/ domingo 6 de marzo de 2022

Las arpías del río Chuviscar y el misterio de los niños extraviados

Fueron tantos reportes robo de menores, que pronto los capitalinos comenzaron a perder el sueño

Decenas de robos de niños se habían reportado a finales del siglo XIX en las orillas del Río Chuviscar, en Chihuahua capital. Las víctimas eran hijos de personas de escasos recursos, según se dice, a cuyas casas los robachicos podían entrar con mayor facilidad. Fueron tantos los reportes de desapariciones que pronto los habitantes de los alrededores comenzaron a perder el sueño por miedo a que alguien entrara a medianoche y se llevara a sus pequeños.

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Pero el pánico subió de tono cuando una vecina de lo que entonces se conocía como los Bajos del Chuviscar, afirmó haber visto a los supuestos robaniños. A diferencia de lo que todos hasta entonces habían imaginado, no se trataba de un solo individuo o un grupo de sujetos, según Dolores, se trataba de espeluznantes criaturas del inframundo a las cuales describió como “viejas arpías”.

La horrorizada mujer, dijo que los seres eran similares a ancianas de enmarañados cabellos grises y con enormes narices ganchudas y cubiertas por verrugas. Según detalló, les había visto merodear por la alameda durante la madrugada pero que no había dicho nada por temor a que la creyeran loca.

Sin embargo, al continuar desapareciendo los niños y al seguir viendo a las horribles criaturas, sintió que era su deber dar a conocer lo que ella sabía, y es que, agotada por noches en vela junto a la cama de su unigénito, sintió que no podría aguantar más esa situación y alguna noche terminaría vencida por el cansancio, lo que sería aprovechado por las “arpías” para llevarse a su pequeñito de solo dos años.

Su historia, lejos de unir a los vecinos, ocasionó que cada quien hiciera lo mismo que ella hasta entonces, turnándose los padres para pasar la noche despiertos velando a sus hijos. Para desgracia de Dolores, ella era viuda, y no tenía quién pudiera apoyarle en ese sentido. Se dispuso entonces que se nombraran serenos a fin de que observasen las calles y alarmara de inmediato en caso de que observasen algo fuera de lugar.

Así fue como empezaron los llamados cada hora después del anochecer “¡las ocho, y todo sereno!”, “¡las nueve, y todo sereno!”, gritaba aquella voz ronca puntualmente. La calma, sin embargo, no volvía, pues en un lapso de dos semanas, habían vuelto las noticias de desapariciones de niños.

Impedida por la soledad para hacer cualquier otra cosa, Dolores determinó el dormir con su bebé en el regazo, a fin de poder reaccionar lo más pronto posible ante cualquier intento de plagio de su retoño.

“¡Las doce…!”, se escuchó aquella voz cuando repentinamente fue interrumpida por un desgarrador grito que acabó con la serenidad. De inmediato los colonos se pusieron de pie y enviaron una comitiva de hombres para que diera con el origen de aquél alarido que pronto se convirtió en desesperados gritos.

Allí, a casi dos kilómetros del asentamiento, debajo de un álamo a la orilla del Chuviscar, encontraron a dolores envuelta en llanto, sus ojos estaban ya hinchados y su voz apenas podía escucharse ya después de tanto alarido.

“¡Se lo llevó!”, repetía insistentemente Dolores arrodillada en el áspero suelo.

El líder de la comitiva trató de calmarla aunque su esfuerzo no rindió muchos frutos. Al cuestionarle sobre lo que había ocurrido, la mujer señaló que un espectro alto, de casi dos metros de altura le había arrebatado al bebé de los brazos.

Desesperada corrió para tratar de alcanzarlo, pero al tener de frente criatura, vio cómo el ente de aspecto cadavérico abría su boca cual serpiente y de un bocado tragó al bebé mientras extendía un par de alas como de murciélago.

Pasaron años y Dolores jamás pudo recuperarse de aquella pérdida. Recordaba a diario como la diabólica arpía le miraba burlona mientras sonreía con esos dientes negros tras devorar a su pequeño. Finalmente ella murió de tristeza.

De las arpías ya nunca más se supo nada, pues incluso la desaparición de niños terminó luego de que el bebé de dolores fue extraído. Al final de la pesadilla, se dice que fueron en total noventa los desaparecidos. De las criaturas se dijo que con ese último sacrificio habrían cumplido su cometido para posteriormente emigrar.

