/ jueves 15 de agosto de 2024

Punto Gélido / ¿Dueños de qué?

Con frecuencia caminamos por la vida presumiendo ser los dueños incluso del propio universo, es común que en alguna declaración de tipo romántica, él o ella ofrecen bajar el cielo y las estrellas a la imperfecta o al imperfecto que se asume como merecedor y receptor de tan preciado obsequio. Algunos más intentan colonizar no sólo la tierra sino otros lugares como la propia luna o algún planeta, válido el intento, tal vez. Ser dueños de una isla, de una montaña, de un bosque, de una casa o de apenas unos cuantos metros cuadrados de tierra en un panteón, ¿es real o es solo una ilusión?, en realidad somos dueños de qué.

Pero no solo de las cuestiones físicas nos asumimos como orgullosos dueños, pero qué hay de las cuestiones inmateriales, con frecuencia solemos decir soy el dueño de mi propia vida y pensamos que disponemos de ella a nuestro entero placer, ¿pero en realidad esa libertad existe? Un buen día simplemente nacemos, sin pedirlo o desearlo, un buen día también morimos sin poder evitarlo, entonces, ¿dueños de qué?. Ocupamos un espacio en este mundo terrenal, pero acaso se nos preguntó ¿en qué lugar de la tierra queríamos nacer, crecer, vivir, incluso morir?, se nos preguntó ¿cómo es que queríamos que fuera nuestro color de piel?, si es que eso pueda llegar a tener alguna importancia, al igual que ser alto o bajito, fuerte o débil, en fin, y todas las características físicas que usted guste y mande que nos dan una identidad como personas únicas, además ¿se nos brindó la oportunidad de escoger a quienes queríamos que fueran nuestros padres, hermanos, familia, o nacionalidad y continente?, que nos regalan un origen y una identidad.

Pero también somos parte, un pequeño eslabón en la cadena infinita del tiempo, o tal vez finita, ¡quién sabe!, y con arrogancia solemos mencionar yo soy dueño de mi propio tiempo, ¿es así?, quién determinó que naciéramos en tal año, en tal siglo, ¿por qué? ¿para qué?, al final de cuentas ¿qué es el tiempo?, solo una fila continua de días finitos, una montaña de años, un mar de siglos, entonces en verdad, ¿dueños del tiempo?, es más, no somos capaces ni siquiera de saber cuánto es el tiempo que permaneceremos bajo la condición de eso que solemos llamar vida. En otra cuestión también de tipo inmaterial, bajo la propia seguridad solemos decir yo soy dueño de mis pensamientos y de mis emociones, pero el simple canto del grillo suele romper esa afirmación, nos asusta el trueno o el relámpago que surca los cielos, la oscuridad suele alterar los sentidos, el silencio o el ruido apagan o encienden las emociones, la soledad suele castigar los pensamientos, la convivencia transforma el entorno y nos dejamos llevar como hoja seca en la corriente del río. La mercadotecnia desactiva nuestras defensas y sucumbimos ante el ataque permanente de los mensajes subliminales que nos llevan a ser, a pensar y actuar como ellos quieren y no como el individuo desea ser, entonces una vez más dueños de qué, cuando el colectivo simplemente te empuja, te arrastra, te atrapa.

Yo soy dueño de mi propio cuerpo solemos afirmar, la pregunta es, ¿dónde lo compraste? ¿Quién te lo regaló? o como es que eres dueño de ese templo donde habita el espíritu. Cierto es que tenemos en las manos eso que llamamos voluntad, para llevar tu cuerpo por donde desees, sin embargo, la voluntad no siempre está por encima de una realidad o de un sentido común, entonces dueño de qué. Quizás y solo quizás de lo único que tal vez podamos ser dueños es del instante, si de ese instante en el que tenemos vida, más allá de las cuestiones materiales, de las cuestiones inmateriales, del espacio y del tiempo, en fin, la pregunta sigue siendo ¿dueños de qué?, si al llegar nada tenemos y al partir nada nos llevamos. Quizás la reflexión se impone y el orden de las prioridades cambie de importancia, cuando hagamos consciencia de que lo que realmente tenemos es solo el instante en el que vivimos.

