/ miércoles 10 de julio de 2024

Todo el mundo es tu maestro / La madre Tierra susurra a las mujeres que riegan su jardín

La Madre Tierra es la raíz y el símbolo primigenio de la existencia. La tierra es amada como la madre, por y en ella existimos y habitamos, nutre y da vida. Cobija con la infinita belleza de la naturaleza; estaciones del año, sus majestuosos paisajes de día y de noche, desde auroras boreales hasta las flores en primavera. Bendice con la lluvia que golpea nuestras ventanas hasta las corrientes de agua que desembocan en los océanos.

Nuestra madre tierra se hace ver en la mirada amorosas que se conectan a nuestra alma. Los poetas, con toda razón, tienen la costumbre de llamar a la tierra, Madre de todo, Fuente de todo, Pandora, dado que es la causa original de la existencia y de la continuidad de la existencia de todas las plantas y animales. La tierra, con sus ríos y manantiales hace que las plantas florezcan y los animales tengan abundante agua que beber.

Mantiene la vida en el planeta. Aunque la madre tierra se conecta con cualquier alma sensible, existe una relación especial con aquellas mujeres que cuidan de sus jardines, en parte porque la mujer tienen el don de alimentar y dar vida, pero su relación va mucho más allá de proveer alimentos y albergue, hay algo ciertamente más espiritual; es común que en la mujer surja una necesidad inexorable de asociarse, una relación inefable, íntima y profunda, con el medio ambiente y con otros seres vivientes que la rodean, he aquí un ejemplo de mujer-naturaleza, la poeta del siglo pasado, Juana de Ibarbourou:

“Selva; he aquí una palabra húmeda, verde, fresca, rumorosa, profunda. Cuando uno la dice, tiene enseguida la sensación del bosque todo afelpado de musgos, runruneante de píos y de roces, lleno de los quitasoles apretados y móviles de las copas de los árboles, bajo las cuales las siestas ardientes son tan dulces y donde es tan grato, tenderse a soñar.[…]¡Qué palabra para mí tan llena de reminiscencias! Huele a eucaliptos, a álamos, a sauces, a grama; suena a viento, a agua que corre, a pájaros que cantan y pían, a roce de insectos y croar de sapitos verdes…”

Las imágenes de este texto brindan la paz y protección que da la naturaleza y quién mejor para relacionarse con las flores que las señoras que desde temprano andan regando sus plantas, ellas se mimetizan con la alegría del mundo verde. Las flores de nuestros pequeños jardines hasta las de los enormes campos coloridos, son fáciles de admirar y dar lecciones de optimismo. Nuestros jardines son un refugio ante la soledad y la angustia. Pocas veces entendemos la responsabilidad de cuidar y proteger la naturaleza. Otra vez esta mujer-naturaleza-poeta, Juana de Ibarbourou sencilla y elocuente dice:

Frente a mi casa hay un tupido cerco de enredaderas. Y todas las mañanas amanece azul, como si un trozo de cielo durante la noche, se hubiera desmenuzado sobre él. Muy temprano apenas me levanto, corro abrir la ventana de mi cuarto para mirar el hermoso cerco azul. […] Ayer vi que el lechero al pasar, pegó al cerco con el látigo y la vereda quedó cubierta de campanillas mutiladas. Sentí una indignación profunda ante ese inconsciente y torpe acto de maldad. […]

No sé por qué, me serena verlo tan lleno de viva y sana belleza. Y creo que me da una constante lección de optimismo floreciendo sin tasa, cubriéndose mañana a mañana con sus campanillas azules, […]

Destruimos la naturaleza sin descubrir los múltiples beneficios que brinda, no sólo es alimento, cobijo, supervivencia, sino que además nos da lecciones de vida. Es fuente de inspiración, a pesar de mutilarla, de destrozarla, inconscientemente, o a conciencia, de la misma, la naturaleza se impone ante cualquier acto de crueldad, surge optimista, renace constantemente llena de esplendor y belleza y susurra mensajes a toda aquella alma digna de escucharla.

Adalberto Gutiérrez / Ingeniero Agrónomo