Facebook: Crónicas de Terror en Chihuahua

Con información de Adrián Berrios

Decenas de robos de niños se habían reportado a finales del siglo XIX en las orillas del Río Chuviscar, en Chihuahua capital. Las víctimas eran hijos de personas de escasos recursos, según se dice, a cuyas casas los robachicos podían entrar con mayor facilidad. Fueron tantos los reportes de desapariciones que pronto los habitantes de los alrededores comenzaron a perder el sueño por miedo a que alguien entrara a medianoche y se llevara a sus pequeños.

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Pero el pánico subió de tono cuando una vecina de lo que entonces se conocía como los Bajos del Chuviscar, afirmó haber visto a los supuestos robaniños. A diferencia de lo que todos hasta entonces habían imaginado, no se trataba de un solo individuo o un grupo de sujetos, según Dolores, se trataba de espeluznantes criaturas del inframundo a las cuales describió como “viejas arpías”.

La horrorizada mujer, dijo que los seres eran similares a ancianas de enmarañados cabellos grises y con enormes narices ganchudas y cubiertas por verrugas. Según detalló, les había visto merodear por la alameda durante la madrugada pero que no había dicho nada por temor a que la creyeran loca.

Sin embargo, al continuar desapareciendo los niños y al seguir viendo a las horribles criaturas, sintió que era su deber dar a conocer lo que ella sabía, y es que, agotada por noches en vela junto a la cama de su unigénito, sintió que no podría aguantar más esa situación y alguna noche terminaría vencida por el cansancio, lo que sería aprovechado por las “arpías” para llevarse a su pequeñito de solo dos años.

Su historia, lejos de unir a los vecinos, ocasionó que cada quien hiciera lo mismo que ella hasta entonces, turnándose los padres para pasar la noche despiertos velando a sus hijos. Para desgracia de Dolores, ella era viuda, y no tenía quién pudiera apoyarle en ese sentido. Se dispuso entonces que se nombraran serenos a fin de que observasen las calles y alarmara de inmediato en caso de que observasen algo fuera de lugar.

Así fue como empezaron los llamados cada hora después del anochecer “¡las ocho, y todo sereno!”, “¡las nueve, y todo sereno!”, gritaba aquella voz ronca puntualmente. La calma, sin embargo, no volvía, pues en un lapso de dos semanas, habían vuelto las noticias de desapariciones de niños.

Impedida por la soledad para hacer cualquier otra cosa, Dolores determinó el dormir con su bebé en el regazo, a fin de poder reaccionar lo más pronto posible ante cualquier intento de plagio de su retoño.

“¡Las doce…!”, se escuchó aquella voz cuando repentinamente fue interrumpida por un desgarrador grito que acabó con la serenidad. De inmediato los colonos se pusieron de pie y enviaron una comitiva de hombres para que diera con el origen de aquél alarido que pronto se convirtió en desesperados gritos.

Allí, a casi dos kilómetros del asentamiento, debajo de un álamo a la orilla del Chuviscar, encontraron a dolores envuelta en llanto, sus ojos estaban ya hinchados y su voz apenas podía escucharse ya después de tanto alarido.

“¡Se lo llevó!”, repetía insistentemente Dolores arrodillada en el áspero suelo.

El líder de la comitiva trató de calmarla aunque su esfuerzo no rindió muchos frutos. Al cuestionarle sobre lo que había ocurrido, la mujer señaló que un espectro alto, de casi dos metros de altura le había arrebatado al bebé de los brazos.

Desesperada corrió para tratar de alcanzarlo, pero al tener de frente criatura, vio cómo el ente de aspecto cadavérico abría su boca cual serpiente y de un bocado tragó al bebé mientras extendía un par de alas como de murciélago.

Pasaron años y Dolores jamás pudo recuperarse de aquella pérdida. Recordaba a diario como la diabólica arpía le miraba burlona mientras sonreía con esos dientes negros tras devorar a su pequeño. Finalmente ella murió de tristeza.

De las arpías ya nunca más se supo nada, pues incluso la desaparición de niños terminó luego de que el bebé de dolores fue extraído. Al final de la pesadilla, se dice que fueron en total noventa los desaparecidos. De las criaturas se dijo que con ese último sacrificio habrían cumplido su cometido para posteriormente emigrar.

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Con información de Adrián Berrios

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