ lunes 28 de octubre de 2024

“Los Seremos”: El ritual que acompaña a los niños de Valle de Allende desde sus orígenes

Esta tradición, celebrada la noche del 1 de noviembre, venera a los infantes difuntos con la escenificación de un velorio para luego pedir dulces en los hogares

Angelitos somos, del cielo bajamos a pedir limosna…” Así inicia el cántico que desde hace más de 400 años entonan los niños de Valle de Allende durante la noche del 1 de noviembre, una tradición conocida como “Los Seremos” que venera a los infantes difuntos con la escenificación de un velorio y a la luz de las velas oran frente a las casas del pueblo, rodeando el cuerpo de uno de los participantes cubierto por una sábana, mientras suenan campanas y reciben dulces como ofrenda. Una práctica que los padres siguen inculcando a sus hijos en una comunidad declarada por la Unesco como Patrimonio Cultural de la Humanidad.

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Cada año, durante el Día de Todos los Santos decenas de niños salen a las calles de Valle de Allende para actualizar y mantener viva una tradición que les fue heredada por sus padres, quienes también la recibieron de sus mayores, los cuales a su vez la aprendieron de sus ancestros y así sucesivamente, de generación en generación, tratándose de una expresión única en el estado de Chihuahua referente a la celebración de los difuntos.

Así honran a los niños difuntos

Los infantes del pueblo se apoderan de las últimas horas del día 1 de noviembre y de las primeras de la noche cargando un costal, una sábana blanca, un crucifijo, una vela, una campana y una bolsa para guardar dulces, obsequio que esperan recibir como fruto de sus oraciones y de su participación en actos que pertenecen a la cosmovisión original del pueblo.

Recorren las antiguas calles y en cada puerta replican un ceremonial donde honran las almas de los fieles difuntos más pequeños, sí de niños que como ellos alguna vez pisaron el viejo Valle de San Bartolomé, como antes se le conocía a Valle de Allende; incluso piden por el descanso de aquellos que no vieron la luz del sol, ni comieron del persimonio que es una fruta típica de la región, ni disfrutaron de las tardes debajo del árbol de la nuez que ahí crece naturalmente.

La mayoría de los participantes se pelea por ser “el muertito”, un cuerpo que se coloca frente a las puertas de las casas, recostado sobre un costal y debajo de una sábana blanca con un crucifijo mientras sostiene con sus manos una vela encendida que ilumina el rostro de los demás niños. Ellos rodeándolo comienzan a orar un padre nuestro y después un ave maría.

Foto: Isaac Molina / El Sol de Parral

Terminado sus oraciones, al unísono recitan el tradicional cántico que aprendieron de sus padres: “Angelitos somos, del cielo bajamos a pedir limosna… y si no nos dan, puertas y ventanas nos las pagaran”.

Para los más pequeños se trata de un juego en el que personifican a los muertos y se divierten con sus iguales, caminan por todo su pueblo y conviven con sus vecinos, en un justo trueque que esperan todo el año, pues salen de noche, en otro tiempo lo hacían prácticamente solos en grupos de 6 o 7, para recibir dulces y frutos de la región.

Después de la amenaza entonan la exigencia acompañada por el sonido de las campanas: “Seremos, seremos. Calabacitas queremos”, de ahí el nombre de la ancestral tradición, “Los Seremos”, cuyo origen es incierto todavía, pero hay quienes se atreven a decir que es tan antiguo como el pueblo mismo que surgió en la década de los 1560, cuando las necesidades de la colonización del norte de la Nueva España requirieron de un lugar para suministrarse de alimentos, puesto que la zona era predominantemente minera.

Es decir, más de 400 años de historia compartiéndose a través de las generaciones y que hoy los adultos buscan mantener o defender, como ellos lo han definido, puesto que influencias externas al pueblo han tratado de degenerar el orgullo de los nativos de Valle de Allende, tratándose del Halloween e incluso, los altares de muertos y catrinas que son propios de México.

El de “Los Seremos”, un origen incierto

Para Rita Soto, historiadora del pueblo y defensora de la tradición, el origen de “Los Seremos” en Valle de Allende es aún desconocido, puesto que no ha localizado referencia alguna en los documentos históricos, sin embargo, sabe que la práctica viene de regiones al norte de la península ibérica, en España, precisamente en las provincias de Vizcaya y Navarra donde está documentada la participación de niños en actividades similares.

