Hoy en el asta bandera de este mi país ondea una bandera rota, sus colores han dejado de ser puros y brillantes, se han ensuciado con el lodo maldito de la violencia, la desesperación y la incertidumbre. Como enemigos acérrimos nos enfrentamos buscando tener el control de cada pedazo de la patria, sin importar que para ello pisoteemos y mancillemos el honor, la dignidad y la libertad de cada uno de los orgullosos hijos de esta gran nación. Los valores, la ética y el respeto se han convertido en estandartes, solo en estandartes, en la práctica parece que son letras que descansan en el panteón del olvido, a donde en ocasiones nos acordamos y vamos a llevarles alguna flor, como para no olvidarlos del todo y así acallar un poco nuestra maltratada conciencia.
Una bandera rota ondea en la plaza de mi pueblo, al igual que la patria, sus colores se encuentran deslavados, sucios y hasta teñidos con más intensidad, el fuerte viento de la injusticia que sopla en todas direcciones se ha encargado de destrozar la tela de cada uno de sus colores; el verde sinónimo de esperanza se ha convertido solo en un anhelo, en un sueño de los hijos de esta tierra, un esperanza que a pasos agigantados se desvanece en los muros de una realidad que más bien tiñe de negro el horizonte.
El blanco sinónimo de unidad, se encuentra percudido con el color del odio, del egoísmo y de la avaricia, de ese individualismo que cada día nos aleja más del objetivo de vivir en sociedad de manera armónica y civilizada, una unidad que se ve amenazada con la paradoja insana de imponer por encima de cualquier cosa una cuestionada mayoría, que por el solo hecho de serla se toma la atribución de pisotear, de ignorar y de humillar a quienes se atreven a ver, pensar y sentir de manera diferente, desde la óptica de eso que llaman minoría. Y el rojo sinónimo de la sangre que derramaron los héroes nacionales, de esos héroes que ofrecieron su vida y su sangre por darnos patria y libertad, así como por liberarnos de la miseria y de la ignorancia, héroes que hoy tal vez se deben estar revolcando de coraje en sus tumbas al ver que su esfuerzo y su sacrificio fue en vano.
Hoy se tiñe de un rojo más intenso no solo una porción de la bandera, sino una gran parte del territorio de este país que a diario camina entre muertos, muertos que son sus hijos y que no puede o no ha podido hacer lo suficiente para cuidarlos, para protegerlos, para ayudarlos a vivir en armonía, en igualdad y con respeto. Pero el rojo no es solo de la sangre que a diario se derrama, también del miedo, de la impotencia, de la indefensión que a diario experimentan la gran mayoría de los hijos de este país llamado México.
Hoy una bandera rota ondea en mis manos, en las manos de muchos mexicanos, mexicanos que lejos de seguir viendo como se destruye aún más nuestra patria, hoy están dispuestos a hacer algo por ella, por esta nación rica en recursos, en cultura, en historia, en sus tradiciones, en su gente de lucha, que trabaja y que es de buen corazón.
En nuestras manos está esa bandera rota, deslavada, sucia, lejos de seguir dejándola a la deriva, el llamado es para que hagamos un esfuerzo extraordinario para romper con esa inercia, saquemos lo mejor que hay en nuestros nobles sentimientos, en nuestra capacidad para construir, para reconstruir aquel tejido dañado, invitemos a todos para ser parte de ese reencuentro, de esa reconciliación entre hermanos, entre hijos de un mismo pueblo, de una misma nación, un reencuentro entre familias, entre amigos, entre vecinos, un reencuentro generoso incluso consigo mismo. Está en nuestra actitud, en nuestro esfuerzo, en nuestra buena voluntad reconstruir nuestra bandera, que sus colores vuelvan a brillar intensamente y que la esperanza, la unidad y el respeto por nuestros antepasados vuelvan a hacernos sentir orgullosos. Entreguemos a nuestros hijos, no una bandera sucia y rota, sino una bandera limpia, vigorosa, digna. No una bandera de odio, sino de paz y amor.