A 25 kilómetros de Creel, en la comunidad de Cusárare, en plena Sierra Tarahumara, el tiempo pasa lentamente. No son muchas personas quienes ahí habitan. No tantas como para invertir en infraestructura para que la telefonía celular esté disponible. Así que, al llegar ahí, el servicio telefónico se suspende por falta de señal y comienza un encuentro con lo simple y belleza de lo básico, la naturaleza, el momento presente, observar, disfrutar el “aquí y ahora”.
Indescriptibles paisajes de piedra y follaje de pinos rodean la pequeña comunidad que encierra historias de generaciones indígenas y memorias de los pueblos originarios asentados desde el siglo XVII con el arribo de los frailes jesuitas que fundaron la misión de los Santos Cinco Señores de Cusárare, que le da nombre al poblado.
A pesar de la riqueza cultural, natural, histórica de la región, las familias indígenas se mueven despacio conservando su origen, el sentido de su existencia y la posibilidad de subsistir cerca de la modernidad y del turismo voraz que llega sin mesura, ni recato.
Las mujeres de Cusárare resisten las inclemencias del tiempo y los desafíos por falta de recursos o producción de alimentos en las tierras del maíz o frijol, asediadas por intereses ajenos, frecuentemente ligados por las tentaciones mestizas de la globalización.
Son artesanas talentosas. Se organizan en cooperativas y elaboran productos de alta calidad y sencillez. Crean con sus manos verdaderas obras de arte usando colores, texturas, formas inspiradas en sus propios rostros y cuerpos; en su propia vestimenta; en sus propios utensilios de cocina, de trabajo, de la vida cotidiana familiar y comunitaria.
Las mujeres que escriben la historia diaria con orgullo e identidad, visten faldas que ellas mismas elaboran, con telas coloridas y floreadas que las distinguen a la distancia, en medio del paisaje grisáceo de la tierra serrana cuando no ha llovido.
Hace tiempo conocimos a algunas de esas mujeres que se organizan para generar sus propios ingresos y que aprenden a hacer negocios con mujeres empresarias mestizas que también comprenden el significado de la solidaridad femenina y del trabajo en equipo. Comparten su sabiduría antigua. Conocen el significado de lealtad y compromiso con la otra, con los otros, con ellas mismas.
La artesana indígena Catalina Batista es una de las promotoras más entusiastas de productos artesanales de Cusárare. Es visionaria y hace negocios, sin abandonar su origen ni su identidad y contribuye a mejorar la vida de su gente. Esta tarea la ha convertido en una empresaria, fomentado el arraigo de las familias en su comunidad, mediante el trato directo, cara a cara entre productoras y compradoras; sin intermediarios, ni promotores turísticos que cobran comisiones, sin reconocer a quienes elaboran los productos que se venden como souvenirs en hoteles y restaurantes. La historia reciente de las artesanas de Cusárare no tiene desperdicio. No son sólo las mujeres buscando un sustento económico, son el eje que mantiene el equilibrio en la organización comunitaria.
Cada una guarda relatos de alegrías y tristezas, como quienes han perdido a sus parejas, a sus hijos, hermanos, a sus padres por culpa de “los malos”, como los describe Catalina. Pero eso no les impide seguir mirando hacia adelante y afirmar, siempre con una discreta sonrisa, como dicen en rarámuri: “we kaniri tamujé juko mapujiti we gará tamujé nóchari ju, en español: “muy contentas nosotras estamos porque muy bien nuestro trabajo está”. Y eso es suficiente por ahora.