Hoy es uno de esos días grises donde los rayos del sol se esconden tras la desesperanza. Las pequeñas rejillas de luz se han opacado ante la reciente tragedia.
De las pocas certezas que tenemos los humanos, una de ellas es la llegada de nuestro fin inminente. Sabemos que esa línea finita del tiempo a veces se presenta sin previo aviso, sin notificación alguna, sin presagios de la tormenta que se avecina y que va a cambiar el entorno, el equilibrio y la seguridad familiar.
No hay forma de medir el dolor que causa la pérdida de un ser querido. Solo que, al ser testigos cercanos de estas despedidas, nos permite ser conscientes de nuestra propia fragilidad, de reconocer las fracturas y quebrantos que cambian por completo la visibilidad y apreciación de la vida misma.
Acudo a la escritura porque sé que es un recurso paliativo para sanar el alma, para hacer catarsis tanto en quien lo escribe como en los lectores. Busco en la infinitud de las palabras aquellas combinaciones que lleguen al corazón dolido de su querida hija, de sus amados padres y hermanas, así como de sus amigos cercanos y de toda la comunidad parralense, que se encuentran devastados ante su pronta partida.
Sin duda, no hay una forma ideal de emprender el último viaje, como tampoco hay manera de entender los designios del destino. En medio de la desesperación surgen interrogantes que están en búsqueda de respuestas o explicaciones que permitan un acercamiento para comprender los hechos. Sin embargo, la contundente realidad es tan abrumadora que ni las palabras ni las lágrimas son suficientes para lamentar lo sucedido.
Se van madre e hija a ese viaje sin retorno. El cordón indisoluble que las unía desde la gestación no pudo romperse a pesar del brutal impacto recibido. Ellas van avanzando hacia el plano de la eternidad, pero aquí en su casa no bastan los gritos de angustia ni los mares de llanto para entender y aceptar esta triste despedida.
Ambas estaban en el umbral de la vida: una, cumpliendo su labor de madre, impulsando a sus hijas para labrar su propio futuro; la pequeña, de tan solo diez años, en esa inocencia propia de la niñez, cuya vida se vio interrumpida. Su mochila escolar quedó lista para iniciar el próximo ciclo.
No hay mañana para ellas, no más planes, ni fiestas, ni celebraciones especiales. Es el punto final de dos historias que pasan a formar parte del tiempo pretérito. Se empiezan a recrear los momentos vividos, las historias construidas, a escuchar su voz, a imaginar su camino, a fortalecer el espíritu con la esperanza de un mundo alterno, donde un día todos nos volveremos a reencontrar.
Estas letras van como una forma respetuosa de expresar nuestras más sinceras condolencias a la familia. A pesar del dolor inmenso que hoy embarga a todos los que las conocimos, el amor y los recuerdos que ambas dejaron seguirán iluminando el camino de quienes las amamos. No se trata solo de despedirlas, sino de honrar la vida que compartieron con nosotros. El legado de su presencia permanecerá en la memoria y el corazón de todos, como una luz que nunca se apagará.