Cientos de personas se preguntan en cada rincón de esta nación qué es lo que ocurrió con el “México de mis amores” que describía glorioso en su poema el escritor Héctor José Corredor Cuervo. O aquella patria de lucha entre espinas que exalta Raúl Felipe en su “México Patria mía”:
“México, patria mía,
águila, serpiente y espina,
tantas cosas te lastiman,
y aún así, caminas...”
Ciertamente vivimos tiempos de extravío, suspenso e incertidumbre, sobre todo en el tema de lo político y lo económico, cuyas esferas se han entremezclado por generaciones de poder desde el más allá de las estructuras formales o visibles.
Por décadas el país ha sido una especie de ensayo de la democracia. Hace apenas poco más de dos siglos que somos una nación libre y soberana, pero hace muy poco proclamamos nuestra independencia. Y, a pesar de nuestras luchas, seguimos titubeantes ante la posibilidad de reivindicarnos como nación democrática o simular que todo funciona bien, entre el discurso político y la palestra mediática donde incluso las palabras se acomodan como “palmaditas” en la espalda quienes lideran.
Este es el tiempo. No hay otro para quienes todavía pudieron elegir entre la herencia post revolucionaria, la contracultura de los hippies o cualquier otro momento, pilar en la historia nacional. Más allá de lo que se alcanza a ver, quienes integran las nuevas generaciones, ya no tienen una estructura histórica a la que recurrir para aprender las lecciones de la experiencia ajena.
El Dr. Pedro Salazar, investigador del Instituto de Estudios Jurídicos de la UNAM asegura que “la juventud debe dejar solo de observar para convertirse en actores comprometidos con su tiempo”. No es posible quedarse frente a la computadora mirando el tiempo pasar sin hacer algo más que pasarla, más o menos bien, o más o menos mal, mientras el mundo se desarrolla o se atora alrededor nuestro.
El asunto es que aún no entendemos con claridad el rumbo que se traza justo ahora en la vida nacional. Es decir, vivimos al día, a través de lo que nos relatan en los medios de comunicación, y no alcanzamos a leer las “entrelíneas” de lo que sucede. Y, a pesar de ser protagonistas, alguien más toma las decisiones que nos afectan o benefician.
Pero… ¿cómo estamos? ¿nos quedamos o regresamos a una Patria que ya abandonamos? Al tiempo.
Hace mucho que conocemos la palabra crisis, expresión recurrente en el ánimo colectivo y aprendimos a sobrevivir entre políticas económicas fallidas, o prácticas desventuradas en la aplicación de las políticas públicas.
Este es el tiempo que nos tocó vivir. Cierto, pero con el acceso a la información hoy, suponer que nadie juzga, reclama o cuestiona, es una falacia, y encierra un riesgo latente para las estructuras formales donde se toman las decisiones.
La sociedad civil comienza a preguntarse si llamarse Patria, es algo más que cantar el Himno Nacional en las graduaciones, o en verdad sentir orgullo, significa la integración de más cerebros y acciones comprometidas con el pueblo para desatar, de una vez por todas, los nudos que nos impiden avanzar.
Más allá de nuestras limitaciones, los tiempos del “México, lindo y querido” que escribió con nostalgia Chucho Monge, son las voces ahogadas que se guardan entre las masas que, lejos de aportar soluciones, sólo callan y se quejan. El silencio nunca fue mejor que las acciones francas, ni la queja ha sido la opción para generar transformaciones inmediatas y positivas.
Como decía Marco Tulio Cicerón: “Donde quiera que se esté bien, ahí está la Patria”.
Licenciada en Ciencias de la Información, Consultora en Comunicación y Desarrollo Humano.
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