Afirma que incluso en algunos estados del sur del país, como en Chiapas, hay expresiones parecidas en los que también se canta “angelitos somos, del cielo bajamos…” pero con una narrativa distinta a la conocida en El Valle y con elementos propios de esas regiones.

Foto: Isaac Molina / El Sol de Parral

Sobre este caso en concreto, Soto dice que existen vagas referencias a las que la gente ha atribuido un posible pasado de la tradicional práctica en donde se indica que un sacerdote, durante la época virreinal, sacó un ataúd que era cargado por hombres “grandes” con la finalidad de pedir limosna porque las cofradías en aquel momento estaban “muy amoladas”, no obstante, subraya que la documentación no menciona tal cual a “Los Seremos”.

A lo mejor se le copió a Los Seremos, pero no lo sabemos con certeza ni nos consta. Tenemos que seguir investigando”, expresa la entrevistada.

Todos rodean al “muertito”

Rita Soto declara que desde que tiene uso de razón este ceremonial popular existe en Valle de Allende y conoce con exactitud los elementos indispensables para llevarlo lo acabo: un tapetito o costal para que “el muertito” se recueste encima, una sábana blanca que cubrirá su cuerpo durante la oración y el cántico, un cristo que lo acompañará en todo momento, las velas que iluminarán a los presentes, una campana que resonará al final del acto, y por supuesto, una bolsa que acumulará los dulces recibidos como ofrenda.

Al ser cuestionada sobre si esta es una práctica exclusiva para los niños del pueblo respondió que sí, sin embargo, reconoció que el clima de violencia que afecta al sur de Chihuahua y a muchas otras zonas del país ha obligado a que los menores sean acompañados por sus padres o hermanos mayores, según explicó porque las mamás no los quieren dejar solos… “pero antes era de los puros niños, este es uno los de los cambios que ha tenido la tradición debido a la inseguridad”.

Asimismo, aclara que en esta tradición nunca se han metido los gobiernos o la Iglesia, ya que se le considera una expresión natural del pueblo y se niegan a politizarla. “Por ello solicitamos apoyo a la Secretaría de Cultura para declarar a Los Seremos patrimonio de Chihuahua”, subraya la historiadora local.

Soto recuerda además algunas experiencias cuando gobiernos locales intentaron apropiarse de la tradición, puesto que compraban dulces para los niños y se los llevaban al edificio de la Alcaldía, “y no, la práctica es que salgan a las calles, que vayan casa por casa y luzca la luz de las velas en sus rostros, iluminando el pueblo como siempre se ha hecho”.

Foto: Isaac Molina / El Sol de Parral

Valle de Allende como escenario de la tradición

La experiencia se repite cada año, narra Rita Soto, llegan los niños a las afueras de las pintorescas casas de Valle de Allende, cuyos colores recuerdan su pasado y contrastan con el verde de los nogales, de la cajeta de membrillo que allí se produce, del río -actualmente seco- que da vida al llamado “vergel chihuahuense” por su microclima único que permite el nacimiento de frutos que no se dan a la redonda.

Una vez, frente a la vivienda seleccionada, uno de los niños se recuesta sobre el tapetito o costal con la cabeza hacia la puerta y los demás lo rodean, él es quien representará al “muertito”, el rol más peleado por los participantes; luego ya que esté listo con su crucifijo y su vela encendida, todos rezan un padre nuestro y un ave maría, enseguida inicia el canto: “Angelitos somos, del cielo bajamos a pedir limosna… y si no nos dan, puertas y ventanas nos las pagarán”.

Dicho mantra que se entona el 1 de noviembre concluye inmediatamente con la siguiente expresión: “Seremos, seremos. Calabacitas queremos”, al momento que se tocan las campanas o un bote de aluminio con piedritas dependiendo la posibilidad de los niños.

Luego, explica Soto, los habitantes de la casa salen y les dan lo que tienen, ya sean dulces empapelados para que no se ensucien o frutas como naranjas, tejocotes, calabazas y camotes.

En este sentido, platica que ella es natural de Valle de Allende y que toda su vida ha “navegado” con Los Seremos y que desde niña preguntó a su mamá, a su abuela y a los adultos que le antecedieron si habían practicado esta tradición, la respuesta siempre era sí y que incluso los padres y abuelos de estos también lo habían hecho; “en pocas palabras todos hicimos Los Seremos”.

