/ viernes 12 de julio de 2024

Espejos de vida / Promesa de Dios

Al paso del tiempo, las cosas materiales se pueden reconstruir, no así las vidas, que cumplen un tiempo y una función específica en su paso por la tierra. En un callejón del barrio Chamizal sobre la calle principal, se encuentra la casa que fuera hogar de la familia Olivas Sotelo, su característica distintiva es un cocedor de pan, adherido al frente y construido con adobe, ahí nacieron y crecieron los hijos del señor Esteban Olivas y la señora Cira Sotelo: Patrocinio, Eloísa, Esteban, Roberto, Alejandro, Isabel y Antonia, todos y cada uno, se fueron apagando como una vela, cuya luz alumbró su existencia hasta cumplir su misión.

La última llama de esta dinastía se apagó al cumplir sus ochenta y cuatro años de vida. El viento, testigo silencioso de tantas generaciones, se cuela por las ventanas entreabiertas, llevando consigo el suspiro final de la última descendiente directa de una familia ballezana. Hay dolor, lamentos y nostalgia, la brisa acaricia las hojas de los viejos árboles, susurrando elegías en un lenguaje que solo el alma comprende. Las raíces, profundas y firmes, lloran la pérdida de la que fue su última guardiana.

El pueblo entero, en un silencio reverente, siente el peso de una era que se desvanece. Sus nietos, con ojos curiosos, preguntan por historias de antaño, mientras que las personas mayores, con voces quebradas, narran las hazañas y sacrificios de una familia que, como un roble, se mantuvo erguida a pesar de las tempestades.

Isabel hizo honor a la etimología de su nombre que significa “promesa de Dios”. Fue una mujer llena de gracia, belleza y bondad, que arropó a su círculo inmediato y mediato, desprendiéndose de lo que tenía para ayudar, no solo de bienes tangibles, sino también de palabras de aliento, sonrisa y mano, acción oportuna, comida y albergue.

Recordar momentos específicos de su vida es honrar su memoria. El trasladar a la palabra escrita, lleva como encomienda dejar un testimonio fehaciente de su existencia.

En su juventud, laboró como maestra alfabetizadora en la comunidad del Vergel Balleza, seguidamente, contrajo matrimonio con el señor Octavio Garfio Palma, formando un hogar con bases sólidas, donde prevalecieron los valores universales, sobresaliendo en todo momento el amor y la comprensión del uno hacia el otro. Primeramente, vivieron en la comunidad del Ranchito, donde tenían una pequeña tienda de productos básicos y un molino de gasolina para moler el nixtamal, después se mudaron a Balleza para atender la tienda “Conasupo”, fueron muchos años de esfuerzo, trabajo compartido y apoyo mutuo, hasta llegar a convertirse en dueños de la gasolinera que lleva por nombre “Servicio Garfio”. Eran una pareja de emprendedores, instalaron la primera tortillería y tanto ella como su hija Alma, se hicieron cargo por años, de surtir este producto en el pueblo y comunidades aledañas.

Un día, el monstruo de la enfermedad ganó la partida y le arrebató a su amado, quedando bajo el amparo de sus hijos: Octavio, Alma y Ectriz.

Entre las muchas bendiciones recibidas están sus nueve nietos y bisnietos, que tuvieron la dicha de conocerla y de recibir su cariño incondicional.

Hoy en día, se siente el peso de su despedida, la casa, los muebles, todo sigue igual, los retratos en las paredes, amarillentos por el paso del tiempo, parecen inclinarse en un solemne adiós. Sus ojos, inmortalizados en óleo, reflejan el eco de una historia tejida con hilos de fortaleza y amor. Cada grieta en los muros cuenta secretos de historias olvidadas, de risas y lágrimas, de esperanzas y desengaños.

Así, con esta despedida de la última descendiente, se cierra un capítulo en el libro de la vida. Pero las páginas no se borran, quedan allí, esperando ser leídas por la combinación de apellidos: Garfio Olivas, Garfio Rodríguez, Javalera Garfio, Sánchez Garfio, demás existentes y aquellos que vendrán, para que no se olvide que, en el corazón de Balleza, una vez latió con fuerza el legado de la familia Olivas Sotelo, que, aunque ya no tiene herederos directos, vivirá por siempre en la memoria de su gente y en la esencia misma de su tierra.

Descansa en paz, querida tía Isabel.