Leoncio Durán Garibay / Ingeniero Agrónomo

Con frecuencia caminamos por la vida presumiendo ser los dueños incluso del propio universo, es común que en alguna declaración de tipo romántica, él o ella ofrecen bajar el cielo y las estrellas a la imperfecta o al imperfecto que se asume como merecedor y receptor de tan preciado obsequio. Algunos más intentan colonizar no sólo la tierra sino otros lugares como la propia luna o algún planeta, válido el intento, tal vez. Ser dueños de una isla, de una montaña, de un bosque, de una casa o de apenas unos cuantos metros cuadrados de tierra en un panteón, ¿es real o es solo una ilusión?, en realidad somos dueños de qué.

Pero no solo de las cuestiones físicas nos asumimos como orgullosos dueños, pero qué hay de las cuestiones inmateriales, con frecuencia solemos decir soy el dueño de mi propia vida y pensamos que disponemos de ella a nuestro entero placer, ¿pero en realidad esa libertad existe? Un buen día simplemente nacemos, sin pedirlo o desearlo, un buen día también morimos sin poder evitarlo, entonces, ¿dueños de qué?. Ocupamos un espacio en este mundo terrenal, pero acaso se nos preguntó ¿en qué lugar de la tierra queríamos nacer, crecer, vivir, incluso morir?, se nos preguntó ¿cómo es que queríamos que fuera nuestro color de piel?, si es que eso pueda llegar a tener alguna importancia, al igual que ser alto o bajito, fuerte o débil, en fin, y todas las características físicas que usted guste y mande que nos dan una identidad como personas únicas, además ¿se nos brindó la oportunidad de escoger a quienes queríamos que fueran nuestros padres, hermanos, familia, o nacionalidad y continente?, que nos regalan un origen y una identidad.

Pero también somos parte, un pequeño eslabón en la cadena infinita del tiempo, o tal vez finita, ¡quién sabe!, y con arrogancia solemos mencionar yo soy dueño de mi propio tiempo, ¿es así?, quién determinó que naciéramos en tal año, en tal siglo, ¿por qué? ¿para qué?, al final de cuentas ¿qué es el tiempo?, solo una fila continua de días finitos, una montaña de años, un mar de siglos, entonces en verdad, ¿dueños del tiempo?, es más, no somos capaces ni siquiera de saber cuánto es el tiempo que permaneceremos bajo la condición de eso que solemos llamar vida. En otra cuestión también de tipo inmaterial, bajo la propia seguridad solemos decir yo soy dueño de mis pensamientos y de mis emociones, pero el simple canto del grillo suele romper esa afirmación, nos asusta el trueno o el relámpago que surca los cielos, la oscuridad suele alterar los sentidos, el silencio o el ruido apagan o encienden las emociones, la soledad suele castigar los pensamientos, la convivencia transforma el entorno y nos dejamos llevar como hoja seca en la corriente del río. La mercadotecnia desactiva nuestras defensas y sucumbimos ante el ataque permanente de los mensajes subliminales que nos llevan a ser, a pensar y actuar como ellos quieren y no como el individuo desea ser, entonces una vez más dueños de qué, cuando el colectivo simplemente te empuja, te arrastra, te atrapa.

Yo soy dueño de mi propio cuerpo solemos afirmar, la pregunta es, ¿dónde lo compraste? ¿Quién te lo regaló? o como es que eres dueño de ese templo donde habita el espíritu. Cierto es que tenemos en las manos eso que llamamos voluntad, para llevar tu cuerpo por donde desees, sin embargo, la voluntad no siempre está por encima de una realidad o de un sentido común, entonces dueño de qué. Quizás y solo quizás de lo único que tal vez podamos ser dueños es del instante, si de ese instante en el que tenemos vida, más allá de las cuestiones materiales, de las cuestiones inmateriales, del espacio y del tiempo, en fin, la pregunta sigue siendo ¿dueños de qué?, si al llegar nada tenemos y al partir nada nos llevamos. Quizás la reflexión se impone y el orden de las prioridades cambie de importancia, cuando hagamos consciencia de que lo que realmente tenemos es solo el instante en el que vivimos.

Leoncio Durán Garibay / Ingeniero Agrónomo