Foto: Isaac Molina / El Sol de Parral

Una práctica que deben defender

Asegura que ésta es una tradición que debe ser defendida ya que, con sus particularidades, sólo existe en El Valle y en comunidades cercanas como Talamantes y El Pueblito, pero que de ahí en fuera nadie lo hace. “Estamos como en un sándwich porque del norte nos llegan costumbres como el Halloween y del sur la influencia de las catrinas y el altar de muertos, la verdad está muy difícil la competencia”, menciona.

Cuando yo era niña sentía que esto era lo máximo, porque podíamos salir en la noche y convivir con todos los niños del pueblo… era una alegría, por lo que ahora de grandes queremos conservar esta tradición, porque si nosotros sentimos eso, las nuevas generaciones también deben de tener la oportunidad de experimentarlo”, señala Rita Soto.

Además de la alegría, el fomento a la equidad es uno de los valores que también resalta la entrevistada sobre Los Seremos, ya que explica que cuando el recorrido termina todos estos niños extienden en el suelo todo lo que acumularon en su morral y se reparten el botín: uno, dos, tres chocolates; uno, dos, tres chicles… lo que les den, sin ser “abusones”, sin envidias porque hay dulces para todos.

Son parte de un juego, de una toma de conciencia

Es parte también de un juego donde comparten y hacen algo en común, con personas de su familia, vecinos e incluso de otras partes de la región. Todo lo hacen con alegría y nosotros en casa los esperamos con mucho gusto”, refiere la entrevistada para luego mencionar que ella y un grupo de pobladores están formando una comisión para conservar la práctica a propósito de los esfuerzos que se han realizado para declararla patrimonio cultural del estado de Chihuahua.

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Dijo que el principal objetivo es que los niños adquieran la conciencia de lo que están celebrando, que respeten las oraciones y sigan transmitiendo “Los Seremos”, porque así será la única manera en que sobrevivan, con una difusión controlada, cuidando la esencia de lo que se hace en cada acto, en cada palabra del antiguo cántico, en el cual los ángeles se manifiestan y exigen su ofrenda en uno de los pueblos que integran el Camino Real de Tierra Adentro, itinerario cultural declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, Valle de Allende a 30 minutos por carretera de la ciudad de Parral y a 3 horas de la capital del estado de Chihuahua.

Angelitos somos, del cielo bajamos a pedir limosna…” Así inicia el cántico que desde hace más de 400 años entonan los niños de Valle de Allende durante la noche del 1 de noviembre, una tradición conocida como “Los Seremos” que venera a los infantes difuntos con la escenificación de un velorio y a la luz de las velas oran frente a las casas del pueblo, rodeando el cuerpo de uno de los participantes cubierto por una sábana, mientras suenan campanas y reciben dulces como ofrenda. Una práctica que los padres siguen inculcando a sus hijos en una comunidad declarada por la Unesco como Patrimonio Cultural de la Humanidad.

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Cada año, durante el Día de Todos los Santos decenas de niños salen a las calles de Valle de Allende para actualizar y mantener viva una tradición que les fue heredada por sus padres, quienes también la recibieron de sus mayores, los cuales a su vez la aprendieron de sus ancestros y así sucesivamente, de generación en generación, tratándose de una expresión única en el estado de Chihuahua referente a la celebración de los difuntos.

Así honran a los niños difuntos

Los infantes del pueblo se apoderan de las últimas horas del día 1 de noviembre y de las primeras de la noche cargando un costal, una sábana blanca, un crucifijo, una vela, una campana y una bolsa para guardar dulces, obsequio que esperan recibir como fruto de sus oraciones y de su participación en actos que pertenecen a la cosmovisión original del pueblo.

Recorren las antiguas calles y en cada puerta replican un ceremonial donde honran las almas de los fieles difuntos más pequeños, sí de niños que como ellos alguna vez pisaron el viejo Valle de San Bartolomé, como antes se le conocía a Valle de Allende; incluso piden por el descanso de aquellos que no vieron la luz del sol, ni comieron del persimonio que es una fruta típica de la región, ni disfrutaron de las tardes debajo del árbol de la nuez que ahí crece naturalmente.

