Como todos sabemos, Pemex es y ha sido para los mexicanos, motivo de orgullo desde 1938 cuando fue creada y nacionalizada; lo que significa que es directamente controlada y operada por el gobierno de México. La paraestatal nos ha puesto en el mapa internacional de la generación de crudo y gas. Siendo la petrolera nacional más grande a nivel mundial por número de activos, casi 4 veces más que la poderosa Saudi Aramco, lo que nos habla del gran potencial y capacidad de generación de capital e inversión de esta empresa.
Pero como el título de mi columna lo expresa, Pemex está muy lejos de ser el gigante que debería ser. El potencial desperdiciado se deja ver no solo en su pobre calificación del ACT, el cual evalúa factores como el desempeño, la narrativa y la tendencia de una compañía petrolera. Dentro de esta medición, Petróleos Mexicanos se ubica en el lugar 67 de 99 empresas evaluadas, con una calificación de 1.4 E – de los posibles 20 puntos. Lo que significa que el desempeño está reprobado y muy por debajo de los estándares establecidos por la misma, además, su tendencia es a la baja, es decir, se va a poner peor. Este estudio nos muestra que desde 2017, la emisión de contaminantes se ha incrementado considerablemente y que no existe un plan claro de transición hacia las energías limpias como lo tienen las otras grandes corporaciones privadas y públicas. Para dar más contexto a esto, Pemex está dentro de las 20 empresas que más ha contribuido a las emisiones mundiales de carbono.
No sólo el desempeño ha sido deplorable en los últimos años, sino que la capacidad de atraer inversión también se ha visto fuertemente afectada. La reconocida agencia Moody’s, bajó la calificación este pasado 9 de febrero del presente año de B1 a B3. Lo que se traduce en que es cada vez menos rentable y, por ende, menos atractiva a los inversionistas.
Pero ¿A qué se debe esto?, ¿Cómo es posible, que una empresa con este potencial nos esté entregando este desempeño tan pobre? La respuesta, aunque es sencilla, proviene de una serie de malas decisiones y malos manejos de varios sexenios pasados, incluyendo el actual; los cuales, aprovechándose de su posición de poder, la arraigada corrupción y de las grandes ganancias que puede generar Pemex, han malgastado y desviado sus recursos para el cumplimiento de sus caprichos y enriquecimiento de sus familiares y amigos.
Con la promesa del cambio ofrecida por este gobierno, uno hubiese esperado que la 4T reestructurara la manera en que se explota la paraestatal. Se le reconoce al actual gobierno que la deuda no ha incrementado. Aun así, Pemex sigue siendo la compañía petrolera más endeudada del mundo. Aunado a esto, la inversión anual se ha incrementado considerablemente, es decir, se le inyecta cada vez más efectivo del presupuesto anual que antes; y no solo eso, sino que las inversiones se están haciendo hacia tecnologías del pasado. Lo cual representa un problema estructural para la transición al futuro, a las energías limpias. Estoy de acuerdo en que el petróleo es y sigue siendo la más eficiente fuente de energía que tenemos, y tal vez eso no cambie en los siguientes 20-40 años; pero realizar una inversión a largo plazo como las refinerías, enfocándose en esta fuente de energía, es apostarle al pasado y no es lo mejor para el futuro del país.
En este sentido, comulgo con la propuesta de Xóchitl de frenar las inversiones actuales a Pemex, y enfocar la reestructuración hacia las nuevas energías para competir con el mercado energético internacional; energías como la geotermia, la eólica, las tecnologías de captura de carbón. En fin, las energías limpias y renovables, que, si bien no han llegado al pico de su potencial, son la manera más óptima de construir un futuro sostenible para nuestras generaciones por venir.