Maestra Cuquis Sandoval Olivas

Al paso del tiempo, las cosas materiales se pueden reconstruir, no así las vidas, que cumplen un tiempo y una función específica en su paso por la tierra. En un callejón del barrio Chamizal sobre la calle principal, se encuentra la casa que fuera hogar de la familia Olivas Sotelo, su característica distintiva es un cocedor de pan, adherido al frente y construido con adobe, ahí nacieron y crecieron los hijos del señor Esteban Olivas y la señora Cira Sotelo: Patrocinio, Eloísa, Esteban, Roberto, Alejandro, Isabel y Antonia, todos y cada uno, se fueron apagando como una vela, cuya luz alumbró su existencia hasta cumplir su misión.

La última llama de esta dinastía se apagó al cumplir sus ochenta y cuatro años de vida. El viento, testigo silencioso de tantas generaciones, se cuela por las ventanas entreabiertas, llevando consigo el suspiro final de la última descendiente directa de una familia ballezana. Hay dolor, lamentos y nostalgia, la brisa acaricia las hojas de los viejos árboles, susurrando elegías en un lenguaje que solo el alma comprende. Las raíces, profundas y firmes, lloran la pérdida de la que fue su última guardiana.

El pueblo entero, en un silencio reverente, siente el peso de una era que se desvanece. Sus nietos, con ojos curiosos, preguntan por historias de antaño, mientras que las personas mayores, con voces quebradas, narran las hazañas y sacrificios de una familia que, como un roble, se mantuvo erguida a pesar de las tempestades.

Isabel hizo honor a la etimología de su nombre que significa “promesa de Dios”. Fue una mujer llena de gracia, belleza y bondad, que arropó a su círculo inmediato y mediato, desprendiéndose de lo que tenía para ayudar, no solo de bienes tangibles, sino también de palabras de aliento, sonrisa y mano, acción oportuna, comida y albergue.

Recordar momentos específicos de su vida es honrar su memoria. El trasladar a la palabra escrita, lleva como encomienda dejar un testimonio fehaciente de su existencia.

En su juventud, laboró como maestra alfabetizadora en la comunidad del Vergel Balleza, seguidamente, contrajo matrimonio con el señor Octavio Garfio Palma, formando un hogar con bases sólidas, donde prevalecieron los valores universales, sobresaliendo en todo momento el amor y la comprensión del uno hacia el otro. Primeramente, vivieron en la comunidad del Ranchito, donde tenían una pequeña tienda de productos básicos y un molino de gasolina para moler el nixtamal, después se mudaron a Balleza para atender la tienda “Conasupo”, fueron muchos años de esfuerzo, trabajo compartido y apoyo mutuo, hasta llegar a convertirse en dueños de la gasolinera que lleva por nombre “Servicio Garfio”. Eran una pareja de emprendedores, instalaron la primera tortillería y tanto ella como su hija Alma, se hicieron cargo por años, de surtir este producto en el pueblo y comunidades aledañas.

Un día, el monstruo de la enfermedad ganó la partida y le arrebató a su amado, quedando bajo el amparo de sus hijos: Octavio, Alma y Ectriz.

Entre las muchas bendiciones recibidas están sus nueve nietos y bisnietos, que tuvieron la dicha de conocerla y de recibir su cariño incondicional.

Hoy en día, se siente el peso de su despedida, la casa, los muebles, todo sigue igual, los retratos en las paredes, amarillentos por el paso del tiempo, parecen inclinarse en un solemne adiós. Sus ojos, inmortalizados en óleo, reflejan el eco de una historia tejida con hilos de fortaleza y amor. Cada grieta en los muros cuenta secretos de historias olvidadas, de risas y lágrimas, de esperanzas y desengaños.

Así, con esta despedida de la última descendiente, se cierra un capítulo en el libro de la vida. Pero las páginas no se borran, quedan allí, esperando ser leídas por la combinación de apellidos: Garfio Olivas, Garfio Rodríguez, Javalera Garfio, Sánchez Garfio, demás existentes y aquellos que vendrán, para que no se olvide que, en el corazón de Balleza, una vez latió con fuerza el legado de la familia Olivas Sotelo, que, aunque ya no tiene herederos directos, vivirá por siempre en la memoria de su gente y en la esencia misma de su tierra.

Descansa en paz, querida tía Isabel.

Maestra Cuquis Sandoval Olivas