La mayoría de los participantes se pelea por ser “el muertito”, un cuerpo que se coloca frente a las puertas de las casas, recostado sobre un costal y debajo de una sábana blanca con un crucifijo mientras sostiene con sus manos una vela encendida que ilumina el rostro de los demás niños. Ellos rodeándolo comienzan a orar un padre nuestro y después un ave maría.

Foto: Isaac Molina / El Sol de Parral

Terminado sus oraciones, al unísono recitan el tradicional cántico que aprendieron de sus padres: “Angelitos somos, del cielo bajamos a pedir limosna… y si no nos dan, puertas y ventanas nos las pagaran”.

Para los más pequeños se trata de un juego en el que personifican a los muertos y se divierten con sus iguales, caminan por todo su pueblo y conviven con sus vecinos, en un justo trueque que esperan todo el año, pues salen de noche, en otro tiempo lo hacían prácticamente solos en grupos de 6 o 7, para recibir dulces y frutos de la región.

Después de la amenaza entonan la exigencia acompañada por el sonido de las campanas: “Seremos, seremos. Calabacitas queremos”, de ahí el nombre de la ancestral tradición, “Los Seremos”, cuyo origen es incierto todavía, pero hay quienes se atreven a decir que es tan antiguo como el pueblo mismo que surgió en la década de los 1560, cuando las necesidades de la colonización del norte de la Nueva España requirieron de un lugar para suministrarse de alimentos, puesto que la zona era predominantemente minera.

Es decir, más de 400 años de historia compartiéndose a través de las generaciones y que hoy los adultos buscan mantener o defender, como ellos lo han definido, puesto que influencias externas al pueblo han tratado de degenerar el orgullo de los nativos de Valle de Allende, tratándose del Halloween e incluso, los altares de muertos y catrinas que son propios de México.

El de “Los Seremos”, un origen incierto

Para Rita Soto, historiadora del pueblo y defensora de la tradición, el origen de “Los Seremos” en Valle de Allende es aún desconocido, puesto que no ha localizado referencia alguna en los documentos históricos, sin embargo, sabe que la práctica viene de regiones al norte de la península ibérica, en España, precisamente en las provincias de Vizcaya y Navarra donde está documentada la participación de niños en actividades similares.

Afirma que incluso en algunos estados del sur del país, como en Chiapas, hay expresiones parecidas en los que también se canta “angelitos somos, del cielo bajamos…” pero con una narrativa distinta a la conocida en El Valle y con elementos propios de esas regiones.

Foto: Isaac Molina / El Sol de Parral

Sobre este caso en concreto, Soto dice que existen vagas referencias a las que la gente ha atribuido un posible pasado de la tradicional práctica en donde se indica que un sacerdote, durante la época virreinal, sacó un ataúd que era cargado por hombres “grandes” con la finalidad de pedir limosna porque las cofradías en aquel momento estaban “muy amoladas”, no obstante, subraya que la documentación no menciona tal cual a “Los Seremos”.

A lo mejor se le copió a Los Seremos, pero no lo sabemos con certeza ni nos consta. Tenemos que seguir investigando”, expresa la entrevistada.

Todos rodean al “muertito”

Rita Soto declara que desde que tiene uso de razón este ceremonial popular existe en Valle de Allende y conoce con exactitud los elementos indispensables para llevarlo lo acabo: un tapetito o costal para que “el muertito” se recueste encima, una sábana blanca que cubrirá su cuerpo durante la oración y el cántico, un cristo que lo acompañará en todo momento, las velas que iluminarán a los presentes, una campana que resonará al final del acto, y por supuesto, una bolsa que acumulará los dulces recibidos como ofrenda.

Al ser cuestionada sobre si esta es una práctica exclusiva para los niños del pueblo respondió que sí, sin embargo, reconoció que el clima de violencia que afecta al sur de Chihuahua y a muchas otras zonas del país ha obligado a que los menores sean acompañados por sus padres o hermanos mayores, según explicó porque las mamás no los quieren dejar solos… “pero antes era de los puros niños, este es uno los de los cambios que ha tenido la tradición debido a la inseguridad”.

Asimismo, aclara que en esta tradición nunca se han metido los gobiernos o la Iglesia, ya que se le considera una expresión natural del pueblo y se niegan a politizarla. “Por ello solicitamos apoyo a la Secretaría de Cultura para declarar a Los Seremos patrimonio de Chihuahua”, subraya la historiadora local.

