Tanto abuelos como nietos somos personajes muy cercanos dentro del árbol genealógico familiar, representamos esa primera y tercera generación, cuyas ramas se expanden en búsqueda de perpetuar el nombre y apellido del engranaje familiar.
Se dice que los nietos son una prolongación de la existencia misma, porque los padres del ayer —abuelos del presente—, un día nos quedamos con el nicho vacío, y aquella casa ruidosa, donde siempre había música, bromas, risas y gritos, se llena de silencios mudos y solo quedan los callados muros, los recuerdos y ecos de voces atrapadas en cada rincón y espacio del hogar.
Nuestro tiempo, antes tan ocupado, comienza a vaciarse; hay espacios y huecos sin llenar, y los pensamientos, reflexiones y rememoraciones del pasado toman forma y se presentan para inducir a revivir los recuerdos de lo que un día tuvimos y que hoy añoramos.
Entonces, en un abrir y cerrar de ojos, empiezan a llegar los nietos, ataviados y envueltos en sonrisas angelicales, en diminutos brazos y manos que acarician nuestro rostro, atrapándonos desde esos primeros gestos y miradas, o quizá, al aprisionar nuestros dedos, no vuelven a soltarnos jamás, porque es un pacto que se firma sin papeles ni palabras, se jura y brinda protección inmediata y de largo alcance, al convertirnos en cómplices de sus sueños, además de su sombra protectora.
El vínculo entre abuelos y nietos se da desde el primer momento de su enunciación, es un tejido fino con hilo dorado que va lanzando con maestría cada puntada, prodigando firmeza y seguridad. Es un abrazo silencioso que llega hasta el umbral de ese primer recinto donde se desarrolla su presencia. Es posar las manos sobre el vientre plano o abultado de la madre gestante, esperando sentir los primeros palpitares de vida. Es expresar a través del tacto un amor incondicional, la felicidad y alegría de esperarlo con tanto anhelo.
Somos abuelos de nueve nietos, tres varones y seis mujercitas. Todos y cada uno de ellos han sido amados desde siempre; hemos sido testigos de sus primeros pasos, de sus logros personales y académicos. Sin embargo, los propios ciclos del tiempo los van alejando conforme crecen y van en busca de la construcción de su destino. Empero, ellos saben que aquí estamos, que nuestra casa siempre está abierta para ellos, que hay comida en la mesa, escucha activa y un abrazo de amor.
Somos guardianes de la antesala de su pasado, compiladores de historias y anécdotas; traemos tatuadas las canciones de cuna y los baños de sol y luna, además de los cambios que traen las estaciones vividas y los soplos constantes del tiempo. Cada arruga en nuestro rostro es un mapa de los distintos territorios recorridos, de las risas, lágrimas e ilusiones compartidas.
Cada nieto trae su propio equipaje, una antorcha que emite chispas, irradiando de luz y calor nuestra existencia. Les prodigamos amor sin medida, sin prisas ni exigencias; es una relación de complicidad que no necesita palabras, es una danza suave y armónica entre la memoria de lo vivido y la promesa de lo que está por venir.
¡Feliz día del abuelo!