Existen ideas personales sobre las situaciones y objetos del mundo, pero también existe una amplia gama de ideas que son sociales o que son compartidas por un marco geográfico, pero más bien cultural. El campo de la etnopsicología se encarga del estudio de aquellos componentes que condicionan la conducta y pensamiento de un entorno étnico. Rogelio Díaz Guerrero funda el campo de la etnopsicología con su texto “la psicología del mexicano” donde trata de describir parte de nuestra conducta y concepciones del entorno y la vida a partir de varios estudios en el territorio nacional. En ese texto en particular es posible rescatar gran parte del pensamiento del mexicano.
Para el mexicano, dice Díaz, existe una relación importante entre el amor y el poder. Entonces el ejercicio político es un asunto de afectos. El mexicano concibe al poder como un ejercicio del querer u el odio. “Si me quiere me ayuda, si lo quiero me deja gobernar”.
Esa relación de amor y poder sobre el objeto amado se traslada al plano político y se insertan las amistades o enemistades, además el mexicano construye varias ideas sobre la política y el poder que afectan el ejercicio del gobierno y la ciudadanía.
Es común ver un desinterés generalizado sobre la participación ciudadana y política, debido al enojo; somos las parejas decepcionadas. “ninguno cumple”, “los políticos nos traicionan” esas ideas de referencia promueven la inactividad. El mexicano toma una distancia poco sana con la política, pues desentenderme del asunto no implica que el asunto desaparezca.
El mexicano se desinteresa, además asume que la política es responsabilidad de otros y que se vuelve más digno por no participar. “yo no soy político” es un dicho que asegura confianza, cuando en realidad deberíamos sustituir ese dicho por “soy un político honesto” pues siempre y a lo largo de la historia ha existido una clase gobernante.
El mexicano sueña con el líder perfecto, como ese novio o novia idealizado, que traerá orden y paz a nuestras vidas. Soñamos con un líder todo bueno, que venga a dictar la luz. Pero no nos involucramos en comprender y entender trayectorias políticas y sobre todo efectividad en el ejercicio de las responsabilidades.
El mexicano mezcla la vida personal con la política o laboral, antes nos interesa si una persona es infiel en sus relaciones que efectivo en su trabajo.
Es precisamente por esa mezcla entre amor y poder que no alcanzamos a visualizar efectivamente la línea divisoria entre nuestra responsabilidad y la responsabilidad del gobernante, porque pareciera que estamos en una pugna de amor antes que de responsabilidad laboral.
Este embrollo cambia cuando el ciudadano se entiende como responsable de sus gobernantes y su cuidado, cuando acepta que le critiquen a su candidato y a su representante sin ver la crítica desde la emotividad e incluso la celebra.