/ viernes 18 de octubre de 2024

El placer de hacer el bien 

El verdadero placer del hombre se obtiene cuando adquiere la conciencia de lo que es bueno y reconoce la responsabilidad que tiene para consigo mismo y para con los demás.

La moral que está basada solamente en la advertencia o la amenaza del sufrimiento después de una borrachera, de una dosis de droga, o de la amenaza de un castigo, en esta o en la otra vida, es una pobre moral. Todos sabemos por experiencia propia que el bien se encuentra en el bien mismo. El que es honrado porque se siente bien al serlo, es más digno de confianza que el que acepta la honradez como un martirio por las consecuencias o las amenazas que existen si es descubierto no siéndolo.

Hacer el bien en todas sus formas sin el estímulo de premios o de castigos terrenales o sobrenaturales es realmente un placer.

Si nuestro comportamiento se basa en una fe austera o basada en un miedo innoble, no nos puede conducir al reino de la paz, de la dicha o de la felicidad. Cultivemos por tanto aquellas metas e ideales que nos causen satisfacción y no dolores de cabeza. Busquemos y encontremos una paz que no nos produzca asombro o sorpresa.

Si trabajamos normalmente con gusto, dedicación y tenacidad, sin permitir distracciones; si nos aferramos a nuestros ideales sin atenernos ni temerle a nadie y siempre hablemos con la verdad, podemos hacer el bien con gran satisfacción.

El bien lo podemos hacer no únicamente dando de comer al hambriento, o de beber al sediento. Lo podemos hacer también en la vida cotidiana, al ser más amables, respetuosos, útiles y atentos con los demás. Esto se convierte en un placer con el que nos habremos beneficiado nosotros mismos y de paso habremos beneficiado a la comunidad donde vivimos y al mundo en general. Quienes nos expongan filosofías más complicadas nos están engañando.

Todos los filósofos, conocidos y desconocidos, han insistido en la importancia de observar una buena conducta y afirman que el que se conduce razonablemente bien, puede estar seguro de pasar bien la vida. El que estos pequeños principios puedan ser vistos por algunos como despreciables porque les gusta vivir del esfuerzo ajeno y que no reconocen otro derecho que su capricho, no les quita absolutamente nada de su bondad.

Ningún hombre bueno dedicado a hacer el bien recomienda los vicios, ni el robo, ni el no trabajar, ni el irrespeto a los demás.

Si el ser humano realmente se atreviera a ver la luz de la verdad, seguramente quedaría ciego. En el mundo podemos encontrar en todas partes armonía y belleza, si sabemos reconocerlas. Siempre recordemos que en este mundo las cosas siempre tomarán la forma y el significado que queramos darles.


Licenciado en Administración de Empresas. Director de Reingeniería Humana.

mgongorah@hotmail.com



El verdadero placer del hombre se obtiene cuando adquiere la conciencia de lo que es bueno y reconoce la responsabilidad que tiene para consigo mismo y para con los demás.

La moral que está basada solamente en la advertencia o la amenaza del sufrimiento después de una borrachera, de una dosis de droga, o de la amenaza de un castigo, en esta o en la otra vida, es una pobre moral. Todos sabemos por experiencia propia que el bien se encuentra en el bien mismo. El que es honrado porque se siente bien al serlo, es más digno de confianza que el que acepta la honradez como un martirio por las consecuencias o las amenazas que existen si es descubierto no siéndolo.

Hacer el bien en todas sus formas sin el estímulo de premios o de castigos terrenales o sobrenaturales es realmente un placer.

Si nuestro comportamiento se basa en una fe austera o basada en un miedo innoble, no nos puede conducir al reino de la paz, de la dicha o de la felicidad. Cultivemos por tanto aquellas metas e ideales que nos causen satisfacción y no dolores de cabeza. Busquemos y encontremos una paz que no nos produzca asombro o sorpresa.

Si trabajamos normalmente con gusto, dedicación y tenacidad, sin permitir distracciones; si nos aferramos a nuestros ideales sin atenernos ni temerle a nadie y siempre hablemos con la verdad, podemos hacer el bien con gran satisfacción.

El bien lo podemos hacer no únicamente dando de comer al hambriento, o de beber al sediento. Lo podemos hacer también en la vida cotidiana, al ser más amables, respetuosos, útiles y atentos con los demás. Esto se convierte en un placer con el que nos habremos beneficiado nosotros mismos y de paso habremos beneficiado a la comunidad donde vivimos y al mundo en general. Quienes nos expongan filosofías más complicadas nos están engañando.

Todos los filósofos, conocidos y desconocidos, han insistido en la importancia de observar una buena conducta y afirman que el que se conduce razonablemente bien, puede estar seguro de pasar bien la vida. El que estos pequeños principios puedan ser vistos por algunos como despreciables porque les gusta vivir del esfuerzo ajeno y que no reconocen otro derecho que su capricho, no les quita absolutamente nada de su bondad.

Ningún hombre bueno dedicado a hacer el bien recomienda los vicios, ni el robo, ni el no trabajar, ni el irrespeto a los demás.

Si el ser humano realmente se atreviera a ver la luz de la verdad, seguramente quedaría ciego. En el mundo podemos encontrar en todas partes armonía y belleza, si sabemos reconocerlas. Siempre recordemos que en este mundo las cosas siempre tomarán la forma y el significado que queramos darles.


Licenciado en Administración de Empresas. Director de Reingeniería Humana.

mgongorah@hotmail.com