/ viernes 25 de noviembre de 2022

Espejos de vida | Porque soy mujer

Soy el eco del silencio, mi voz resuena a través de las montañas, del agua cristalina que queda atrapada en el subsuelo y de la que alegremente corre por riachuelos, como si quisiera lavar y purificar las afrentas e injusticias que en mí se han cometido a lo largo del tiempo;

mi grito resuena en las cascadas y queda ahogado en la pesadez y quietud de los lagos; otras veces, atraviesa llanuras, sierras, desiertos, océanos y queda a merced del viento; cuando se esconde temerosamente en alguna nube que se cruza en el camino, su grito se convierte en un torrente de lágrimas que riegan los campos, permitiendo que germinen y florezcan los colores, sueños y esperanzas.

Soy hija de la tierra, el barro moldeo mi cuerpo, y de acuerdo a las santas escrituras, fui hecha a imagen y semejanza del todopoderoso; ¡recibí el nombre de MUJER! El soplo de vida me lo confirió la costilla que se extrajo de mi compañero; del hombre que supuestamente debía caminar a mi lado, cuya complexión le permite protegerme, ¡NO castrarme, ultrajarme, lacerarme y apagar mi voz!

Se me atribuye haber inducido a Adán para que cometiera el pecado original, el que por mi culpa se haya perdido el Paraíso Terrenal, como consecuencia recibí el castigo de parir con dolor a mis hijos, abriendo mis caderas y regando con mí sangre su camino a la vida.

Remoto mi pensamiento a la cuna de la civilización de la humanidad, donde muy poco peso político, económico y social tuvo mi existencia. Reencarné en Juana de Arco, y aunque sólo viví 19 años, me llamé visionaria al recibir luces de Dios. Luego mi voz se dejó escuchar a través de la pluma magistral de Sor Juana Inés de la Cruz. Para saciar mi sed de conocimiento en el siglo XVII, debí ocultar mi apariencia femenina, ¡cortando mis cabellos! jamás mis ideas. Mi voz, mi rostro ha tenido diferentes matices, culturas y colores, siempre buscando la EQUIDAD, el respeto, la tolerancia, valores fundamentales para sobrevivir en un mundo manipulado por el poder y androcentrismo.

Soy el rostro de las primeras sufragistas, que fueron golpeadas, mancilladas y encarceladas por exigir un trato igualitario y el derecho de votar y ser votadas.

Soy la faz de esas mujeres que en pleno siglo XXI, su cuerpo sigue siendo flagelado y mutilado por la ablación genital.

Soy el grito ahogado a través de la vestimenta llamada “burka”, que esconde los miedos y torturas que ha sido sometida la mujer por el sólo hecho de serlo.

Soy todas las féminas de Ciudad Juárez, mujeres desaparecidas cuyo único delito es el no poder defenderse.

Soy la mujer fuerte y decidida de la etnia tarahumara, que extiendo mi mano clamando “corima” a mi hermano.

Soy el ama de casa, la hija, la amiga, la hermana; la profesionista, la artesana.

La que lucha día a día, hombro con hombro, por una vida más plena más justa, más humana.

Me encuentro a esa mujer que vende su cuerpo, y con el dinero recibido, lleva comida a casa a cambio de compartir la cama.

No más mujeres heridas, golpeadas, maltratadas y humilladas.

Hoy alzo mi voz y digo “Nunca más”, y tengo la esperanza de que por fin “mi voz será escuchada”

María del Refugio Sandoval Olivas | Maestra jubilada

Soy el eco del silencio, mi voz resuena a través de las montañas, del agua cristalina que queda atrapada en el subsuelo y de la que alegremente corre por riachuelos, como si quisiera lavar y purificar las afrentas e injusticias que en mí se han cometido a lo largo del tiempo;

mi grito resuena en las cascadas y queda ahogado en la pesadez y quietud de los lagos; otras veces, atraviesa llanuras, sierras, desiertos, océanos y queda a merced del viento; cuando se esconde temerosamente en alguna nube que se cruza en el camino, su grito se convierte en un torrente de lágrimas que riegan los campos, permitiendo que germinen y florezcan los colores, sueños y esperanzas.

Soy hija de la tierra, el barro moldeo mi cuerpo, y de acuerdo a las santas escrituras, fui hecha a imagen y semejanza del todopoderoso; ¡recibí el nombre de MUJER! El soplo de vida me lo confirió la costilla que se extrajo de mi compañero; del hombre que supuestamente debía caminar a mi lado, cuya complexión le permite protegerme, ¡NO castrarme, ultrajarme, lacerarme y apagar mi voz!

Se me atribuye haber inducido a Adán para que cometiera el pecado original, el que por mi culpa se haya perdido el Paraíso Terrenal, como consecuencia recibí el castigo de parir con dolor a mis hijos, abriendo mis caderas y regando con mí sangre su camino a la vida.

Remoto mi pensamiento a la cuna de la civilización de la humanidad, donde muy poco peso político, económico y social tuvo mi existencia. Reencarné en Juana de Arco, y aunque sólo viví 19 años, me llamé visionaria al recibir luces de Dios. Luego mi voz se dejó escuchar a través de la pluma magistral de Sor Juana Inés de la Cruz. Para saciar mi sed de conocimiento en el siglo XVII, debí ocultar mi apariencia femenina, ¡cortando mis cabellos! jamás mis ideas. Mi voz, mi rostro ha tenido diferentes matices, culturas y colores, siempre buscando la EQUIDAD, el respeto, la tolerancia, valores fundamentales para sobrevivir en un mundo manipulado por el poder y androcentrismo.

Soy el rostro de las primeras sufragistas, que fueron golpeadas, mancilladas y encarceladas por exigir un trato igualitario y el derecho de votar y ser votadas.

Soy la faz de esas mujeres que en pleno siglo XXI, su cuerpo sigue siendo flagelado y mutilado por la ablación genital.

Soy el grito ahogado a través de la vestimenta llamada “burka”, que esconde los miedos y torturas que ha sido sometida la mujer por el sólo hecho de serlo.

Soy todas las féminas de Ciudad Juárez, mujeres desaparecidas cuyo único delito es el no poder defenderse.

Soy la mujer fuerte y decidida de la etnia tarahumara, que extiendo mi mano clamando “corima” a mi hermano.

Soy el ama de casa, la hija, la amiga, la hermana; la profesionista, la artesana.

La que lucha día a día, hombro con hombro, por una vida más plena más justa, más humana.

Me encuentro a esa mujer que vende su cuerpo, y con el dinero recibido, lleva comida a casa a cambio de compartir la cama.

No más mujeres heridas, golpeadas, maltratadas y humilladas.

Hoy alzo mi voz y digo “Nunca más”, y tengo la esperanza de que por fin “mi voz será escuchada”

María del Refugio Sandoval Olivas | Maestra jubilada