Muchas de las tradiciones y costumbres que poseemos hasta nuestros días provienen del legado cristiano en occidente; sin embargo, este legado en muchas ocasiones proviene de un origen aún más antiguo, y tal es el caso del tradicional árbol navideño ¿por qué lo ponemos para celebrar el nacimiento de Jesucristo? ¿qué significado tiene? ¿por qué tiene esferas y luces?
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Fue alrededor del siglo VIII cuando los habitantes paganos (no conversos al cristianismo) de la región de la Baja Sajonia, actual Alemania, al llegar el invierno solían realizar un sacrificio humano dedicado al dios nórdico Thor, donde generalmente la víctima era un niño.
El sacrificio se realizaba al pie de un árbol, venerado y considerado sagrado por los lugareños quienes lo llamaban “El del Trueno”. Es justo aquí que entra el “héroe” de esta historia, conocido en la Iglesia Católica como San Bonifacio.
En la víspera de Navidad del año 723, el santo y sus compañeros llegaron a una aldea justo a tiempo para interrumpir el sacrificio. Con su báculo de obispo en la mano, Bonifacio se acercó a los paganos y les dijo “aquí está el Roble del Trueno, y aquí la cruz de Cristo que romperá el martillo del dios falso, Thor”.
En ese momento, el verdugo levantó el martillo con el que ejecutaría al pequeño niño, y de acuerdo a la tradición, el obispo Bonifacio extendió su báculo logrando interrumpir el golpe y romper milagrosamente el gran martillo de piedra, salvando la vida del niño.
Después del milagro, el relato cuenta que San Bonifacio dijo ante la expectación de todos: “Esta es la noche en que nació Cristo, el hijo del altísimo, el salvador de la humanidad. Él es más justo que Baldur el Hermoso, más grande que Odín el Sabio, más gentil que Freya el bueno. Desde su venida el sacrificio ha terminado".
"La oscuridad, Thor, a quien han llamado en vano, es la muerte. En lo profundo de las sombras de Niffelheim él se ha perdido para siempre. Así es que ahora, en esta noche, ustedes empezarán a vivir. Este árbol sangriento ya nunca más oscurecerá su tierra. En el nombre de Dios, voy a destruirlo”, agregó.
Fue entonces que tomando un hacha, logró derribar el Roble del Trueno, aconteciendo otro milagro en el que una gran ráfaga de viento se desató a través del bosque derribando el árbol con raíces y todo, rompiéndose el roble en cuatro pedazos.
Ante la expectación de los germánicos, Bonifacio había “asesinado” el Roble de Thor. Fue entonces que “el apóstol de Alemania” señaló un pequeño abeto, diciendo luego: “Este pequeño árbol, este pequeño hijo del bosque, será su árbol santo esta noche. Esta es la madera de la paz…Es el signo de una vida sin fin, porque sus hojas son siempre verdes”.
“Miren como las puntas están dirigidas hacia el cielo. Hay que llamarlo el árbol del Niño Jesús; reúnanse en torno a él, no en el bosque salvaje, sino en sus hogares; allí habrá refugio y no habrán actos sangrientos, sino regalos amorosos y ritos de bondad”.
Fue así, que los alemanes se convirtieron al cristianismo y al llevar un abeto a sus hogares y decorarlo con velas y ornamentos para celebrar el nacimiento de Jesucristo, iniciaron una tradición que nos acompaña hasta nuestros días.