Hablar de la niñez es pronunciar de lo que alguna vez fuimos; muchos añoran la infancia como una etapa privilegiada de la historia personal, unos conservan memorias vívidas a pesar de los años transcurridos, algunos se esfuerzan por no idealizar los primeros años de su vida porque no siempre han gozado de aquello que es deseable esperar para todo niño por muchas razones tales como personales, familiares, o sociales. También la niñez, como cualquier otro ciclo humano, puede ser una etapa dura; en la niñez nos abocamos a la gran tarea del descubrimiento y la exploración de la realidad y de la vida que nos rodean; nos autoconocemos permanentemente y comenzamos la socialización con otras personas, insertándonos en una familia y en el circuito de otras relaciones.
Nosotros ya no somos niños, sin embargo, alguna vez lo hemos sido; cuando recordamos la niñez y evocamos al niño que fuimos podemos sentir diversas emociones: Alegría, nostalgia, agradecimiento o quizás, también, por qué no, otras sensaciones no tan positivas. Cuando te conectas con el niño que fuiste, el que lleva tu nombre y tu historia, ¿qué imagen es la que viene?; ¿cuál es el retrato en el que te ves y te reconoces a ti mismo?; ¿qué lugares recuerdas?; ¿qué olores te son familiares?; ¿qué paisajes se dibujan?; ¿qué voces escuchas?; ¿qué anécdotas recuerdas?... La niñez es una “metáfora” de la esencia de nuestra condición humana, no queda en nuestro pasado sino que aparece en el horizonte de nuestro futuro como un “punto” del itinerario personal al cual hay que llegar.
Mientras transcurre la vida vamos perdiendo todas las características de la niñez: Confianza en los otros; inocencia, ingenuidad, capacidad de jugar y de soñar; iniciativa, imaginación y creatividad; empezar siempre algo nuevo; conocer las cosas y preguntar sin vergüenza por lo que ignoramos; ser afectivos y expresivos sin condicionamientos, espontáneos, auténticos, frescos, ocurrentes, risueños, tímidos o extravertidos, simpáticos, alegres y tantas, tantas otras buenas condiciones que vamos, penosamente, olvidando y perdiendo mientras crecemos, como si fuera una erosión que desgasta la vida, haciéndonos endurecer, poniéndonos rígidos y calculadores, serios, precavidos y desconfiados, tenemos que volver a recordar cómo era y cómo sentía hace algunos años, cómo veía el mundo aquél niño que alguna vez fuimos, reconquistar el “niño perdido” no significa ser inmaduros o incompletos sino re-encontrarnos con nuestra propia esencia, con lo más genuino de nosotros mismos que hemos extraviado u olvidado.
Volvemos al niño que fuimos cuando experimentamos, como en aquél entonces, sentimientos de indefensión, vulnerabilidad, fragilidad, abandono; o también sensaciones de cariño, cuidado, tibieza y contención o cuando dejamos volar nuestra fantasía, ensueño, magia y nos trasladamos a aquellos reinos olvidados con héroes y princesas, brujas y gigantes, reyes y villanos, ogros y monstruos personajes donde el bien y el mal debaten de continuo…Son nuestras propias representaciones de nosotros mismos, las fábulas e historias nos pronuncian a nosotros y nuestras búsquedas, por eso nos identificamos tanto.
Da un poco de amor a un niño y ganarás un corazón. (John Ruskin).
Vivimos en una sociedad en la que los niños no son privilegiados: ¿Qué podemos hacer para contrarrestar todo este mal que los aqueja?; ¿si fuera un hijo, un nieto o un sobrino tuyo el que padeciera algo de esto?; ¿cómo reaccionarías?...
Los niños son como el amanecer de cada nuevo día, lleno de esperanzas y alegrías, por eso este 30 de abril del 2020 que se conmemora el día del niño, les deseo a todos los niños un feliz y grandioso día, Felicidades Estivaliz, Mateo, Fila, Paulina, Beto, Fernanda, Diego Alonso, Roberto Jr. (Poroso), Manuel (Meño) y Sofy.