La escritura es un arte que se perfecciona con la práctica, pero no basta con practicar por sí mismo. Como afirmó el pedagogo ruso Lev Vygotsky al exponer su teoría del aprendizaje situado, este se basa en la interacción social y en la importancia de un entorno adecuado, donde personas más experimentadas guíen al aprendiz y proporcionen andamiajes y refuerzos para el desarrollo del conocimiento.
Este enfoque teórico se complementa con las aportaciones del psicólogo suizo Jean Piaget, quien describe los procesos internos de la mente como estructuras del pensamiento que evolucionan a través de la maduración, la experiencia social y la interacción con el entorno físico y social. A Piaget se le atribuye el concepto de "aprendizaje significativo".
Este texto no pretende ofrecer un análisis exhaustivo de estas teorías, sino más bien abrir una puerta hacia mi experiencia personal como docente, inmersa en un proceso constante de aprendizaje. Escribir es un proceso que implica leer, investigar, reorganizar las ideas y seleccionar las palabras adecuadas, de manera que puedan transportar eficazmente el pensamiento. Inicialmente, se escribe para uno mismo, para expresar sentimientos, emociones o conocimientos. Sin embargo, todo escrito busca ser leído para cumplir su propósito: comunicar.
Sin duda, las escuelas son los espacios formadores por excelencia, lo que destaca la importancia del fomento a la lectura y la complementariedad del binomio lectoescritura. Sin embargo, muchas veces estas habilidades se ejercitan solo para cumplir con las exigencias de los contenidos educativos, sin llegar a formar lectores y escritores por convicción. Las estrategias aplicadas no siempre logran impactar lo suficiente como para formar personas que, más tarde, puedan escribir dentro de cualquier género literario, lo cual requiere estudio, comprensión y práctica exhaustiva.
Me reconozco como una persona en constante aprendizaje, consciente de los vertiginosos cambios que trae el mundo actual y con una necesidad constante de adquirir nuevos conocimientos. Estos factores fueron los que guiaron mi camino hacia la docencia, y hoy siguen siendo la base de mi crecimiento como individuo, promotora cultural, voluntaria en salas de lectura y escritura.
Soy consciente de que ninguna profesión es un fin en sí misma. El compromiso de seguir aprendiendo es fundamental. Por eso, dedico gran parte de mi tiempo a esta tarea. Uno de los recursos que empleo es la escritura semanal de mi columna "Espejos de vida" en el periódico local. Cada jueves me enfrento a un proceso mental que comienza en el desequilibrio, hasta que las palabras toman forma, creando un texto coherente. Este proceso no finaliza con la publicación, sino que continúa con las lecturas y comentarios de los lectores.
La satisfacción que deriva de la escritura no proviene únicamente de dar forma a las ideas, sino también del impacto que estas pueden tener en los demás. El diálogo que se genera a partir de un texto escrito enriquece tanto al autor como a los lectores, creando una conexión intelectual y emocional. Es este intercambio lo que otorga a la escritura su carácter transformador, al permitir que las palabras trasciendan las barreras del tiempo y el espacio para seguir resonando en quienes las reciben.