Cada 1 de noviembre en el Valle de Allende, Chihuahua, los niños del pueblo protagonizan una tradición que ha pasado de generación en generación: el canto de Los Seremos, un ritual en el que, entre risas y solemnidad, honran a los difuntos a través de un juego que recrea un “velorio” en cada puerta que tocan. Esta práctica tiene un matiz especial, pues además de ser un juego, simboliza el respeto por los seres queridos que ya no están, especialmente los infantes fallecidos.
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Desde que cae la noche, los niños se reúnen para iniciar su recorrido, llevando consigo una vela, una sábana, una campana y una bolsa para los dulces. Uno de ellos asume el rol de “el muertito”, recostándose en un tapete frente a cada puerta, mientras los demás lo rodean, sosteniendo un crucifijo y velas encendidas. En esta escena, los pequeños realizan una breve oración en memoria de los difuntos, especialmente los niños que, como ellos, alguna vez recorrieron el pueblo.
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"Angelitos somos": El tradicional cántico que resuena en Valle de Allende
Después de la oración, los niños rompen el silencio con el tradicional canto: “Angelitos somos, del cielo bajamos a pedir limosna y si no nos dan…”. Entre risas y con firmeza agregan: “¡Puertas y ventanas nos las pagarán!”, usando un tono entre broma y seriedad que invita a los adultos a salir de sus casas y ofrecerles dulces o frutas. El canto se convierte así en un diálogo entre generaciones, una solicitud alegre y respetuosa que todos esperan con gusto.
La segunda parte del canto es quizás la más esperada. Al ritmo de una campana o el sonido de una lata con piedritas, los niños gritan: “Seremos, seremos, ¡calabacitas queremos!”. Es esta frase la que da nombre a la tradición de Los Seremos, un acto que sigue marcando el Día de Todos los Santos en el Valle de Allende, donde se prefiere este tipo de celebración en lugar de otras influencias modernas como Halloween.
Un ritual infantil con más de 400 años de historia
Este ritual, que algunos consideran con más de 400 años de historia, convierte al pueblo en un escenario de fe y tradición. Los adultos miran a los niños con cariño y participan de la actividad, recordando cuando ellos mismos fueron los protagonistas de este cántico, al tiempo que mantienen viva una parte única de su cultura, en un acto que resiste el paso del tiempo y el cambio de costumbres.
Antes, los niños recorrían las calles solos, sin la compañía de adultos, pero en los últimos años sus padres suelen acompañarlos debido a temas de seguridad. Esta modificación no ha alterado el significado profundo del ritual; al contrario, le da un toque de resguardo que asegura la continuidad de la tradición y el bienestar de los participantes.
Con cada parada, los pequeños reciben dulces, tejocotes, naranjas y calabazas, lo cual es visto como una recompensa por su dedicación y respeto en la ceremonia. Los dulces y frutas que reciben se acumulan en sus bolsas, pero al final de la noche, en un acto de unidad, todos los niños comparten lo recolectado. Este gesto recuerda la importancia de la equidad y el sentido de comunidad, valores que han acompañado a Los Seremos desde su origen.
Así, Los Seremos no es solo una actividad de pedir dulces; es un recordatorio de unidad, gratitud y respeto por los antepasados, un legado que los niños del Valle de Allende siguen transmitiendo de generación en generación. Cada cántico, cada vela encendida y cada ofrenda representan la esencia de un pueblo que honra a sus difuntos y mantiene viva su identidad cultural año tras año.