Soto recuerda además algunas experiencias cuando gobiernos locales intentaron apropiarse de la tradición, puesto que compraban dulces para los niños y se los llevaban al edificio de la Alcaldía, “y no, la práctica es que salgan a las calles, que vayan casa por casa y luzca la luz de las velas en sus rostros, iluminando el pueblo como siempre se ha hecho”.

Foto: Isaac Molina / El Sol de Parral

Valle de Allende como escenario de la tradición

La experiencia se repite cada año, narra Rita Soto, llegan los niños a las afueras de las pintorescas casas de Valle de Allende, cuyos colores recuerdan su pasado y contrastan con el verde de los nogales, de la cajeta de membrillo que allí se produce, del río -actualmente seco- que da vida al llamado “vergel chihuahuense” por su microclima único que permite el nacimiento de frutos que no se dan a la redonda.

Una vez, frente a la vivienda seleccionada, uno de los niños se recuesta sobre el tapetito o costal con la cabeza hacia la puerta y los demás lo rodean, él es quien representará al “muertito”, el rol más peleado por los participantes; luego ya que esté listo con su crucifijo y su vela encendida, todos rezan un padre nuestro y un ave maría, enseguida inicia el canto: “Angelitos somos, del cielo bajamos a pedir limosna… y si no nos dan, puertas y ventanas nos las pagarán”.

Dicho mantra que se entona el 1 de noviembre concluye inmediatamente con la siguiente expresión: “Seremos, seremos. Calabacitas queremos”, al momento que se tocan las campanas o un bote de aluminio con piedritas dependiendo la posibilidad de los niños.

Luego, explica Soto, los habitantes de la casa salen y les dan lo que tienen, ya sean dulces empapelados para que no se ensucien o frutas como naranjas, tejocotes, calabazas y camotes.

En este sentido, platica que ella es natural de Valle de Allende y que toda su vida ha “navegado” con Los Seremos y que desde niña preguntó a su mamá, a su abuela y a los adultos que le antecedieron si habían practicado esta tradición, la respuesta siempre era sí y que incluso los padres y abuelos de estos también lo habían hecho; “en pocas palabras todos hicimos Los Seremos”.

Foto: Isaac Molina / El Sol de Parral

Una práctica que deben defender

Asegura que ésta es una tradición que debe ser defendida ya que, con sus particularidades, sólo existe en El Valle y en comunidades cercanas como Talamantes y El Pueblito, pero que de ahí en fuera nadie lo hace. “Estamos como en un sándwich porque del norte nos llegan costumbres como el Halloween y del sur la influencia de las catrinas y el altar de muertos, la verdad está muy difícil la competencia”, menciona.

Cuando yo era niña sentía que esto era lo máximo, porque podíamos salir en la noche y convivir con todos los niños del pueblo… era una alegría, por lo que ahora de grandes queremos conservar esta tradición, porque si nosotros sentimos eso, las nuevas generaciones también deben de tener la oportunidad de experimentarlo”, señala Rita Soto.

Además de la alegría, el fomento a la equidad es uno de los valores que también resalta la entrevistada sobre Los Seremos, ya que explica que cuando el recorrido termina todos estos niños extienden en el suelo todo lo que acumularon en su morral y se reparten el botín: uno, dos, tres chocolates; uno, dos, tres chicles… lo que les den, sin ser “abusones”, sin envidias porque hay dulces para todos.

Son parte de un juego, de una toma de conciencia

Es parte también de un juego donde comparten y hacen algo en común, con personas de su familia, vecinos e incluso de otras partes de la región. Todo lo hacen con alegría y nosotros en casa los esperamos con mucho gusto”, refiere la entrevistada para luego mencionar que ella y un grupo de pobladores están formando una comisión para conservar la práctica a propósito de los esfuerzos que se han realizado para declararla patrimonio cultural del estado de Chihuahua.

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Dijo que el principal objetivo es que los niños adquieran la conciencia de lo que están celebrando, que respeten las oraciones y sigan transmitiendo “Los Seremos”, porque así será la única manera en que sobrevivan, con una difusión controlada, cuidando la esencia de lo que se hace en cada acto, en cada palabra del antiguo cántico, en el cual los ángeles se manifiestan y exigen su ofrenda en uno de los pueblos que integran el Camino Real de Tierra Adentro, itinerario cultural declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, Valle de Allende a 30 minutos por carretera de la ciudad de Parral y a 3 horas de la capital del estado de Chihuahua.

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