Los tiernos tallos de la primavera han quedado atrás, han crecido y florecido bajo los rayos del sol del verano, hoy despunta lerdo el otoño, una estación más en este ciclo interminable de la naturaleza. Los campos se han vestido elegantemente con su manto verde, salpicados con bellos matices de flores y frutos. De los frondosos árboles ya han volado de sus nidos los nuevos críos, ahora danzan por valles y montañas en busca de alimento, con su canto alegran el ambiente, con su colorido despiertan los sueños de aquellos que anhelan una pisca de libertad.
El otoño ha llegado, viene cargado con la rica abundancia de la cosecha, el trigal llena sus espigas de nutridos granos, las laderas y valles dan paso a esos maizales donde germinan abundantes mazorcas, los árboles se llenan de frutos maduros que alimentan lo mismo a un insecto que al más exigente paladar, los pastizales son un mosaico interminable que danza al compás y al ritmo del viento, en sus espigas esta la riqueza que alimenta al ganado, a las aves y hasta a los roedores. El campo es un festín, el otoño ha llegado con su magia, con su abundancia.
El día y la noche comparten por igual las horas, hasta que de pronto la noche comience a ganar terreno y sea más prolongada, los rayos del sol hacen su trabajo, sazonan los frescos granos, los maduran les dan este color característico. Las flores poco a poco van perdiendo su color intenso propio de la primavera y el verano, hasta madurar y dejar que las fecundas semillas vuelvan a cubrir el suelo. Por su parte el color ocre, amarillo, café, verde obscuro y un cúmulo de variados colores más pintan de elegancia el paisaje, el horizonte se transforma, el espectáculo adquiere una dimensión digna de admirarse, la nostalgia, la alegría, la reflexión y la misma vida invitan a adentrarse en ese mundo maravilloso donde el otoño brilla en todo su esplendor.
El paisaje comienza a mudar no solo con el espectáculo de colores, sino en su esencia y contenido, los vientos frescos de otoño son tijeras que cortan las hojas maduras, de a poco los árboles van perdiendo su follaje, se desnudan para esperar fuertes y esbeltos la llegada del gélido invierno. Las hojas caen al suelo y tapizan de colores la tierra, las veredas, los caminos, las hojas también juegan en las aguas de arroyos, ríos y lagos, viajan sin límite en las mismas alas del viento y así cumplen su ciclo, primero de dar sombra y belleza, después de volver a la tierra para nutrirla una vez más.
Y cómo no disfrutar de un paseo a la luz de los rayos del sol que lento se despiden en el horizonte, pisar con las plantas se tus pies las hojas que yacen en la vereda, disfrutar de ese suave crujido que relaja, sentir las caricias del viento, ver como caen lentamente las hojas que se desprenden de las ramas más altas, disfrutar del canto melancólico de los pájaros, de los desafinados grillos y hasta del relajante murmullo de los insectos que danzan a la luz de los últimos rayos.
El otoño está aquí, ha llegado cargado con toda su magia y su belleza, la naturaleza una vez más nos ofrece un paraíso para disfrutarlo, es tiempo de la cosecha, es tiempo de saber atesorar aquellas cosas que son valiosas para nuestra vida. No perdamos la oportunidad de ir por ese camino, por esa vereda, y disfrutar del momento, del otoño, de la vida. Desde lo personal, en el otoño de tu vida, ¿tienes algo qué cosechar?